Lic. Ernesto Lerma.-
Esta precuela pretende indagar en los orígenes del villano Coriolanus Snow, pero su planteo casi nunca es sólido y todo lo que narra luce entre innecesario y redundante. El punto de partida y justificación de su existencia de “Los Juegos del Hambre: Balada de Pájaros Cantores y Serpientes” es una frase que soltaba en un momento Coriolanus Snow, el gran villano de la saga: “son las cosas que más amamos las que nos destruyen”.
Desde ahí es que esta precuela pretende indagar en los orígenes del antagonista que en los filmes protagonizados por Jennifer Lawrence era encarnado por Donald Sutherland, haciendo hincapié en cómo sus momentos de mayor humanidad fueron los que terminaron llevándolo hacia la maldad absoluta. Sin embargo, por más que lo intenta denodadamente, queda lejísimos de justificarse a sí misma y su extenso relato.
La película, nuevamente dirigida por Francis Lawrence, quien ya estuvo a cargo de la dirección en todos los filmes de la franquicia, excepto el primero, que sigue siendo el mejor, está situada durante la décima edición de Los Juegos del Hambre y presenta a un joven Snow (Tom Blyth), quien viene de una familia importante venida a menos y que lucha por sobrevivir. Cuando su desempeño académico parecía encarrilar su camino, las cosas cambian y Snow se verá forzado a desempeñarse como mentor de la tribuno femenina del Distrito 12, una joven llamada Lucy Gray Baird (Rachel Zegler).
Si bien el personaje tiene unas posibilidades de triunfo que lucen endebles, es en esa circunstancia es que Snow encontrará una nueva chance en el escalafón de poder de Panem, aunque también entablará un vínculo afectivo con Lucy Gray que eventualmente derivará hacia lo amoroso, poniéndolo en la disyuntiva de qué decidir para su futuro y los costos derivados de esa decisión. El gran desafío que afronta “Los Juegos del Hambre: balada de pájaros cantores y serpientes” consiste en inyectarle suficientes capas de sensibilidad a un villano del que solo conocíamos actos de maldad pura, sin ambigüedades.
Snow, antes de esta precuela, era un tipo consistentemente despreciable y manipulador, alguien que ni siquiera necesitaba explicar mucho su perversidad. No era un ser maldito o resentido, con una historia trágica previa, como sí podía serlo, por ejemplo, Darth Vader. ¿Significa eso que no se podía admitir un pasado trágico, donde el amor termina sacando lo peor de su personalidad hasta anular todo rasgo posible de bondad? No, para nada, pero ese recorrido debía ser coherente y sólido, algo que rara sucede en casi toda la historia que narra el filme. De hecho, la manipulación permanente de las acciones para lograr el objetivo es muy notoria y le quita credibilidad a la película, que rara vez consigue ser honesta -y, por ende, compleja- en su planteo y discurrir.
Pero quizás lo peor de “Los Juegos del Hambre: balada de pájaros cantores y serpientes” es su pretenciosidad, su voluntad de presentarse como una historia trágica y gigante a la vez, cuando en verdad, detrás de las superficies espectaculares, todo es bastante pequeño y conciso. Al fin y al cabo, lo que vemos es una historia de amor imposible porque el protagonista no puede escapar a su propio destino y naturaleza, y su contraparte femenina no está dispuesta a avalar su maldad innata.
Y no hubiera estado mal que el film aceptara volcarse hacia un tono intimista y directo para retratar a dos seres que están destinados a no estar juntos, abrazando su tragedia y construyendo alrededor de ellos al entorno sociopolítico. Pero se ve que Lawrence no vio Titanic (o no la entendió) y por eso le da mayor importancia al diseño de arte, el vestuario y otros rubros técnicos antes que a los protagonistas. Y eso lleva a que el relato sea excesivamente largo y, finalmente, tedioso: toda la parte de los Juegos está estiradísima, es sumamente cansadora y, cuando se llega a lo que realmente se quería contar, la puesta en escena carece de energía.
El único mérito real de “Los Juegos del Hambre: balada de pájaros cantores y serpientes” es que consigue una actuación muy divertida e interesante por parte de Viola Davis como la Dra. Volumnia Gaul, la jefa de Los Juegos del Hambre. De la actriz, la película aprovecha a su favor su característica principal, que es la exageración y vocación de centralidad: así le permite construir un personaje consistentemente maligno, que está dispuesto a todo por conservar el poder. O sea, como el Snow encarnado por Sutherland, al que siempre nos gustó odiar. Esperemos que no se les ocurra hacer una precuela sobre los orígenes de Gaul.
Mi 8 de calificación para esta más que buena cinta, y es que los libros de “Los Juegos del Hambre” son una trilogía escrita por la autora estadounidense Suzanne Collins, ambientados en un futuro distópico tremendamente similar al de las novelas Battle Royale del japonés Koushun Takami y The Running Man de Stephen King (bajo el seudónimo de Richard Bachman). Tanto las novelas de Collins como las de Takami y King se convirtieron en unas buenas adaptaciones cinematográficas, especialmente Battle Royale, en las manos expertas del gran Kinji Fukasaku.