Lic. Ernesto Lerma.-
Fiel a su estilo, una vez más, Ridley Scott cae en la superficialidad para retratar eventos y personajes históricos, en un filme algo desganado y casi aburrido, con un Joaquin Phoenix bastante insoportable. En un punto no deja de ser admirable cómo Ridley Scott sigue filmando con constancia, además de cómo se las arregla para conseguir financiamiento para proyectos de gran escala.
El problema es que más allá del qué (filmar y acumular películas en su filmografía), no se termina de divisar un para qué, es decir, un sentido tangible en esas obras, un rumbo formal o hasta temático en lo que pretende contar Scott. Esto ocurre a pesar de que el realizador ha abordado últimamente eventos reales: “Todo el dinero del mundo” (2017), “La casa Gucci” y “El último duelo” (ambas del 2021) son películas que parten de historias apasionantes, pero a las que Scott no consigue sacar de la mecanicidad y superficialidad.
Y eso se potencia en “Napoleón”, que se da el lujo (caro, porque costó 200 millones de dólares, aunque Apple los puso sin despeinarse) de desperdiciar no solo a una figura histórica de enorme importancia, sino también a una sucesión de cambios de época que definieron buena parte del Siglo XIX e incluso el siguiente. Es cierto que algunas objeciones de índole histórico (provenientes principalmente de historiadores y opinadores franceses) sobre Napoleón, referidas más que nada a verosimilitud o contraste con lo que ocurrió realmente, son bastante improcedentes, porque no tienen en cuenta algo elemental, como es el hecho de que no estamos ante un documental, sino frente a una interpretación de ficción.
De ahí que las reacciones de Scott (“consíganse una vida”, “a los franceses no les gustan ni ellos mismos”) no solo son simpáticas en su incorrección política, sino hasta atinadas. Más aún porque los mismos que ahora buscan el pelo en el huevo, no parecían muy preocupados por las arbitrariedades hilvanadas para sostener un discurso feminista de “El último duelo”. El problema es que Scott vuelve a evidenciar un desgano llamativo al momento de narrar, como si no le interesara el protagonista y su época, o solo le resultaran atendibles cuestiones que podría analizar con cualquier otro personaje, real o de ficción.
Desde ese desgano y superficialidad en la mirada de Scott es que “Napoleón” se enfoca más que nada en los líos maritales entre el militar francés y su esposa Josefina, mientras las intrigas políticas y los choques bélicos, además de las implicancias sociales a lo largo de las décadas, quedan en buena medida en un segundo plano. Desde el momento en que ambos personajes se encuentran y comienzan su relación, todo en el filme pasa por ese vínculo entre tortuoso y caprichoso, al que ojalá se retratara con pasión y arrojo. Pero no, lo que tenemos en cambio es un relato arbitrario y anodino, donde las escenas de sexo son una forma más que la película encuentra para manifestar su desprecio por el protagonista y su mirada sobre el mundo.
Para Scott, esa coyuntura en plena ebullición, donde las diversas potencias europeas (no solo Francia, sino también Inglaterra, Rusia, Prusia y Austria-Hungría, entre otras) ponían en juego no solo sus territorios, sino también sus culturas, es apenas un decorado para los problemas de cama de la pareja protagónica. Por eso que “Napoleón” es más que nada una sucesión de postales de época, un desfile de vestuarios de todo tipo, de bellos paisajes, grandes locaciones y batallas gigantescas, que se presumen importantes, aunque no se sabe por qué. En ese contexto, lo que hace Vanessa Kirby es un tanto desbordado, pero digno, mientras que lo de Joaquin Phoenix como Bonaparte lo confirma como un actor que, cuando entra en su pose habitual (entre melancólico y concentrado, pero siempre insufriblemente intenso), está perfecto.
Así, no es de extrañar que haya unos cuantos pasajes que convoquen al sueño, a la necesidad de que todo termine pronto, porque no hay nada atractivo en pantalla. Posiblemente el único tramo con cierta potencia, a pesar de su alternancia entre momentos de espera y de acción (y de entregarnos a un Rupert Everett pasado de rosca como el Duque de Wellington), es todo el correspondiente a la batalla de Waterloo, porque ahí se nota mínimamente lo que se juegan cada uno de los involucrados. Y también porque, para variar, Scott filma todo con algo de ganas, energía y algunas ideas visuales interesantes. Pero es apenas un respiro dentro de un filme pesado y aburrido, que roza el agobio.
A pesar de su vocación de masividad, “Napoleón” es una película que se mira el ombligo y que falla por completo en convocar al interés del espectador. O quizás ni siquiera lo intenta realmente. Las expectativas eran grandes, pero el Napoleón de Ridley Scott termina exclamando: “¡No me esperes en los premios Óscar 2024, Josefina!”, aun así es una más que buena película de un veterano realizador fílmico con visión hollywoodense.
Mi 8 de calificación siendo benévolo con esta cinta, recordemos que llevar la vida al cine del personaje de Napoleón fue un proyecto ambicioso e inconcluso del renombrado director Stanley Kubrick. A finales de la década de 1960 y principios de la década de 1970, Kubrick trabajó extensamente en la investigación y desarrollo de una cinta épica sobre la vida de Napoleón Bonaparte y estaba destinada a ser una producción colosal.
Kubrick dedicó una cantidad significativa de tiempo y recursos a este proyecto, llegando a acumular vastos archivos con información detallada sobre la vida y las campañas de Napoleón. El guión, que Kubrick escribió junto con el historiador Andrew Birkin, era extenso y abarcaba diversos aspectos de la vida del líder francés. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos considerables invertidos en el proyecto, la película nunca llegó a realizarse. Diversos factores contribuyeron a su cancelación, incluyendo la falta de apoyo financiero.
A pesar de su cancelación, el proyecto de Napoleón de Kubrick continuó siendo objeto de gran interés y especulación en el mundo del cine. El trabajo y la investigación realizados para esta película influyeron en proyectos posteriores de Kubrick, como Barry Lyndon. Además, los archivos detallados que Kubrick compiló durante la investigación se han convertido en un recurso valioso para estudiosos de la vida de Napoleón (existe un libro fascinante dedicado a la producción). Hace poco, Steven Spielberg anunció en una conferencia de prensa que está inmerso en la creación de una serie limitada de siete episodios basada en el proyecto cinematográfico inacabado de Stanley.
La figura magnética del emperador francés, también es asumido por Ridley Scott en un largometraje de alto presupuesto protagonizado por Joaquin Phoenix como Napoleón, marcando su regreso junto al director después de 20 años desde “Gladiador”, mientras que Vanessa Kirby (reemplazando a Jodie Comer) asume el papel de Josefina de Beauharnais, Aunque no cabe duda de que Scott es uno de los más grandes directores de todos los tiempos, lo cierto es que cuando se embarca en la misión de retratar figuras emblemáticas de la historia, termina confeccionando una cinta de hermosa factura, pero carente de alma.
El trabajo de Scott, aunque no llega a ser una mala película, se siente como un remedo inferior al trabajo de un grande, como sucedió con las secuelas “2010” y “Dr. Sueño”, dos trabajos interesantes y valiosos si se les considera en sí mismas, pero terribles si se les compara con lo logrado por Kubrick. Los expertos en Napoleón, quienes son más tóxicos que los fanáticos de Star Wars, se rasgarán las vestiduras por las inexactitudes históricas, partiendo del idioma inglés con el que hablan los personajes franceses, para continuar con el cabello de María Antonieta (que fue cortado antes de su decapitación) y la presencia de Napoleón en la ejecución (él se encontraba en el sur de Francia).