Lic. Ernesto Lerma.-
Esta película de Paul King dialoga con la versión de 1971 de Mel Stuart, antes que con la popular adaptación de Tim Burton del 2005 en un filme que logra muchos pasajes de emoción y acierta en el tono con un guión de Simon Farnaby y Paul King sobre la novela del aclamado escritor Roald Dahl. Y es que fue difícil, cuando se anunció esta nueva adaptación de la novela “Charlie y la fábrica de chocolates”, mostrar interés, mucho menos entusiasmo.
Dos razones: la primera, más bien personal, es el protagónico del siempre inexpresivo Timothée Chalamet como un joven Willy Wonka; la segunda es la poca expectativa que generaba la franquicia luego de la comercialmente exitosa, pero no tan bien envejecida versión que dirigió Tim Burton en el 2005. “Wonka” es, la película misma se asegura de dejarlo claro, una precuela de la del 71 y sigue, por lo tanto, esa tendencia en Hollywood de buscar el lavado de cara de una marca mediante una “vuelta a los orígenes”; un saltar por encima de la adaptación inmediatamente anterior y diferenciarse de ella recuperando cierta actitud de fidelidad ante la versión original, a esta altura, idealizada.
Algunas aclaraciones: la versión de Mel Stuart con el Wonka de Gene Wilder sigue siendo, idealizaciones aparte, la mejor, y con diferencia. Por otro lado, este fenómeno de “ignorar la adaptación previa” ya había pasado antes con una película de Tim Burton: la fallida “El planeta de los simios”, de 2001, saga de la cual se están haciendo adaptaciones mucho mejores. “Wonka” sigue, en efecto, este plan de regresar al universo de la versión de 1971 y cuenta cómo el chocolatero comenzó su exitoso negocio. Se repiten algunos de los temas que ya estaban presentes en esta película: la antítesis entre el mundo infantil y el adulto; la igualación de la avaricia por el dinero con la gula desmedida por el chocolate.
También la problematización de los vínculos familiares; la relación metafórica entre estética y ética o la exteriorización del mal interno mediante la fealdad externa. La película se aproxima a estas cuestiones con relativa libertad, al menos si la pensamos en su contexto de producción, regido por el fuerte control ideológico/político al que se someten los productos culturales. En relación a esto, es una constante a lo largo de la historia de las adaptaciones de Dahl la polémica por la censura: ya sobre “Las brujas” de 1990 se quejaba el novelista por la edulcuración de sus historias y la eliminación de secuencias demasiado oscuras para el público infantil.
Y es que la literatura de Dahl se caracteriza por esta puesta en escena de lo perverso, específicamente asociado a la mirada infantil. Algo de eso sobrevive en “Wonka”, aunque sea poco, y resalta a nuestros ojos acostumbrados a las narrativas inofensivas de las películas actuales para todo público. Paul King apuesta a una historia esencialmente inocente acerca de la potencia del amor frente al poder aberrante de la avaricia. Para ello establece un universo aniñado, con personajes caricaturescos y un verosímil maravilloso en el que la maleabilidad de la imaginación triunfa sobre las leyes duras de lo real. La película logra habitar este espacio con personajes que ponen en juego esta dualidad entre inocencia y perversión, y, en su mayoría, da lugar a secuencias entretenidas.
Digo en su mayoría, porque hay algunos personajes flojos, como el Prodnose de Matt Lucas, el Chucklesworth de Rich Fulcher u otro cuyo subplot no termina de funcionar: el cura adicto al chocolate que representa Rowan Atkinson. Acá King, y quien lo acompaña en el guión, Simon Farnaby, parece que quisieron extender la sátira social de la corrupción de los patrones capitalistas a la iglesia. Los resultados son pobres, torpes y poco relevantes en el desarrollo de la trama. La película encuentra sus puntos fuertes en las escenas musicales en las que se pone en juego la relación entre el proceso emocional de Willy por la pérdida de su madre y el sentir colectivo de quienes prueban sus chocolates.
Alcanza “Wonka” en este punto un par de secuencias memorables y muy emocionales. No hay que ignorar que uno de los momentos de mayor intensidad se logra echando mano de elementos establecidos por la primera película de Mel Stuart. Cabe entonces preguntarse hasta qué punto la soltura de “Wonka” depende de la nostalgia por la icónica producción cinematográfica original de 1971, aunque hay dos argumentos en contra: no es constante este referir a dicha película que ya es todo un clásico de culto, ni tampoco ésta tiene una trascendencia tan grande en el imaginario colectivo.
Mi 9 de calificación a esta más que estupenda cinta hecha por las personas detrás de las hermosas cintas de “Paddington”, logran hacer una precuela llena de magia y encanto. Willy Wonka es uno de esos personajes de la literatura infantil que se niega a morir. Creado por el autor británico Roald Dahl (el mismo de “Matilda”, “Jim y el durazno gigante” y “El fantástico Sr. Zorro”), Wonka es el excéntrico dueño de la fábrica de chocolate más famosa del mundo en la novela “Charlie y la fábrica de chocolate”, publicada por primera vez en 1964. En la historia original, llevada al cine dos veces, Willy organiza un concurso especial en el que cinco afortunados niños, seleccionados mediante la compra de sus chocolatinas, tienen la oportunidad de visitar su misteriosa fábrica.
Wonka, con su sombrero de copa de color morado, su chaqueta de terciopelo y su bastón, es un personaje tan enigmático como creativo, conocido por sus innovaciones y extravagancias relacionadas con la producción de dulces increíbles, como los Everlasting Gobstoppers, que nunca se agotan, o los Fizzy Lifting Drinks, que permiten a quienes los consumen flotar en el aire. En 1971, Mel Stuart confeccionó un delicioso musical protagonizado por el gran Gene Wilder y en el 2005 Tim Burton resucitó el relato con una encantadora cinta protagonizada por un Johnny Depp.
Todo apuntaba a que la idea de realizar una precuela ajena a la pluma del autor parecía condenada al desastre inminente. Pero cuando los autores son personas inteligentes, sensibles y de gran corazón, como lo son el escritor Simon Farnaby y el guionista y director Paul King, las cosas pueden tomar un camino muy diferente. Efectivamente, este es el caso de “Wonka”. La cinta es otra prueba más del inmenso talento y carisma que despliega Timothée Chalamet. En este musical, afortunadamente más cercano a la película de Stuart que a la de Burton, Chalamet interpreta a un joven Wonka que llega como un americano en París, decidido a hacer fortuna con las recetas de chocolate inventadas por su madre.