Lic. Ernesto Lerma
La realizadora Sofia Coppola se acerca a la relación entre Priscilla y Elvis Presley en esta bella biografía basada en las memorias de la propia protagonista. No deja de ser interesante la posibilidad de ver en doble programa con “Elvis” de Baz Luhrmann y “Priscilla” de Sofia Coppola. La primera, un acercamiento hiperbólico y desaforado del astro de la música; la segunda, una reposada y melancólica aproximación a la vida en suspenso de Priscilla Beaulieu, quien fuera la esposa de aquel.
De hecho, sería un buen experimento mezclarlas, para completar lo que una y otra eligen poner en off para beneficio dramático. Si a Luhrmann sólo le interesaba la exuberancia y el carácter autodestructivo de Presley, a Coppola le preocupan las consecuencias que ese comportamiento generaba en su pareja. Un complemento válido, de dos películas que parecen también sintetizar a sus personajes por medio de la puesta en escena: “Elvis” bien podría gritarle y aporrear a la apacible “Priscilla” en un vínculo tan tóxico como necesario.
Para Coppola, Priscilla Beaulieu es otra criatura rota, apresada en un sistema, un espacio, un lugar, que no la contiene. Pero a diferencia de otras de sus anti-heroínas, esta Priscilla tiene menos control de su mundo. El camino de la película entonces será ese autodescubrimiento que hace la protagonista, entre la adolescente de 15 años que conoce a Elvis, hasta la mujer que unos años después emprende un camino de independencia y liberación. Lo que en manos de otra directora afecta al subrayado hubiera sido un panfleto gritón, en manos de Coppola es un retrato apocado, sutil, que cae en los lugares comunes.
Y esto no es un desmérito, sino un rasgo de personalidad que hace un sentido: “Priscilla” se ocupa la mayor parte de su metraje en mostrar la vida en espera de la protagonista, encerrada en esa mansión que Elvis edificó como una prisión en la que aprehender la belleza ingenua que representaba su joven esposa. Y la directora usa la desmedida diferencia de altura entre sus protagonistas, Cailee Spaeny y Jacob Elordi, para hablar de esa relación de poder sin tener que recurrir a ningún exceso discursivo. Si bien la presencia de Elvis es más importante de lo que uno se animaría a pensar a priori en una película centrada en la figura de Priscilla, es interesante la manera en que la carrera del artista aparece retratada por Coppola, mayormente a partir de tapas de revistas y conciertos en televisión.
El éxito y la excitación que Elvis generaba en su público sólo surge de forma disruptiva, lateralmente, como ecos de algo que Priscilla no puede asir mientras sigue encerrada en su prisión confortable. Basada en las memorias de la propia Priscilla, la película tiene el doble filtro de lo que la protagonista recuerda de aquellos tiempos y a la vez lo que la propia directora quiere connotar de la experiencia. Y todo tamizado con una perfecta banda sonora, que integra con elegancia a los Ramones, Frankie Avalon, Brenda Lee, The Righteous Brothers, The Ronettes, Santana, a muchos más y sobre todo a Dolly Parton en un final tan concreto como romántico con su clásico “I will always love you”.
La directora norteamericana de las aclamadas y galardonadas cintas “Las Vírgenes Suicidas” (2000), “Perdidos en Tokio” (2003) y “María Antonieta” (2006) nos cuenta cómo los dulces cuentos de hadas terminan de manera amarga en la realidad. Durante poco mas de 110 minutos (otra constante de Coppola es la brevedad de sus películas), vamos a ver cómo el rey se convierte en el prisionero de su propio reino y cómo la reina, quien al principio había idealizado al caballero, intenta liberarse de la prisión. En sus memorias, Priscilla confesó que siempre mantuvo un profundo amor por su esposo, una persona excepcionalmente complicada y sumamente impredecible.
Sofia Coppola logra retratar ese amor de una manera delicada y profunda, sin recurrir a monólogos innecesarios o melodramas recalcitrantes, dejando así que los espectadores lleguen a sus propias conclusiones. Mi 8.5 de calificación para esta peculiar cinta, recordemos que Michelangelo Antonioni fue un director que obtuvo su primera oportunidad para trabajar dentro del movimiento neorrealista, pero que llegó a dominar al cine italiano en los años 60, distanciándose del movimiento para conformar su propia identidad cinematográfica. En sus obras, Antonioni expresó un estilo minimalista, descrito por algunos como de “ausencia estructurada” y una preocupación por el vacío existencial y la banalidad de la clase alta.
Curiosamente, Sofia Coppola, la hija del director de “El Padrino” (The Godfather) (1972) ha evidenciado estar más cerca del cine de Antonioni que del trabajo de su prestigioso e influyente padre. Sin embargo, ella no es una mera imitadora, ya que su estilo e intereses son tremendamente personales y particulares. Sofia no es su padre, como tampoco es Antonioni. Ella es ella. Desde el cortometraje “Lick The Star” (1998), Coppola ha mostrado un gran interés por los personajes femeninos, a menudo adolescentes, los cuales se caracterizan por ser emocionalmente cerrados e introvertidos y quienes se encuentran en una especie de limbo en sus vidas, atrapados en situaciones donde el despertar sexual, la soledad, la frustración, la banalidad, la incomunicación y, por supuesto, el vacío existencial, están siempre presentes e interconectados.
Dichos personajes son las protagonistas de unas cintas que constituyen una filmografía exquisita en donde lo visual predomina sobre los diálogos y las personas predominan sobre la historia. “Priscilla”, el nuevo trabajo de Coppola, no se aleja para nada de los intereses de esta verdadera autora. Basada fielmente en “Elvis y yo” (las memorias publicadas en 1985 por Priscilla Presley), esta cinta, a diferencia de la película hecha para la televisión en 1988, es una apropiación de una historia real que se acopla a unos intereses y perspectivas propios, como sucedió con “Elvis” (2022).