Lic. Ernesto Lerma
Esta reversión musical es casi un pedido de disculpas por parte de Tina Fey, que, por fuera de algunos logros formales, traiciona el espíritu del pequeño clásico del 2004. La versión original de “Chicas Pesadas”, estrenada en el 2004, es un ejemplo sólido de clásico moderno: ya con veinte años encima, se sostiene como una película de su tiempo, pero también como un relato capaz de interpelar las experiencias de las generaciones actuales.
A partir de un libro que no tenía estructura narrativa, pero sí algunos apuntes con potencial, Tina Fey confeccionó desde el guión un relato que presentaba ciertas dinámicas del mundo de la escuela secundaria en versiones extremas, pero aún así creíbles. Y contó como aliados indispensables a una puesta en escena ajustadísima del director Mark Waters, además de un elenco donde nombres como Lindsay Lohan, Rachel McAdams, Lacey Chabert, Lizzy Caplan y Daniel Franzese estaban en estado de gracia.
Pero además era un filme que sustentaba buena parte de sus logros en el hecho de que mostraba, a cada minuto, que no tenía miedo de ofender a nadie. Por lo último dicho previamente es que esta reversión musical sorprende un poco para mal, aunque lo visto no deja de tener lógica. Es que la nueva “Chicas pesadas” está basada en una puesta teatral estrenada en el 2017, pero que la propia Fey comenzó a gestar en el 2013. Es decir, estamos ante un proyecto atravesado por la oleada woke y la corriente dominante del feminismo más reciente, lo que lleva a que haya sido una especie de corrección de la obra original.
Incluso hasta un pedido de disculpas por haber ofendido o ignorado a minorías desde su relato cómico. Por eso es que ahora nos encontramos ante una película que intenta ser una comedia que no ofenda, incomode o genere suspicacia en casi nadie, o por lo menos a un supuesto público objetivo que va al cine para ver confirmado su pensamiento. Lo cual, en el fondo, es un oxímoron: ¿cómo demonios se puede hacer humor sin ofender, incomodar o poner al espectador en lugares por fuera de su zona de confort? Fey trata de lograr esa innecesaria hazaña, y obviamente fracasa en su intento.
Hay un problema un tanto elemental, pero al mismo tiempo complejo, que el musical de “Chicas Pesadas” no consigue resolver, que está dado por la relación entre el metraje y el desarrollo de los conflictos. Para que quede más claro: si en el filme original había planteos que se enunciaban con apenas un par de líneas de diálogo en veinte segundos, en esta reversión se hace necesaria una canción de un par de minutos. Eso produce un hueco en el desarrollo de los personajes, así como en ciertos eventos, que suele ser un desafío que enfrenta cualquier musical, en el que se busca que entendamos lo que les pasa a los protagonistas a través de lo que cantan.
Esos saltos de sentido se intentan compensar en buena medida a través del tiempo: la película del 2004 dura algo más de hora y media, la del 2024 algo menos de dos horas. Pero no alcanza: hay sucesos que, definitivamente no llegan a tener explicaciones consistentes, y en eso, llamativamente, la más perjudicada es la protagonista, Cady Heron (Angourie Rice), la outsider que debe adaptarse a las reglas sociales de la escuela secundaria, y de quien no termina de entenderse cómo pasa de ser una joven dulce e ingenua a un ser entre superficial y despiadado. La música, en vez de aclarar, oscurece, no suma capas de sentido, sino que las resta.
Pero la principal falencia de esta “Chicas pesadas” es la forma en que busca borrar con el codo lo que había hecho su predecesora. Eso se puede apreciar, por ejemplo, en una secuencia musical donde uno de los personajes principales, luego de destapar algunas cuestiones ocultas y saldar cuentas con una adversaria, dice (o más bien canta) que en verdad hay un sistema que fuerza la hipocresía en las mujeres, que las obliga a pretender ser bondadosas y a que todos sus conflictos pasen por debajo del radar. Esa aseveración no solo es discutible a nivel general, ya cansa un poco cómo el feminismo actual patea la pelota afuera y elude responsabilidades propias, culpando siempre a una coyuntura social.
Mi 7.5 de calificación para esta pasable cinta, hay que recordar que hace mucho tiempo existió una talentosa comediante llamada Tina Fey, que trabajaba para un popular programa de televisión llamado Saturday Night Live y a quien le asignaron una tarea casi imposible: adaptar al cine un libro de ayuda a padres llamado “Reinas y aspirantes al trono: Ayudando a tu hija a sobrevivir a grupos, chismes, novios y otras realidades de la adolescencia”, escrito por Rosalind Wiseman. Pese a que era su primer guión para cine, Fey logró cumplir con la asignación superando todas las expectativas.
La película fue un triunfo de crítica y taquilla y convirtió a las jóvenes actrices Lindsey Lohan, Rachel McAdams y Amanda Seyfried en superestrellas. Luego, en 2017, la película conocida como “Mean Girls”, se convirtió en un exitoso musical de Broadway y los estudios de Hollywood, pensando en la cualidad transgeneracional de la historia escrita por Fey, decidieron hacer una nueva adaptación, basada en el musical y con un nuevo elenco de chicas jóvenes, con motivo de la celebración de los veinte años del estreno de la cinta.
Es así como “Mean Girls” se suma al grupo de películas que se actualizan, basándose en sus respectivos musicales de Broadway, como lo fueron la exitosa “Hairspray”, la malograda “The Producers” y la esperada “The Color Purple”; aquí queda claro que esta versión de “Mean Girls” va dirigida a la generación de Tik Tok. Sin embargo, el atractivo de esta nueva cinta en clave de musical, puede que apele más a aquellas que gozaron de jóvenes con la cinta de Lohan y que ahora, en calidad de madres (si lo son), obligarán a sus hijas a acompañarlas a ese lugar retrógrado y antediluviano conocido como “sala de cine”.