Lic. Ernesto Lerma
La nueva integrante de la histórica franquicia es una película de una energía arrolladora, que sólo se detiene en un final casi anticlimático que no está a la altura. Si bien fui un fanático de “Mad Max”, en 2015 “Furia en el camino” me generó una indiferencia más allá de lo normal: una película celebrada con algo de exageración por buena parte de la crítica universal, nominación al Oscar incluida.
Lo que me pasó con el filme de 2015 fue que vi como demasiado estilizado algo que en la trilogía original era más auténtico. “Furia en el camino” es sí una película que deslumbra en sus secuencias de acción, en el uso de los colores y en el vértigo de su narración rugosa, pero que no logra generar un interés más allá de esas explosiones de color y movimiento. Cuando la película se aplaca, cuando para la pelota y piensa, es otro cuento grave con moraleja medioambiental, de los tantos que hay, en el que es casi imposible sentir empatía por algún personaje.
Como si George Miller hubiera notado ese problema, “Furiosa: de la saga Mad Max” es una película que extrañamente casi prescinde de las secuencias de acción (el gran leit motiv de la franquicia) y se preocupa en contar un cuento retorcido y puramente climático de venganza, enmarcado en este universo polvoriento y apocalíptico. Miller junto a su coguionista Nick Lathouris mantienen la estética y mantienen los temas que han alimentado siempre a la saga, pero también toman sus saludables riesgos.
El más notorio es el tiempo que se toman para sentar las bases del conflicto que estallará impactantemente en la segunda mitad del relato. En esa primera parte, que abarca más de una hora, vemos a la pequeña Furiosa (recuerden, esto es una precuela de “Furia en el camino”) siendo secuestrada y usada de botín de guerra, hasta que logra escaparse de una violenta tribu liderada por un Chris Hemsworth evidentemente divertido en ese rol de villano. Ese será el quiebre para los personajes, no sólo porque ingresará Anya Taylor-Joy como la Furiosa adulta sino porque el filme dejará de lado la construcción introspectiva del camino de la protagonista para pasar algo más explosivo y expansivo.
Miller demuestra maestría en ambos terrenos, pero además -y más importante ya que hablamos de un octogenario- una energía que ya envidiarán directores mucho más jóvenes. La virtud de Miller es que nunca confunde velocidad con atropello y las secuencias de acción se lucen por su espectacularidad, pero -sobre todo- por su claridad: siempre entendemos lo que está pasando en la pantalla, las coreografías de las peleas son memorables, casi como una danza demencial.
Ahora bien, también es cierto que, así como Miller construye un gran espectáculo, tal vez el más imponente desde lo audiovisual que se pueda ver en los cines en la actualidad, “Furiosa” incurre en algunos pecados que empantanan un poco las cosas, especialmente sobre el final. Y es llamativo, primero porque los errores tienen que ver con traiciones al espíritu de “Mad Max” y, segundo, porque parecieran significar que no hubo capacidad para resolver los conflictos con imágenes (y el gran fuerte de la franquicia es precisamente la generación de imágenes y movimiento).
Pero aún peor, la discursividad en la que ingresan los personajes funciona como acotación gritada que desconfía de la capacidad del espectador para decodificar la psicología de los protagonistas. Son los últimos veinte minutos de película, que encima resultan anticlimáticos con el vértigo y la energía con que Miller había narrado todo lo anterior. Pequeño desliz que no impide todo el disfrute que genera la película durante dos horas de cine en estado puro.
Mi ocho de calificación para esta más que buena producción fílmica en la que al caer el mundo, la joven Furiosa (Anya Taylor-Joy) es arrebatada del Lugar Verde de Muchas Madres y cae en manos de una gran Horda de Motoristas liderada por el Señor de la Guerra Dementus. Arrasando el Páramo, se topan con la Ciudadela presidida por El Inmortal Joe. Mientras los dos Tiranos luchan por el dominio, Furiosa debe sobrevivir a muchas pruebas mientras reúne los medios para encontrar el camino de vuelta a casa.
Porque haciendo gala de una lucidez envidiable, Miller, a sus 79 años, construye un universo concreto y a la vez alegórico en el que resuena con intensidad el desaliento que se extiende por la realidad actual, logrando lo que Denis Villeneuve intentaba con escaso éxito en su versión de “Dune”, cuyo mesianismo trascendentalista se situaba a años luz de nuestro malestar contemporáneo. Además, cabe señalar que Miller conquista su cometido imbricando la debida gravedad con una estimulante irreverencia humorística.