septiembre 12, 2024
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agosto 13, 2024 | 127 vistas

Lic. Ernesto Lerma

A nivel mundial podría decirse que el filme “De noche con el Diablo” llegó a estrenarse en salas de cine por la vía del boca a boca, es decir, no como un blockbuster hollywoodense preparado y producido con la mayor masividad posible en mente, sino como una pequeña película que fue creciendo.

Con un muy bajo presupuesto porque en algunos sitios se habla sólo de 150 mil dólares en efectos especiales, y un estreno en sólo 1034 salas, recaudó 2.834.867 en su primera semana (en Estados Unidos) y lleva un total de 12.490.477 a nivel global. Esta fórmula suele prometer cine de calidad, o al menos algún gesto de originalidad. Lo cierto es que la película de los hermanos directores Cameron y Colin Cairnes responde a esta expectativa al ofrecer la historia medianamente entretenida.

En ella conocemos a un presentador de late night show que, con el propósito de salvar su programa del olvido, decide entrevistar a una parapsicóloga y a su paciente, una niña que fue criada en una secta satánica y al parecer alberga un ser siniestro en su interior. La excepcionalidad de la película respecto a la mayoría de las producciones de terror que se estrenan en cines se sostiene, principalmente, en sus marcadas decisiones de estilo.

Al orientarse en la década de los años 70 y utilizar el recurso del found footage (metraje encontrado), se permite mantener una fidelidad casi absoluta en relación a las marcas visuales de la televisión de esa época, partiendo de la elección de la relación de aspecto de 4:3 pero también a partir de los colores de los sets, decisiones de fotografía y de sonido, estilos de actuación y los infames title cards o separadores entre segmentos del programa que le costaron extensas polémicas vinculadas al uso de la inteligencia artificial.

La ambientación (en conjunto con el uso de ciertos efectos prácticos) es sin duda simpática, y además coherente con uno de los propósitos del largometraje que es la sátira de la industria de la televisión. En el centro de esa sátira se encuentra nuestro protagonista, Jack Delroy, el cual debe lidiar con la consecuencia de sus decisiones y con lo que ha sacrificado para intentar alcanzar la cima de las mediciones de rating. La película construye esta segunda trama sutilmente, sugiriendo cierta oscuridad en el personaje de Jack, sembrando poco a poco, a medida transcurre el programa, algunos indicios de lo que realmente está en juego para el personaje.

En este sentido, la apuesta desde el ritmo es, si no radical, al menos arriesgada. Al estar sometida a la estructura de un late night de los 70, con algunas filmaciones documentales entre cortes, la narración progresa lentamente, tarda en establecer el plot principal. Por lo tanto, exige al público el esfuerzo de la espera: varios minutos en los que la película apuesta al detalle en la representación del formato del programa de televisión a costo de cierta economía del relato a la que los espectadores estamos acostumbrados.

El payoff para todo este trabajo no deja de ser sensato, al menos cuando uno lo piensa en retrospectiva. A pesar de las numerosas virtudes que podemos conceder a la película de los Cairnes, ésta no termina nunca de despegar del todo. Aunque sea coherente desde una perspectiva racional, el desenlace no satisface emocionalmente. Es una cuestión de clímax pobre: la historia propone al espectador un misterio que debe resolverse y promete un remate explosivo, en el que se liberen, no sólo los secretos ocultos, sino también toda la potencia destructiva de esa fuerza sobrenatural que acecha desde el comienzo.

El momento en el que la narración se resuelve resulta anticlimático, fallido en lo que aporta visualmente. La sensación final es la de una película que, sin pasar desapercibida ni dejar de aportar cosas al espectador, no termina de ser todo lo que podría haber sido. Mi 8 de calificación a esta más que buena cinta pese a su final, como un último late night de show con el mejor especial televisivo de Halloween de la historia que “quedó perdido” y que se presenta a quienes acuden a la sala de cine como “un metraje verídico”, tratando de recrear esa sensación que alguna vez generó “El Proyecto de la Bruja de Blair”.

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