Ernesto Lerma
Entiendo la decepción a nivel mundial tanto de crítica y público de la esperada secuela de la exitosa “Guasón” de 2019, porque esta secuela es una película demasiado sobrecargada de estímulos, con varias apuestas que no funcionan del todo, pero con un nivel de riesgo que es saludable con esa locura compartida.
Desde su exhibición en Italia con el pasado Festival Internacional de Cine de Venecia 2024, esta segunda parte ha dividido opiniones, pero también dejó confundidos a quienes tuvieron la oportunidad de verla antes que el público común. Y es que no es de extrañar hacerse la pregunta: ¿en qué universo el Joker podría ser un musical?
Precisamente la respuesta viene de la mano de Todd Phillips. Desde la primera película se notó la clara influencia e importancia de la música dentro de la narrativa de la película. Después de los primeros asesinatos de Arthur Fleck (Joaquín Phoenix), su mente se liberaba a través de la música a cargo de Hildur Guðnadótti, lo vimos bailar en el baño, en las escaleras, incluso antes del show de Murray (Robert De Niro), fuimos espectadores del ascenso de Fleck a la locura a través de cada pieza musical.
El “Guasón”, “Joker” para los amigos, es uno de los villanos más famosos de la cultura popular. En su mente se conjugan tantos factores tan distintos que a veces lo vemos como un niño grande y otras, como en las dos películas que le ha dedicado Todd Phillips, como un asesino en serie que responde con violencia extrema a un sistema igualmente inhumano. Justo en estos días “Joker 2” se estrenó en las salas de todo el mundo y el villano se pone de nuevo bajo la lupa, por lo que le daremos un trato especial a esta, una de las mentes más retorcidas de la villanía en el universo de los cómics y las películas surgidas de ellos.
La película, una mezcla de drama criminal y musical tradicional, nos sirve en esta ocasión para hablar de Joker desde el ángulo de la psiquiatría, porque algo de realidad existe en las coloridas fantasías por las que nos invita a pasear la cinta. “Guasón 2: folie à deux” es una de esas películas de las que parece casi imposible escribir algo sin hacerse eco del contexto. Es que desde su estreno mundial se ha venido diciendo que la película era un absoluto desastre, discurso que prendió en todas las redes sociales y que se convirtió en una sentencia.
Uno, al final, termina viéndola para comprobar si es tan así, que “Guasón 2” es un desastre, una película bochornosa, lo peor que se ha filmado en mucho tiempo, que por supuesto no es así. Claro, lo sabemos, cuando se construye un relato tan fuerte van a comenzar a surgir las voces opuestas, que buscan exageradamente ponerse en la vereda de enfrente, por lo que ya aparecen las voces que dicen que esta secuela no sólo no es mala, sino que es mejor que la primera, una película incomprendida.
El tema es que estamos inmersos en una época donde importa más el gesto que el objeto de análisis en sí: ya no importa si esta secuela es mala o buena, sólo importa decir algo para ubicarse en un lugar determinado. Esta puede ser una película fallida, ambiciosa por demás, desbordadamente pretenciosa, algo barroca en sus modos, pero nunca deja de ser una película curiosa, inquieta, que no se duerme en los laureles. Un riesgo muy poco habitual en el mainstream actual del cine hollywoodense. Una película que piensa la palabra secuela en varias acepciones.
Obviamente aquella que habla de una continuación, pero también de la secuela como consecuencia de los hechos de la primera parte o secuela como trastorno que queda tras una lesión, algo que puede ser entendido como aquello que la película misma volcó sobre los espectadores y que llevó a algunas lecturas políticas un poco complicadas, de las que ahora quiere tomar distancia.
Mi ocho de calificación a esta, para mi criterio y gusto, buena cinta que, si bien no logra superar al filme original de hace cinco años en un oscuro musical que explora el sufrimiento de dos villanos de “Batman”, pero sin ofrecer esperanza ni luz. La historia canónica de “Batman” nos dice que el pequeño Bruce Wayne, un niño que lo tenía todo, vio como sus padres eran asesinados brutalmente, víctimas de un atraco en un callejón. Bruce decide abrazar la oscuridad y la usa para ayudar a los demás.
En otras palabras, este personaje, producto de la fantasía, nos enseña cómo los traumas deben ser sublimados, convertidos en algo asociado a la vida, al cuidado, al servicio y a la luz. Esta secuela, Folie à Deux, es otro ejemplo de cómo los musicales, tradicionalmente una vía de escape hacia mundos de fantasía, intentan alejarnos de la cruda realidad.
Sin embargo, en este caso, el uso del musical se siente más como un recurso narrativo hueco que no logra cumplir su promesa. En lugar de llevarnos hacia una realidad alternativa o proporcionarnos una pausa emocional, la película nos arrastra más profundamente en la oscuridad psicológica de sus personajes, sin ofrecer una luz al final del túnel.
Arthur Fleck (¿Joker?) encarnado por Joaquin Phoenix, no usa la música para escapar de su propio dolor; en cambio, se queda atrapado en su trauma, pasmado e incapaz de moverse hacia adelante. La película refuerza esta pasividad al presentarnos a un Joker que abraza su oscuridad, pero sin la fuerza ni la determinación de hacer algo más que ser testigo de su propio deterioro.