LOS ÁNGELES, California, octubre 30, (Agencias)
Los últimos momentos de Liam Payne siguen envueltos en incertidumbre. Los investigadores de Buenos Aires creen que el músico de 31 años estaba solo en su suite de hotel cuando cayó de un balcón en el tercer piso, falleciendo debido a las heridas.
Mientras la investigación sobre las circunstancias que contribuyeron a la muerte de Payne está en curso, la escena que dejó atrás (un televisor destrozado e informes de comportamiento errático y agresivo) pinta un retrato desgarrador de momentos finales de confusión.
Con tan solo 16 años, Payne saltó al estrellato como miembro de One Direction después de aparecer en “The X Factor” en 2010, y pasó la mitad de su vida bajo la mirada implacable del público. Ahora, su muerte reaviva conversaciones sobre los problemas de salud mental y adicción que afligen a las estrellas jóvenes.
“Todos te hemos decepcionado. ¿Dónde estaba esta industria cuando la necesitabas?”, escribió Sharon Osbourne, ex jueza de “The X Factor”, en una audaz crítica que hizo en redes sociales a una máquina de entretenimiento acusada de descuidar el bienestar emocional y mental de sus talentos.
Osbourne no fue jueza en ninguna de las temporadas de “The X Factor” en las que apareció Payne, pero sus palabras resuenan profundamente: “Eras solo un niño cuando entraste en una de las industrias más difíciles del mundo. ¿Quién estaba de tu lado?”, se cuestionó.
Esta semana, Guy Chambers, compositor y amigo del cantante Robbie Williams, le pidió a la industria discográfica que se abstenga de trabajar con talentos menores de 18 años. “Creo que poner a un chico de 16 años en un mundo de adultos como ese es potencialmente muy perjudicial”, expuso.
Cuando estaba vivo, Payne dijo que la fama mundial que trajo consigo el meteórico ascenso de One Direction fue algo que le resultó difícil de manejar. En 2021, durante una entrevista en el podcast “The Diary of a CEO”, Payne describió con franqueza la intensa presión profesional que sintió durante su juventud.
“En la banda (…) la mejor manera de protegernos, debido a lo grandes que nos habíamos vuelto, era encerrarnos en nuestras habitaciones. ¿Qué había en la habitación? Un mini-bar. Así que en un momento dado pensé, voy a hacer una fiesta para uno solo, y eso se prolongó durante muchos años”, recordó.
En 2019, el rostro de Payne en las portadas contaba su propia historia: hinchado por lo que él describió como su fase de “pastillas y alcohol”. En una entrevista de ese momento con Men’s Health Australia, comparó los efectos adormecedores del alcohol con “ponerse el disfraz de Disney antes de subir al escenario”. Pero con el tiempo, la escapatoria se volvió tóxica.
Sin embargo, en muchos sentidos, la historia de Payne está lejos de ser única. Los expertos en salud mental advierten desde hace mucho tiempo sobre los peligros del estrellato a temprana edad, verse empujados a la fama y la fortuna antes de que sus cerebros y mecanismos de afrontamiento emocional estén completamente desarrollados puede conducir a múltiples problemas.
La historia de Liam Payne, aunque desgarradora, sirve como un duro recordatorio del inmenso costo que la fama puede tener para los más jóvenes. El suyo no es un caso aislado, sino parte de una narrativa más amplia sobre la fragilidad de las estrellas jóvenes en una industria que a menudo no logra protegerlas cuando más lo necesitan.