Lic. Ernesto Lerma
En un universo cinematográfico que agoniza de fracaso en fracaso, el cierre de la trilogía “Venom” representa un pequeño saldo positivo para Sony. Luego de una primera película que, pese a algunos pasajes de comedia, se tomaba demasiado en serio a sí misma, la franquicia logró enderezar su rumbo a partir del rol preponderante adquirido por el propio Tom Hardy. Coautor de las historias en las últimas dos películas, el protagonista fue el primero que entendió cuál era el camino artístico que debía seguir la saga más allá del rédito económico y de cierto respaldo del público objetivo.
Después de haberlo intentado con fallas en “Venom: Carnage liberado”, consiguió que “Venom: el último baile” se transforme en un disparate de acción, comedia y amistad que avanza entre el devenir de sus conflictos y un montón de arbitrariedades divertidas e, incluso, conmovedoras. Uno de los grandes aciertos de la directora y guionista Kelly Marcel es que no hay nada impostado en “Venom: el último baile”. Esta tercera entrega presenta a Eddie Brock y Venom en fuga constante. Otra vez perseguidos por la justicia, los militares se suman a la caza de los dos amigos para experimentar con el extraterrestre.
Sin embargo, el panorama rápidamente se complica cuando Knull (Andy Serkis), una poderosa entidad interdimensional creadora de los simbiontes, envía monstruos por todo el multiverso para que encuentren a Venom porque porta un códex que lo liberaría de su prisión. Asediados en varios frentes, Eddie y Venom intentan llegar a Nueva York para establecerse, pero las emboscadas constantes provocarán que desvíen sus rumbos para finalmente salvar al mundo y al multiverso. “Venom: el último baile” principalmente es una película de amistad.
El relato está centrado en el final de viaje que Eddie y Venom han realizado desde 2018. De manera inteligente, la narrativa se pone al servicio de estos personajes en fuga, desde sus días de incógnito en México hasta cómo sobreviven al asedio constante de monstruos y militares por cielo, tierra y agua. Como nunca en la trilogía, se logra transmitir la calidez genuina de una relación construida a la fuerza y a los golpes. Más que amigos, parecen una pareja que viven quejándose del otro pero que no pueden (ni quieren) vivir separados. De hecho, la película apela a ciertos pasajes totalmente arbitrarios, nada relacionados con el conflicto principal, para consolidar esta amistad, como el encuentro con la señora Chen (Peggy Lu) en Las Vegas o el viaje en ruta con la familia hippie.
Pero la decisión de centrar la historia y la carga emotiva en la relación Venom – Eddie provoca que el conflicto, los villanos y buena parte de los personajes secundarios queden desdibujados. Ante ello, Knull aparece sentado como una entidad extremadamente peligrosa, pero el terror que infringe sólo está respaldado a base de los relatos sobre su poder. En tanto, los monstruos que llegan a la Tierra son poco más que perros de caza hechos con CGI, mientras que la fuerza del ejército y los científicos se desinfla con el paso de los minutos. Si bien se intenta darles un mayor vuelo narrativo a las científicas Teddy Paine (Juno Temple) y Clark Backo (Sadie), su humanidad y sus acciones heroicas siempre quedan a la sombra del dúo protagónico.
No sólo porque la historia de Eddie y Venom se impone sobre el resto, sino porque la construcción de ese vínculo apelando a la calidez, la complicidad y la nobleza de ambos genera un atractivo más grande que cualquier elemento de la película. Encima, hacia el final de la historia las decisiones y los gestos que, salvando las diferencias, se encuentran en línea con ciertos pasajes clave de “Mi amigo robot” y “Robot salvaje” terminan coronando la aventura de esta versión deformada de “Thelma y Louise”. Afortunadamente, Hardy comprendió a tiempo que, entre tanto artificio y pose canchera, poner el corazón sobre todo era imprescindible para darle humanidad a un universo intrascendente que está a días del colapso.
Mi 7.5 de calificación a esta cinta, en el cine de Hollywood recordemos que la compañía fílmica en 2018, Sony, dueña de los derechos cinematográficos de “El Hombre Araña” y sus personajes asociados, lanzó la primera película centrada en “Venom”, protagonizada por Tom Hardy como Eddie Brock. Aunque desconectada del Universo Cinematográfico de Marvel (MCU) propiedad de Disney, la película ofreció una interpretación entretenida pero irregular del personaje. A pesar de que muchos fanáticos esperaban una adaptación más fiel a la atmósfera sombría del cómic, la película optó por un enfoque más accesible.
La actuación de Hardy y la química con su simbionte, fueron lo más destacado de la película, a pesar de una historia efímera y convencional; esta tercera entrega de la saga, supuestamente cierra el ciclo de la historia de Eddie Brock y su simbionte. Sin embargo, esta película no logra añadir ni quitar nada significativo a la saga. Sí, es más violenta y vulgar que las anteriores, pero se siente desconectada no solo del MCU, sino también de su propia mitología, lo que deja a los fans frustrados.