Lic. Ernesto Lerma
La secuela de Ridley Scott a 24 años de la cinta original es una película mucho más divertida y desfachatada en el uso de la violencia, y con un sentido más heroico y terrenal porque recuerdo que, aunque nunca entendí demasiado el éxito de “Gladiador” en el 2000, mucho menos los premios obtenidos y su persistente espacio en la memoria emotiva de los espectadores.
Esto último, seguramente, haya sido lo que motivó a Ridley Scott a retomar la historia, con una secuela veinticuatro años después: que, a los casi 87 años de edad, como los que está a punto de cumplir el bueno de Ridley, quién se va a negar a una película con la potencia como para ser un éxito mundial de taquilla. De algo estoy seguro, Scott no se anda con cosas chiquitas.
También de algo estoy seguro, podríamos poner una escena de estas en sus otros filmes como “Napoleón” (2023), una de “Napoleón” en “Cruzadas” (2005), una de “Cruzadas” en la original “Gladiador” y nadie se daría cuenta, más que por los vestuarios y los detalles de época. Que así de espectacular, y de impersonal, es el cine de Ridley Scott. Si algo tiene de bueno esta secuela es que precisamente ese costado más o menos verista con detalles históricos resulta cuanto menos discutible, con la utilización de nombres reales de la historia romana, pero con recorridos absolutamente apócrifos con relación a los originales.
Es como aquella una película que habla del arte de la guerra y de la política, con especial lucimiento del reptil villano que interpreta Denzel Washington, pero que logra levantar un poco el interés cuando se corre de ese objetivo y se vuelve una experiencia bastante gore, con un pie en el pulp y una violencia decididamente gráfica. Un espectáculo sangriento que tiene la habilidad para atravesar la pantalla y poner al espectador, como ser que goza ante la violencia, en pie de igualdad con la horda de fanáticos que concurren a la arena del Coliseo.
No sé si Scott se plantea esa reflexión decididamente, pero es imposible no largar la carcajada ante cada decapitación o cercenamiento de alguna extremidad por parte de sus salvajes personajes. A lo pulp y a lo gore, “Gladiador II” le suma una desfachatada trama casi de folletín o de telenovela, con hijos y madres que se distancian y se reencuentran en un melodrama pasado de rosca, con traiciones palaciegas a la orden del día y dos hermanos emperadores, Geta y Callacara, que hacen que aquel villano de Joaquin Phoenix en el filme original parezca sutil. Como en la mayoría de sus películas, nunca sabremos si Scott planificó que las cosas sucedan de la manera ridícula que suceden o si sólo se trató de la impericia para encontrar el tono adecuado.
Contra el cinismo del cine contemporáneo no está mal que Scott se mande con este héroe de corte clásico. Sólo en esa comparación es que “Gladiador II” se convierte en una película aceptable. En todo caso, más allá de su añejo discurso elitista, “Gladiador II” falla no por ser tan retrógrada ni, mucho menos, por abrazar con entusiasmo tanto anacronismo ridículo. Más bien, la más reciente película de Scott fracasa por intentar una seriedad temática que no encaja en lo absoluto con secuencias como las de los babuinos rabiosos o la del Coliseo lleno de agua, con todo y tiburones nadando.
Mi nueve de calificación para “Gladiador II” que es muy evidente que lo último que le interesa a Ridley Scott es seguir el mínimo rigor histórico. Y, en sentido estricto, ningún cineasta debería preocuparse por eso. Si alguien se molesta porque, por ejemplo, en “Gladiador” vemos que Cómodo (Joaquin Phoenix) asesina con sus propias manos a su padre, Marco Aurelio (Richard Harris), cuando se sabe perfectamente que el filósofo murió de peste, pero lo dejamos pasar porque queda bien dentro de la trama presentada.
El cine no nació para dar lecciones de historia. Y menos el cine hollywoodense de togas y sandalias, también conocido como péplum o, parafraseando a cierto cantante español, como “cine de romanos”. Así que cuando, en una escena de “Gladiador II” vemos a un personaje que lee un periódico impreso (más de mil años antes de la invención de la imprenta), no hay que indignarse ni pegar de gritos, sino soltar la carcajada, solo hay que dejarlo pasar y seguir mirando.