enero 7, 2025
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enero 6, 2025 | 91 vistas

Francisco Ramos Aguirre.-

Ciudad Victoria, Tamaulipas.-
Arrieros somos y en el camino andamos, es un dicho popular entre quienes ejercían uno de los oficios representativos de México. Estos personajes se dedicaban a transportar en mulas cualquier mercancía relacionada con abarrotes, bultos de algodón, sal, contrabando, alimentos, leña, equipaje, metales, correo, pulque y otros productos. Era común que transitaran entre planicies, caminos de herradura, veredas, terrenos montañosos, barrancos, cuestas y peligrosas serranías. Basados en esta experiencia, algunas carreteras tienen su origen en las veredas trazadas por los arrieros con técnicas empíricas.

Quienes se dedicaban a la arriería estaban conscientes de los riesgos que implicaban aquellos interminables viajes. No solo estaban dispuestos a resistir tormentas, ventarrones, bajas temperaturas, huracanes, ataques de animales salvajes, caídas, desvelos a campo raso y accidentes; sino también lidiaban con asaltos de indios bárbaros de la frontera, traficantes y bandoleros que merodeaban los caminos. Cualquiera podía aprender a silbar, pero no a solventar tantos sacrificios. Como dice el dicho: “No todos los que chiflan son arrieros.”

Durante la Colonia del Nuevo Santander -hoy Tamaulipas- se tienen noticias de las sendas o caminos de herradura existentes entre el puerto de Solo la Marina y Saltillo “…abundante siempre de pastos y aguales, y como no hay necesidad de que las bestias coman grano, es barato el flete de 6 pesos por carga de 12 arrobas.” El tramo carretero de Soto la Marina-San Luis y Real de Catorce fue considerado el más problemático y difícil porque atravesaba la Sierra Madre Oriental. “Era el más transitado por los arrieros de la Colonia con motivo de la continua extracción de Sal de la Costa que se consume en el beneficio de los metales.”

 

LA CULTURA DE LA ARRIERÍA

Durante el siglo XIX y principios del XX se generó en determinados pueblos y villas de Tamaulipas una importante cultura relacionada con a arriería. Entre las rutas más transitadas por las caravanas de arrieros se encontraban Cerritos-Tula, Tula-Santa Bárbara, Santa Bárbara-Magiscatzin-Altamira-Tampico y Tula-Palmillas-Miquihuana-Victoria. Su presencia en los alrededores de la zona semidesértica del entonces llamado Cuarto Distrito, se constata cuando el general Pedro A. González al mando de 600 soldados, se apersonó en la Hacienda de Calabacillas y dispuso arbitrariamente pastura y otros productos agrícolas que distribuyó entre la tropa y arrieros.

Al partir del porfiriato, Tula, Ocampo y Palmillas eran centros clave de arrieros que se desplazaban entre San Luis Potosí, Ciudad Victoria y Tampico. Por tal motivo, además de la Plaza de los Arrieros, en Tula existía el servicio de corrales para las mulas y una posada. Uno de los arrieros de esa región era Candelario Carrera, trabajador de la Hacienda de Calabacillas y padre de Alberto Carrera Torres, quien se convirtió en general revolucionario.

Los arrieros acostumbraban descargar sus mercancías en centros comerciales de importancia. Por ejemplo, a principios del siglo XX existías plazas de arrieros en Tampico, Ciudad Victoria, Nuevo Laredo y Matamoros. La primera se ubicaba “…muy cerca de la entrada por la parte de tierra” y medía igual que la Plaza de la Constitución, es decir, “cien varas en cuadro.”  La Plaza de los Arrieros de Victoria estaba sobre la Calle Real a una cuadra de la Plaza Principal. En 1850 existía en Altamira una plaza donde llegaban los arrieros, luego de transitar un camino desembocaba en el Paso de Doña Cecilia.

 

LOS ARRIEROS DE LA FRONTERA

Durante varias décadas, quienes desempeñaban este oficio fueron contratados como parte de los ejércitos mexicanos. En 1842 El Siglo Diez y Nueve de octubre publicó una crónica con motivo de la guerra El Río Bravo del Norte donde su autor describe a los arrieros de la frontera de características “…barbones, tostados por el sol, con sus sombreros tendidos y sus pecheras de cuero alternando sus silbidos con el ronco arre, que tan perfectamente comprenden los animales, detrás del atajo van los soldados enfermos…”

Al inicio de la Guerra de Intervención Francesa llegó a Victoria una caravana de seis caballos, seis mozos y dos mulas de carga que formaban parte de la comitiva de Concha Lombardo, esposa del general Miramón, dispuestos atravesar la Sierra Madre con destino a la capital del país. Las mulas conducidas por los arrieros iban cargadas de “…un colchón, unas almohadas, varios cobertores de lana y unos largos bastones para formar una tienda de campaña, la otra mula llevaba nuestros baúles y algunos comestibles… A las seis de la mañana, salimos de la Capital de Tamaulipas…Al día siguiente, cuarto de nuestro viaje, caminamos todo el día y al anochecer llegamos a Tula, segunda ciudad del Estado de Tamaulipas.”

En octubre de 1867 cerca de la Hacienda El Chamal -entre una serranía cercana a Santa Bárbara- un grupo de arrieros reportó que mientras se desplazaban por lo alto de la montaña observaron alrededor de 40 cadáveres pertenecientes a tropas del general Pedro José Méndez, quienes se enfrentaron al ejército francés. En Tula de Tamaulipas, los comerciantes españoles de esa época surtían mercancías para sus almacenes. Uno de ellos era Andrés Dosal, quien fue acusado de contrabando por el presidente municipal, quien ordenó apresarlo junto a unos arrieros al momento de entregar la mercancía.

En 1878, según el censo de ese año, Ciudad Victoria tenía siete mil 437 habitantes, entre ellos 19 arrieros y ocho herreros, encargados de abastecer de herraduras a los equinos. En diciembre de 1882, en un afán de mantener el control del mercado local, las autoridades de Tampico se quejaron contra los monopolios de mercancías. En concreto, porque diversos productos eran introducidos por los arrieros, quienes las vendían a los comerciantes mayoristas y ellos los ofrecían al público a mayor precio.

 

YENDO DE TULA A VICTORIA

El auge de las haciendas durante el porfiriato detonó la economía de Tamaulipas. Con ello surgió la necesidad de transporte de mercancías, principalmente agropecuarias. En algunas regiones este problema se resolvió gracias al ferrocarril y carreteras modernas. Sin embargo, todavía en los años cuarenta la comunicación entre Victoria y los municipios del Cuarto Distrito era complicada, debido al difícil cruce de la Sierra Madre Oriental.

Definitivamente, estos factores favorecieron al menos hasta mediados del siglo pasado la sobrevivencia de numerosos arrieros, acostumbrados a recorrer el legendario Camino Real con la ruta Jaumave-Palmillas-Tula. El destino más importante era Ciudad Victoria, donde llegaban con sus recuas cargadas de leña, tunas, carbón piloncillo, ixtle, maíz, mezcal y otros productos. En su trayectoria, pasaban por El Capulín, El Cañón de los Arrieros, Palmillas, Paso de la Vaca, Monte Redondo, Ébano, Jaumave, La Maroma, La Mula, La Puerta, Huizachal, La Joya, La Libertad, La Reforma, Progreso, La Paz, Charco Puerco y Tamatán. En algunos de estos sitios los arrieros aprovechaban para descansar, comer y proporcionarle agua y pastura a las mulas.

Después de numerosos obstáculos geográficos, el último tramo que recorrían era la calzada de Tamatán. Después bajaban por la avenida Rómulo Cuéllar o Democracia, viraban hacia el norte y se dirigían por la calle de los Arrieros -actual Benito Juárez.-  hasta la Plaza del Mercado. El siguiente paso era la entrega de mercancías a sus destinatarios, quienes se encargaban de comercializarlas en sus almacenes, casillas del mercado y tendajos.

JR

 

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