Ernesto Lerma
La directora Halina Reijn se atreve con esta versión erótica de una Madame Bovary del siglo XXI. La alta ejecutiva Romy, interpretada por una formidable actriz australiana Nicole Kidman, se daba alguna con otra alegría para el cuerpo con un jovencísimo amante, al que daba vida el actor Harris Dickinson. Una historia a espaldas de su marido, nuestro queridísimo Antonio Banderas, que encontraba el culmen con una protagonista retorciéndose en la alfombra sucia de una habitación de hotel. Sin grandes movimientos de cámara o aspavientos de sus protagonistas, el clímax de Kidman en primer plano lo es todo.
En la trama, a pesar de los riesgos y los prejuicios, una directora ejecutiva muy exitosa comienza una aventura ilícita con su pasante mucho más joven, desafiando las convenciones sociales y los límites personales. A medida que el romance secreto avanza, ambos enfrentan los dilemas morales y emocionales de su relación, explorando el poder, el deseo y los conflictos internos que surgen de una conexión tan intensa como arriesgada. Este tórrido thriller donde Nicole Kidman celebra la libertad femenina con mucho erotismo dirigido por la neerlandesa Halina Reijn compitió por el premio León de Oro en la Mostra de Venecia 2024.
Las dos primeras escenas de ‘Babygirl’ ilustran a la perfección el discurso que se propone construir la neerlandesa Halina Reijn, la directora del filme, toca el tema sobre la represión de la sexualidad femenina. En la primera escena, Romy aparece, en primer plano, practicando el sexo con su marido, Jacob (Banderas). En la segunda, vemos como Romy, esa misma noche, escapa de hurtadillas a otra habitación de su propia casa donde se masturba viendo una película porno en la que una mujer es sometida por un hombre. En la primera escena, el orgasmo de la mujer, que ahora sabemos que era fingido, se presentaba como un simulacro ruidoso; mientras que, en la segunda, Romy se tapa la boca para no emitir gemidos durante su onanista clímax sexual.
De este modo, ‘Babygirl’, como antes hicieron obras como ‘Creatura’ de Elena Martin o ‘Pobres criaturas’ de Yorgos Lanthimos, explora el universo de la sexualidad femenina con la intención de sacudir el imaginario de un mundo, el actual, todavía aposentado sobre prejuicios y dogmas que coartan la libertad de las mujeres. Para elaborar su particular oda a la emancipación femenina, Reijn decide poner el foco en la paradójica figura de Romy, quien ostenta una posición de poder y autoridad como alta ejecutiva de una empresa de comercio electrónico, pero que experimenta una fuerte insatisfacción sexual por la imposibilidad de hacer realidad la fantasía de ser dominada. Ambas cuestiones –la autoridad profesional y la frustración sexual– encuentran su contrapeso en la figura del joven Samuel (Harris Dickinson), un becario que llamará la atención de la protagonista por su atractivo y su talante atrevido.
Con estos ingredientes, la cineasta –que posee una larga trayectoria como actriz– va perfilando un thriller que confronta el carácter indomable de las pulsiones humanas y las rígidas fronteras perfiladas por la ortodoxia social; esencialmente, los valores familiares y las jerarquías laborales. Esta película nos presenta la compleja relación de poder y deseo entre Romy y Samuel; su vínculo funciona como un juego de “gato y ratón” en el que las posiciones de poder están en constante cambio. A través de esta relación, Reijn desafía cinematográficamente las normas tradicionales y plantea preguntas fundamentales sobre cómo el poder y el deseo interactúan en un mundo en transformación.
Mi ocho de calificación a esta cinta, porque si ‘Babygirl’ alcanzar unas ciertas cotas de transgresión es gracias, sobre todo, a la valentía de Nicole Kidman, quien –en un gesto que puede remitir a los tiempos de ‘Eyes Wide Shut’ de Kubrick– pone su cuerpo al servicio del proceso de liberación de su personaje, aunque cabe decir que el plano más chocante de la película es aquel en el que Romy aparece inyectándose Botox en el rostro. Que este plano altamente confesional impacte más que las escenas sexuales de la película ilustra el carácter comedido de estas últimas, que a veces parecen más propias de una comedia romántica que de un thriller erótico. La directora, Reijn, participó como actriz en ‘El libro negro’ de Paul Verhoeven y, en ese sentido, ‘Babygirl’ parece proponer una relectura en clave feminista de los thrillers sexuales con los que el neerlandés agitó Hollywood en la década de 1990.