Lic. Ernesto Lerma
Recientemente nominado al Premio Oscar 2025, Sean Baker, conocido por su cine profundamente humanista y su habilidad para retratar las vidas de personas marginadas con sensibilidad y autenticidad, ha consolidado una trayectoria única en el cine independiente. Películas como “Tangerine” (2015) y “The Florida Project” (2017) demostraron su maestría para mezclar tragedia y comedia, con personajes carismáticos y realistas que luchan por sobrevivir en entornos difíciles.
Con “Anora”, Baker lleva este estilo característico a un nuevo nivel, presentando una historia que mezcla romance, drama social y un toque de humor negro, a la vez que nos ofrece una comedia romántica que evoca cintas como “Noches de Cabiria” (1957), “Risky Business” (1983) y “Pretty Woman” (1990), pero con un enfoque mucho más crudo y honesto sobre el mundo del trabajo sexual. En la ganadora de la Palma de Oro en el pasado Festival de Cannes, Baker construye una narrativa colmada de energía y emoción, centrada en la vida de Ani.
Ella es una trabajadora sexual interpretada por una soberbia Mikey Madison. La película, aunque está llena de momentos cómicos y situaciones patéticas, nunca pierde de vista la dureza de la realidad que Ani enfrenta. Como en el cine de Aki Kaurismäki, donde la tristeza y la esperanza coexisten en armonía, Baker consigue equilibrar el tono ligero de una comedia romántica con la crudeza de un drama social, mostrando tanto los momentos de triunfo de Ani como sus derrotas.
La historia sigue a Ani mientras navega por un romance con Iván, un joven ruso hijo de un oligarca, interpretado por Mark Eydelshteyn. Aunque el planteamiento recuerda a “Pretty Woman”, Baker no ofrece una fantasía de escapismo. En su lugar, “Anora” es una mirada agridulce a las dificultades de quienes sobreviven en la periferia de la sociedad, donde el poder y el dinero dictan las reglas, y el amor nunca está exento de condiciones. Las secuencias de lujo, con Ani disfrutando de una vida de excesos al lado de Iván, se ven pronto ensombrecidas por la intrusión de la familia adinerada del chico, que intenta deshacerse de la prostituta.
Si bien “Noches de Cabiria”, “Pretty Woman” y “Risky Business” exploraron la vida de las trabajadoras sexuales dentro de una estructura más idealista, “Anora” se siente a veces más cercana a películas como “Whore” (1991) de Ken Russell y “The Girlfriend Experience” (2009) de Steven Soderbergh. Al igual que estas, “Anora” no romantiza la vida de sus personajes, sino que muestra las complejidades de un mundo donde el sexo es una transacción, pero también puede convertirse en un vehículo para el poder y la agencia personal. El personaje de Ani no es una víctima que espera ser rescatada, sino una mujer que toma el control de su vida y sus decisiones.
La capacidad de Madison para interpretar tanto a una luchadora feroz como a una mujer que anhela ser vista y comprendida la coloca en el centro de la película. Madison aporta una presencia magnética que equilibra la fuerza externa de su personaje con su emocionalidad interna. Su interpretación en “Anora” es, sin duda, su conversión en estrella, y Baker supo aprovechar su talento al máximo. Uno de los grandes aciertos de Baker en “Anora” es su recreación de Nueva York como un personaje más de la película. Con la cámara de Drew Daniels (el fotógrafo de la serie “Euphoria”), Baker captura la ciudad de una manera que recuerda al cine de los años 70, con tonos cálidos y texturas que añaden una sensación de realismo.
Al igual que en “The Florida Project”, Baker tiene una habilidad especial para mostrar los rincones menos glamorosos de la ciudad sin caer en el miserabilismo. Los barrios y los personajes secundarios que rodean a Ani se sienten vivos, auténticos, llenos de pequeñas historias que enriquecen la trama principal. Además, la película presenta un subtexto sobre las dinámicas de clase que permea la relación entre Ani e Iván, y la forma en que ambos están atrapados en diferentes tipos de servidumbre, uno por su riqueza y el otro por su necesidad de sobrevivir.
Le otorgo mi nueve de calificación a esta cinta que seguramente dará de qué hablar en esta temporada de premios en Hollywood, porque se sabe, desde que el infame Borís Yeltsin decidiera unilateralmente el final de la Unión Soviética en 1992, Rusia se llenó de oligarcas. Por lo general, miembros de la intelligentsia con acceso privilegiado a puestos de la administración pública que aprovecharon las ruinosas privatizaciones de los noventa para hacerse con ingentes cantidades de dinero y así transformar por completo la fisonomía de la sociedad rusa.
La película está dividida en tres actos claramente demarcados (romance, persecución y consecuencias), a la manera de los cuentos clásicos en los que el filme elige reflejarse. Este verdadero tour de force tiene en la Cenicienta un claro ejemplo, sólo que acá las cosas no siempre salen como quisieran los personajes. Y si algo hay que reprocharle al director es cierta liviandad en la construcción de los mismos. Uno se queda con las ganas de rascar más allá de algunas superficies y estereotipos. Aunque, todo sea dicho, la memorable escena final condensa de manera impecable lo que Baker se propone contar.