abril 2, 2025
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abril 1, 2025 | 41 vistas

Lic. Ernesto Lerma

Recientemente sobre “Blanca Nieves” se viene hablando de cualquier cosa con las opiniones pro-Hamas de Rachel Zegler, los posicionamientos pro-Israel de Gal Gadot, el rol y la apariencia de los enanos, el carácter mestizo de la protagonista por ejemplo, menos de cine, precisamente porque no estamos ante una película o algo parecido al arte cinematográfico. 

Yo agregaría que ni siquiera hay una historia, algo que se esté relatando, sino todo un producto que junta imágenes y sucesos con una coherencia ínfima, porque ni siquiera cuenta con ideas de cualquier tipo que sean relativamente consistentes. Sí debo decir que, al menos por unos minutos, “Blanca Nieves” me produce una sensación que acerca al film de Marc Webb -cuya carrera viene entrando en la intrascendencia hace un rato largo- a algo parecido al cine. 

Es durante las primeras apariciones de los siete enanos, transformados, con el objetivo de no ofender a minorías -o, por lo menos, a Peter Dinklage-, en criaturas digitales que se pretenden queribles, pero que inicialmente son bastante atemorizantes. Involuntariamente, la película se acerca al terror, a lo perturbador, aunque a medida que progresa el metraje esas atmósferas se disuelven, apabulladas por una estética colorinche y plana a la vez, además de una narración que es una maquinaria torpe, burocrática e irremediablemente aburrida. 

Otro comentario subjetivo: vi “Blancanieves y los siete enanos” cuando era muy chico y mi recuerdo era demasiado borroso como para hacer la esperable comparación con esta nueva versión. Pensé que esta ausencia en mi mente del clásico de 1937 iba a jugar a favor de esta actualización, pero “Blanca Nieves” tampoco funciona sin el peso comparativo, porque no puede agregar nada significativo al relato original de los Hermanos Grimm. 

Y eso que a cada minuto se nota esa voluntad por querer decir algo transformador o seudo trascendente, aunque precisamente ahí está el gran problema de la película: todo está dicho de forma explícita, remarcada, sin herramientas cinematográficas, por lo que sus ideas woke no tienen impacto más allá de los enunciados. Cada número musical está pautado por lo estático y lo lineal, tanto en la puesta en escena como en lo que dicen los personajes, con un imaginario estético plano y un continuo forzamiento de los eventos, que en varios casos suceden porque sí. 

A eso hay que sumarle que tanto a Zegler como a Gadot los roles de heroína y villana les quedan demasiado grandes, en gran parte porque no hay un guion o una dirección que las ayude. La experiencia de ver “Blanca Nieves” es llamativa: es la sensación constante de estar ante la nada misma, un artificio absoluto, un ente que no es que imita a un clásico animado, sino al cine. Disney sigue acumulando reversiones de su catálogo animado, pero hace rato que ni siquiera importa por qué o para qué.

“Blancanieves y los siete enanos” es una película de gran modernidad sentada sobre las bases de un relato clásico, un cuento de hadas que juega además con un género muy popular por ese momento: el terror. No sólo en la secuencia mencionada del bosque, sino también en la transformación de la reina malvada en la bruja que le acercará la manzana envenenada a la princesa, hay recursos y elementos característicos del género. 

A casi noventa años de su estreno, “Blancanieves y los siete enanos” mantiene su poder audiovisual, la fuerza de sus imágenes inigualables y las múltiples ideas de Disney, tanto narrativas como formales. La película también se ve como un filme experimental, donde por momentos se olvidan aspectos de progreso de la historia para evidenciar las cualidades técnicas que Walt Disney como productora venía a aportar a la industria cinematográfica. Sería el comienzo de un camino inigualable, donde Disney reformularía el sentido de los cuentos clásicos y su apropiación por parte de la cultura contemporánea. 

Así como los hermanos Grimm lo hicieron en su momento, Walt Disney se apropiaría de estos relatos para construir un nuevo imaginario del que sería muy difícil separarse, aunque más no sea para tomar distancia y mostrarse en la vereda de enfrente. Porque Disney, aún en una época de vacas flacas como esta, siempre está y seguirá.

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