mayo 9, 2025
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Criticando a ‘El Eternauta’

mayo 9, 2025 | 16 vistas

Lic. Ernesto Lerma

Aquí les comparto mi crítica personal con un 8.5 de calificación a “El Eternauta” en la plataforma Netflix con la adaptación realizada por el cineasta argentino Bruno Stagnaro y con la actuación de Ricardo Darín en una relectura libre, pero muy correcta del primer tercio del cómic original homónimo.

Aunque hay que admitir que a la serie le cuesta tomar el ritmo y el tono pertinente en su inicio, sobre todo tomando en cuenta que esta primera temporada solamente cuenta con seis episodios, mismos que ya están disponibles en Netflix y que lograron una gran aceptación a nivel global.

Tengo que reconocerlo públicamente con todos ustedes, cuando prima en la popular plataforma de streaming Netflix tanta cantidad de sus películas originales buscando rentables franquicias y la verdad ofrece más de lo mismo que el palomero cine comercial de Hollywood, sí tiene calidad en cuanto a la pantalla chica o sea en la televisión y “El Eternauta” es una buena prueba de ello. 

Porque, primero que nada, vamos a dejar de lado todas las interpretaciones seudo ideológicas sobre “El Eternauta”, que van desde las que se cuelgan de los slogans tipo “nadie se salva solo” y “el héroe colectivo”, hasta las que reivindican a la serie como una demostración de que “nosotros también podemos hacerlo”, pasando por las que quieren utilizarla en la supuesta “batalla cultural” contra el gobierno de Milei (obviamente en Argentina). 

No solo porque ese tipo de argumentaciones son exageradas, banales o directamente inadecuadas, sino directamente deprimentes, una demostración cabal de que hay un sector intelectual progresista argentino cuya derrota política es absoluta y lo único que le queda es convertir un hecho artístico en uno partidario durante un par de semanas. 

Por eso, vamos a concentrarnos en lo que corresponde, es decir, en cómo funciona la adaptación pergeñada por el director Bruno Stagnaro del clásico cómic de culto en novela gráfica del autor intelectual Héctor Germán Oesterheld y del dibujante Francisco Solano López en relación con el material de origen y como serie en sí misma. 

En mi humilde opinión, lo que hizo grande a la novela gráfica no es solo su capacidad para utilizar los moldes de la ciencia ficción para construir una progresión narrativa propia, de ritmo implacable; su mixtura dramática que abarca lo individual, lo familiar, lo comunitario y la noción de amistad; o la forma en que reconfiguraba los espacios cotidianos para introducir lo extraordinario. El gran, notable logro de la dupla Oesterheld-Solano López (creo que más del primero que del segundo) consistía en dejarnos en claro, casi desde la primera página, que lo que íbamos a leer era una tragedia. 

Y una donde tanto el terror (como sensación que se anticipa ante una amenaza) y el horror (en el sentido de la repulsión por lo que se contempla) son normas dominantes. En cada cuadro de “El Eternauta” en su trama del año 1957 se puede palpar el miedo e incluso el pánico de los protagonistas, algo que en la serie de Stagnaro no termina tanto de aparecer, salvo en contados pasajes, ubicados más que nada en la segunda mitad de esta primera temporada de seis episodios, que abarca, simplificando un poco, el primer tercio del cómic original. 

Stagnaro, hay que decirlo, toma un par de decisiones arriesgadas y a la vez lógicas: trasladar la acción a nuestro presente, dejando de lado la recreación de época; y tratar de contar la misma historia, pero por caminos narrativos distintos, repensando algunos personajes, eliminando otros e introduciendo nuevos, para así interpelar nuestra contemporaneidad. Es muy difícil ver esta producción televisiva sin jugar, en paralelo, al juego de las diferencias, sin contrastarlo todo con la historieta de 1957 (más si ya se le conoce).

A partir del cuarto episodio, Stagnaro pareciera amigarse con las reglas genéricas y encuentra secuencias e imágenes potentes, más allá de la necesidad algo cansadora de aclarar en cada plano que esto pasa en Argentina mediante toda clase de referencias. Eso le permite hilvanar, finalmente, un último capítulo ciertamente inquietante, que encima deja todo abierto y que consigue enlazarse de forma fluida con la iconicidad del cómic. 

De ahí a que se hagan comparaciones con el cine de John Carpenter hay un trecho demasiado largo y ese análisis que hicieron varios críticos es, de mínima, demasiado entusiasta. Lo cual deja abierto otro interrogante: cuán preparado está todo ese conjunto de cineastas nacionales que se inscribió en el llamado Nuevo Cine Argentino para abordar una historia de género como esta, teniendo en cuenta que no han demostrado tanto amor por el cine clásico. 

Evitando spoiler, hay que decir que hay signos de los tiempos, inequívocamente extraños a la década del 50: una inmigrante repartidora de app; referencias al estallido social de 2001; el super chino “Buen futuro” y un shopping; celulares, por supuesto, aunque (catástrofe) no funcionen. Pero también hay puentes con aquellas viñetas: la casa vintage en la que se refugian los protagonistas; una camioneta Estanciera; un noble bondi reciclado; el rock argentino que los amigos escuchan en vinilo en un Wincofon o cantan camino a la batalla; incluso los chistes viejos que intercambian; la vida sin celulares. Pero todo arranca en terreno familiar: con un partido de truco y un núcleo de amigos similar a los delineados por Oesterheld, así como con un apagón inexplicable.

A diferencia de “El Eternauta”, la historieta, el relato de la serie es sensiblemente más enigmático. Los personajes no conocen. Y el espectador, como mucho, creer conocer, en el caso de que haya leído la historieta o por lo menos tenga una idea previa sobre ella. De hecho, la serie parece hasta contar con cierto conocimiento previo del espectador-lector justamente para jugar con sus percepciones y preconceptos. Pero mientras que sobre el papel al menos de a poco se va esclareciendo (hasta un punto) qué es lo que golpea a Buenos Aires y probablemente el resto del mundo, en la pantalla todo es más desconcertante y, por tanto, ya no solo peligroso sino angustiante. 

Se repetirá y subrayará mil veces que “El Eternauta” de Netflix es la producción más ambiciosa en la historia audiovisual argentina. Ese concepto inapelable se basa en la espectacularidad de una ciudad de Buenos Aires postapocalíptica (o ningún post: en pleno apocalipsis; acá el fin del mundo es un work in progress), bajo la nieve y bajo fuego. La segunda temporada ya está filmándose y debe superar a esta más que buena entrega; “The Walking Dead” y “The Last of Us” ya tienen una más que fuerte competencia con esta producción argentina.

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