septiembre 16, 2024
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Alicia Caballero Galindo

¿A dónde se fue?

agosto 29, 2024 | 84 vistas

Alicia Caballero Galindo

 

La tarde está calurosa, ni parece que es diciembre y menos que sea la víspera de Nochebuena. Es extraño que la tierra, se haya quedado estacionada en un punto fijo, parece que dejó de girar porque el sol ha quedado inmóvil en el mismo punto, se posó al filo de la sierra y dejó de moverse, parece una bola de fuego sentada en la cumbre, como fotografía, no lo vemos perderse tras la montaña dejando ese colorido único del crepúsculo que dura unos cuantos minutos. El reloj marca inexorable el paso de las horas, pero el sol no acaba de ocultarse y todo está al revés. Las aves no saben qué hacer porque la oscuridad no llega y su reloj biológico les indica descanso pero… ¡cómo hacerlo si la oscuridad no llega! Están desorientados sin saber qué hacer. Aparentemente la vida continúa con los quehaceres que deben hacerse, pero ese ambiente extraño, tiene a todo el mundo al revés…  Veo hombres y mujeres que se detienen en la calle y algunos, desaparecen ante mi vista absorbidos por el suelo sin dejar huella, lleno de terror pienso que no debo detenerme porque me pasaría lo mismo y ¡no quiero que me ocurra! Camino de prisa y lleno de miedo … tengo qué llegar a mi casa antes que la calle me trague, todo esto me parece una pesadilla. Es irónico, veo en los escaparates de las tiendas adornos navideños por la época decembrina y pienso ¿tenemos algo qué festejar? Me asusta eso de las gentes que desaparecen en las calles como si la tierra se los tragara, pareciera que un topo gigantesco los jalara hacia la oscuridad sin motivo y nadie puede hacer nada, lo malo es que no los devuelve. Son cosas inexplicables las que pasan.

Yo salí de mi trabajo y decidí caminar a pie para liberarme del estrés de estos últimos días de trabajo, y respirar en las calles el ambiente de las fechas navideñas, cánticos de villancicos, compras aceleradas, vendimia de adornos propios de la temporada. Pero nada es como lo imaginé todos caminan como autómatas y parecen ignorar eso que está pasando, yo busco al espíritu de la navidad como cada año, pero, no lo veo, no lo siento, parece que está perdido en algún rincón y siento una profunda tristeza, quisiera vivir aquellos días de mi niñez de nuevo, pero nada es igual. Es cierto que la civilización avanza, los tiempos cambian, todo evoluciona y se supone que para mejorar. Pero en esta vorágine de cosas que pasan, nadie se da cuenta de lo que ocurre en torno a los demás ¿Será que somos demasiados y la falta de unos cuantos pasa inadvertida? O se está perdiendo la sensibilidad.

Entre la muchedumbre que va y viene frenética, está un mendigo sentado en el quicio de una puerta antigua con una armónica entre las manos y dispuesto a tocar alguna melodía, me detengo de golpe al verlo, sus ojos pequeños y rodeados de arrugas, parecen tener chispitas de luz, al darse cuenta que lo observo, me sonríe y me invita a sentarme con él, miro para todos lados con el prejuicio del “qué dirán” y el viejo parece adivinar mis pensamientos.

—No temas, míralos, cada quien en sus cosas ni se dan cuenta que existimos, tampoco reparan en los que se traga la tierra.

—¿Entonces tú también ves a los que desaparecen en la banqueta?

—Por supuesto que los veo, pero los demás no se dan cuenta, tal vez ni los que desaparecen se enteran, cada quien vive en su mundo ¡míralos caminan, se detienen compran, salen, entran y ya.

El río de gente yendo y viniendo sin cruzar miradas con los demás, me abruma, parecen ignorar lo que está pasando. Sigue la banqueta tragándose a algunos transeúntes sin que los demás lo noten, me estremezco y me siento en automático con el anciano. Sus ojos parecen más brillantes de cerca. Me miró interrogante y malicioso, al parecer adivinaba mis pensamientos

—Quise caminar a pie para buscar ese espíritu navideño que debiera privar en estos días, todo transcurre tan de prisa que parecen olvidarse de lo esencial de estas fechas, el amor. La calle es una jungla, y algunas personas parecen ser absorbidas sin motivo por las banquetas sin que nadie repare en ello. Es extraño. El sol parece suspendido en la montaña y no termina de ocultarse, ¿Por qué la gente no ve lo que pasa a su alrededor?  No sé lo que pasa y eso, ¡me asusta!

En silencio y con una sonrisa cálida aquel hombre mirándome empieza a tocar con su armónica la tradicional “Noche de Paz”  las notas melancólicas fluían de aquel instrumento musical y empezaron a penetrar en mi ser en forma extraña, a medida que avanzaba la melodía la paz fue inundando mi conciencia y las cosas empezaron a cambiar ante mi vista, la tarde cayó por fin y el sol dejó en el cielo un suave resplandor dorado poniendo magia al ambiente, las aves que veía volar inquietas se refugiaron en sus dormideros y todo pareció volver a la normalidad.  De pronto una moneda brillante cayó en el sombrero del mendigo que tocaba la armónica y después otra y otra más. Él les agradecía con una sonrisa sin dejar de tocar cada vez con más fuerza, mientras su sombrero se llenaba de monedas. El viejo decía

—Aún hay seres humanos de bien en la tierra y son muchos.

Desconcertado, pregunté:

—¿Y las personas que desaparecen en las banquetas? ¡no lo entiendo!

Por unos momentos paró de tocar y me miró en silencio.

—Cada quien proyecta a su alrededor lo que lleva adentro. Cada ser humano construye su mundo con sus acciones y sentimientos. Ve lo que quiere ver y recibe lo que siembra. Los seres humanos sin fe ni esperanzas, se pierden en la nada y desaparecen. No busques afuera, el espíritu navideño que crees perdido, no se vende en las tiendas ni se compra con presentes materiales, la armonía, paz, y la felicidad está dentro de cada ser humano y en el seno de cada familia unida. Cada ser vivo posee una chispa del Ser Supremo.

Me levanté de aquel quicio con una enseñanza maravillosa, extendí un papel con mi dirección a aquel hombre sabio, le pedí que nos acompañara a cenar al día siguiente que era Nochebuena y con una sonrisa dijo que ahí estaría sin duda. Continué el camino a mi casa con otra visión. Al llegar a la esquina quise ver nuevamente al anciano mendigo, pero ya no estaba ahí, el quicio de aquella puerta, estaba cerrado con ladrillo. Me quedé pensativo en medio del bullicio de tanta gente pensando que tuve una alucinación… metí la mano derecha a la bolsa del pantalón y tropecé con la armónica de aquel viejo…

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