mayo 8, 2025
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Josefina Guzmán Acuña

A mi mamá

mayo 7, 2025 | 36 vistas

Perdí a mi mamá a los trece años. La última noche que la ví, tenía un fuerte dolor de cabeza, sin embargo, ella seguía haciendo las rutinas de noche de la cotidianeidad de un día escolar. Mi papá en su reunión semanal del Club de Leones, mientras ella y yo veíamos la tele. Entre mis recuerdos, tengo su imagen de su semblante afectado por el dolor, aun así, cargó a mi hermano de diez años a su cama. Me fui a dormir y me desperté con que unas horas después de haberme despedido tuvo un infarto cerebro vascular fulminante, y falleció.

Mi mamá era una mujer tradicional en todos los aspectos. Se dedicaba totalmente a la casa y a la familia. Con cuatro hijos prácticamente seguidos con un año de diferencia, se hacía cargo de mis hermanos, mi hermana, de mí y de mi papá. Aunque tenía algún apoyo doméstico, ella y sólo ella nos cocinaba y hacía las tortillas de todos los días. Entre los recuerdos que tengo me contaba cuando fue maestra y tenía un grupo de primaria en la Escuela “Carmen Serdán” del Mante, Tamaulipas. Me contaba como tuvo que dejar de ser maestra por que se casó y ahora tenía que dedicarse a la familia. Nunca pude preguntarle si era feliz.

Desde nuestras madres, a nosotras y hasta las generaciones de mamás actuales, mucho ha cambiado. La maternidad no es la misma, sin embargo, las creencias, algunos aspectos y significaciones de ser madre prevalecen. Ser mamá en México implica que la responsabilidad principal sobre ese bebé es y será, en su mayoría, de ella. Esta percepción se encuentra tan arraigada en nuestra cultura que, desde el embarazo, se espera que la mujer asuma no solo los cuidados físicos, sino también la carga emocional, las decisiones médicas y la preparación del entorno familiar.

A pesar de los avances en materia de equidad de género, de los discursos sobre corresponsabilidad y del surgimiento de redes de apoyo, lo cierto es que muchas madres siguen enfrentando la maternidad en soledad. Las estructuras sociales, laborales y familiares continúan girando en torno a la idea de que la mujer debe poder con todo: ser madre, trabajadora, pareja, hija, cuidadora y, además, mantenerse emocionalmente estable. Esta exigencia es abrumadora y muchas veces invisibilizada.

La maternidad moderna también se vive en un contexto de sobreinformación y juicios constantes. Las redes sociales, aunque pueden ser un espacio de encuentro y aprendizaje, también son un espejo de comparación y presión: la madre que lacta por años, la que hace papillas orgánicas, la que recupera su cuerpo “rápido”, la que estimula a su bebé desde el vientre. Todo esto configura una expectativa irreal que deja poco espacio para la duda, el error o el agotamiento.

Además, muchas mujeres enfrentan barreras laborales importantes al convertirse en madres. Desde la falta de licencias adecuadas, hasta la discriminación por embarazo o la imposibilidad de acceder a guarderías dignas. La maternidad, en lugar de ser acompañada por el sistema, suele ser penalizada, lo que obliga a muchas a elegir entre su desarrollo profesional o el cuidado de sus hijos, una disyuntiva injusta y limitante.

En este panorama, es fundamental abrir espacios para cuestionar, dialogar y transformar estas realidades. Reconocer que la maternidad es diversa, que cada experiencia es válida y que el cuidado no debe recaer únicamente sobre una persona. Ser madre no debería ser sinónimo de sacrificio absoluto, sino de acompañamiento, respeto y comunidad.

No todas las mamás pasamos por las mismas experiencias, mucho depende de la condición económica, la edad, el contexto, la familia, la pareja (si la hay o no), por eso ser mamá no es igual para todas. Se debe de reconocer que la maternidad no es sencilla, es aterradora, a veces frustrante y muy, pero muy agotadora.

Hoy soy la mamá que soy gracias a lo que viví con mi propia madre y con las mujeres que me antecedieron. Mi mamá, aunque ya no esté físicamente, sigue viva en cada gesto de amor que tengo con mis hijos y ahora con mis nietos. Su ternura, su fuerza y sus enseñanzas fueron mi guía, y le estaré eternamente agradecida por sembrar en mí las raíces del amor incondicional. Las circunstancias me moldearon y me hicieron una madre diferente, pero en ese camino he dejado el alma y todo mi amor en la crianza de mi hijo y mi hija, y ahora lo sigo haciendo con mi nieta y mi nieto.

A todas ustedes, mamás que maternan desde distintos caminos pero que, como yo, entregan el alma y la vida en sus hijas e hijos, les deseo de corazón que siempre encuentren felicidad y paz en ese amor que dan sin medida.

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