Alicia Caballero Galindo
Esa tarde, Estela creía que no podía más con su tareas cotidianas. Era fuerte, dirigía una pequeña empresa familiar dedicada a la conserva de frutas de la región, que eran envasadas y vendidas con mucho éxito. Su abuelo la fundó y su padre continuó la tradición. Ella, era la mayor de tres hermanas, siempre se interesó por los procesos y manejo de la empresa familiar. Estudió Administración de Empresas y poco a poco se fue involucrando en el negocio. Su padre, insensiblemente fue descargando en ella responsabilidades. A medida que cumplía años, se iba desligando de la empresa. En la fábrica conoció a Jorge, su esposo, encargado de la contabilidad, era Contador público y tenía un bufete que atendía a varios negocios. Un día se casaron, su matrimonio era estable porque ambos respetaban las actividades profesionales que desempeñaban. Sus hermanas, nunca se interesaron en la fábrica porque tenían actividades nada compatibles, Laura, se casó con un escultor y viajaban por todo el país y la otra era bióloga marina.
Durante mucho tiempo luchó contra la violencia de género como empresaria y la enfermedad de su padre que lo llevó a la tumba. Sentía el compromiso de su madre que era muy dependiente, y dese que quedó viuda, no quiso irse a vivir con ella, por lo tanto, era necesario estar pendiente de su vida. Sus hermanas, esporádicamente estaban en la ciudad, era ella la que sentía en sus hombros el compromiso de su madre. Estela, tenía dos hijos, un joven de catorce años, y la niña, de diez. Ambos en una edad difícil de tratar por el natural cambio y los riesgos de la sociedad actual. Además, su casa requería atención, aunque tenía personal de confianza, sentía la responsabilidad de su control.
Algunos días en especial, se le complicaban las cosas en los distintos ámbitos que atendía. Ella, debía ser fuerte y en sus acciones, casi perfecta para que las cosas marcharan. A veces, por las noches, se le iba el sueño pensando en sus desaciertos del día y planeando la forma de corregir para mejorar.
Al parecer, no importaba su estado de ánimo o sus cuestiones personales, sus acciones deberían de resolver de la mejor manera diversas situaciones y cuando algo, no salía de acuerdo a lo esperado, se sentía molesta consigo misma. Al mirarse en el espejo, juzgaba detalladamente su aspecto, la crítica de su imagen era dura, debía esforzarse más en verse mejor. Esa era otra de sus preocupaciones.
Con frecuencia, postergaba cuestiones personales como salir con una amiga, o dedicar una tarde a buscar prendas de vestir, zapatos, o cosméticos. Siempre había cosas más importantes qué hacer. Todos estaban acostumbrados a su eficiencia y perfección, sin pensar en el precio que ella debía de pagar. Para su esposo, debía estar alegre, para sus hijos, atenta con sus necesidades e inquietudes, para su madre, dispuesta a abatir, aunque sea en parte su soledad. La empresa, era la mas demandante, porque sus debilidades, podían representar pérdidas.
Pero… ¿Y su vida personal? ¿El encuentro consigo misma?, siempre era desplazado por las necesidades de los demás. Eso, ocasionó que, en el fondo, se sentía un tanto frustrada, porque a pesar de sus esfuerzos, algo se salía de control y se sentía responsable de todo, sonreía menos, se irritaba con facilidad y perdía comunicación. Esa situación la preocupó. Se sintió aislada y sola.
Una tarde, se le acumularon algunos contratiempos en distintos frentes. Decidió tomar un espacio para sí misma, se encerró en su recámara, se enfundó en una ropa cómoda, buscó en su celular música de su agrado y, parándose frente al espejo, empezó a dialogar consigo misma:
“No veré si estoy delgada o robusta, si los años me han marcado, si he quedado mal en tal o cual situación.
Tenga la edad que sea, no es significativo ese hecho, valgo por lo que poseo en el corazón, y el espíritu. Hago lo que mi conciencia me dicta y mi alma, me susurra cuando cierro los ojos para dialogar con mi interior.
A veces, es necesario sentirse imperfecta para buscar nuevas formas de crecer. Sentirse frágil y requerir un abrazo, un apretón de manos, un “sigue adelante”, “lo estás haciendo bien”, para llenarse de vitalidad y continuar intentando alanzar el horizonte.
A veces es necesario perdonarse a sí misma, reconocer las propias limitaciones para ser capaz de superarlas. A veces es necesario darse tiempo para no hacer nada, escuchar música, caminar descalza por la hierba fresca o tenderse a contemplar las nubes o las estrellas. Es necesario aceptarse, amarse y disfrutar del aprendizaje vital para crecer y aceptar los demás como son. La vida es una aventura única que debe paladearse a plenitud.
Los tiempos modernos exigen cada vez más esfuerzo para estar atenta a los hijos, el trabajo, la casa y el esposo, olvidándose de sí misma, y eso, genera malestar, que deteriora la autoestima y se traduce en trastornos que se reflejan en los distintos aspectos de la vida.
A veces, es necesario darnos tiempo para ser simplemente mujeres, pero para ello, necesitamos que los demás nos comprendan y para que eso ocurra, dependerá de cada quién. Los hijos aprenden lo que se les enseña con el ejemplo. Los matrimonios deben hablar estableciendo normas igualitarias, si no es así, y se acepta el autoritarismo, se condena a la frustración que se reflejará en la educación de los hijos, estableciendo un círculo vicioso difícil de romper.
No cabe la menor duda que de la inteligencia de las mujeres, depende la buena marcha de una familia.