María José Zorrilla
Se ha cerrado en Saint Denis la justa olímpica Paris 2024 y la emoción de momentos históricos donde parece el mundo detener sus diferencias para unirse bajo el mismo manto deportivo es inconmensurable. Este sentido de cohesión, aunque sean solo instantes en la línea del tiempo nos da un sentido de pertenencia a una misma especie humana y a un mismo planeta. Hasta los deportistas de países que tuvieron que acogerse a la bandera de atletas independientes pudieron disfrutar de la gran fiesta olímpica. Es “Una Oportunidad para la humanidad” como lo dijeran antes. Las grandes diferencias entre potencias del mundo empiezan a disminuir. Pequeños países sin antecedentes gloriosos se alzan con victorias increíbles y China y Estados Unidos no cejan en su lucha por el medallero que, con igual número de oros, los norteamericanos se llevan el primer lugar con 40 doradas y 44 de plata contra 40 y 27 de los asiáticos.
Para los que amamos los deportes nos queda un dejo de tristeza cuando se termina un evento deportivo de esta magnitud. Hay nostalgia por lo que se fue, pero quedan muy gratos recuerdos de las grandes hazañas. Aprendizajes de los grandes fracasos y mucho qué analizar ante triunfos cantados y derrotas inesperadas. La ausencia de medallas no es lo mismo para todos. Para los que conocen sus limitaciones, ya en si es un privilegio asistir a una olimpiada y estar entre los mejores 30 del planeta. Unos son considerados favoritos y se alzan con la gloria, a otros les sucede algo en el último momento y todo se viene abajo. Ese es el lado trágico de las competencias cuando sobreviene un accidente o cuando vemos las esperanzas perdidas ante una Simone Biles caerse de la barra de equilibrio y perder la de oro, los americanos en los relevos 4×100 quedar descalificados por no pasar la estafeta a tiempo, el etíope Lamecha dueño del récord mundial de 3000 metros steeplechase salir en camilla después de caer en una valla, Tamberi campeón olímpico de Tokio competir con cólicos renales y sangrado para perder su corona ante el neozelandés Hamish Kerr que pudo haber compartido la gloria con el americano Shelby McEwan por haber terminaron empatados con 2.37 en salto de altura. Pero, a diferencia de lo ocurrido en Tokio cuando el italiano Tamberi compartió podio con el qatarí Barshim, en Paris el saltador McEwen no quiso compartir el oro, se sintió muy seguro y con cierto desenfado el americano decidió jugarse un desempate bajando la barrera. En una especie de muerte súbita quien pasara la barra de manera limpia si el otro no podía sería el ganador. Presa de la ambición sin escuchar su cuerpo el americano no pudo elevar las piernas y tiró la valla mientras que su contrincante pasaba olímpicamente a ser el nuevo campeón de altura. Queda el aprendizaje si a Randal Willars no le pasó algo similar. Tenía ya casi segura la de plata después del quinto salto. Faltaba uno. Era el momento para México, pero tenía que aventarse un clavado de un grado de dificultad 4.1 cuando la mayoría lo hace de 3.7. Una decisión discutible porque nadie se avienta ese clavado. El riesgo es muy alto y es el todo o la nada. Difícil decidir qué hacer en un momento así, tal vez pudieron haber tenido un escenario B como era el caso en esta final de 10 metros. Tal vez ese era el momento de asegurar algo en lugar de ir a lo más extravagante. En la vida como en el deporte hay que saber cuándo parar y cuando arriesgar. He allí el punto en el que somos humanos como todos o superdotados que alcanzan la gloria como el momento en que el tetracampeón de natación Léon Marchand con un impecable traje negro camina con solemnidad bajo la mirada del mundo entero portando el pebetero miniatura que será apagado durante la clausura. Vaya momento mágico en que toda diferencia desaparece y nos pone a pensar en la posibilidad que si podemos vivir en unidad y armonía. Eso a final de cuentas es lo que nos queda de los juegos olímpicos. Glorias, recuerdos, experiencias. Deportistas, artistas y espectadores unidos por el deporte bajo los simbólicos aros de los cinco continentes y por las zapatillas deportivas que hasta los músicos de la gran orquesta portaron en esta gran ceremonia de clausura.