Catón
«Te engañaron como a un chino». «Se quedó como el chinito, nomás milando». «Son puros cuentos chinos». Quienes a principios del pasado siglo venían a México procedentes de China sufrían discriminación. Se les miraba con desdén, como a seres inferiores, y se les hacía objeto de burlas y maltratos. A veces esa actitud asumía carices pintorescos, como la vez que el revolucionario coahuilense don Luis Gutiérrez, hombre bonísimo pero con poco roce social a fuer de campesino, quedó sentado en un banquete oficial junto al embajador de la China, quien vestía los magnificentes atavíos propios de su encargo y calidad. Sacó don Luis su atadillo de cigarros de hoja y con rústica cortesía le ofreció uno al hierático dignatario: «¿Chupas, chale?». Eso de «chale» era el nombre genérico que a los chinos daba el pueblo. Otras veces el oculto temor que inspiraba el llamado «peligro amarillo» llevaba a extremos trágicos, como el de la matanza en 1911 de chinos en Torreón, tan dramáticamente relatada por el talentoso Julián Herbert, y que ha quedado como profunda herida en la memoria histórica de la Laguna. A mí una película me inspiró de niño simpatía por el pueblo chino. Hablo de «La buena tierra», versión cinematográfica de la novela de Pearl S. Buck, con espléndidas actuaciones de Paul Muni y Luise Rainer. Muchos años después otra muy buena película mexicana, «Café de chinos», de Carlos Orellana, me dio una visión amable de los dueños de esos cafés -¡ah, los de Bucareli!-, en los cuales se bebía el mejor café con leche (en vaso) y se disfrutaba el más sabroso pan de la Ciudad de México, que habría sido el más rico del mundo de no haber existido el pan de pulque de Saltillo. Comoquiera un segundo lugar no está mal. Pues bien: sucede que ahora China tiene otro segundo lugar (que tampoco está mal). México acaba de superar a esa gran nación en lo que hace a las exportaciones destinadas a Estados Unidos. Hoy por hoy nuestro país, después de 21 años, tiene la primacía en ese rubro. Eso significa que somos una potencia en materia de economía. Es una pena que suframos de impotencia en materia de política. Se hablaba de lápidas mortuorias. La suegra de Capronio le preguntó: «¿Cómo te gustaría que fuera la mía?». «Pesada» -respondió de inmediato el majadero. (Supe de las de unos casados que fueron sepultados juntos. La del esposo decía: «Al fin, juntos otra vez». Decía la de la mujer: «¿Por qué tardaste tanto? ¿Dónde andabas?»). El tío Vivencio, soltero cincuentón, era lo que en francés se llama «bon vivant» y en inglés «playboy». En el fondo de esos especímenes de másculos siempre late un misógino. Lo demostró don Gregorio Marañón (y Posadillo, que tal era el apellido de su madre), polígrafo español -ahora a ese tipo de hombres o mujeres de variados y múltiples conocimientos se les llama polímatas-, quien a partir de sus conceptos de endocrinología, psicología e historia negó la virilidad de don Juan, y con él de todos los tenorios. Médico don Gregorio, alguien le preguntó cuál era el aparato más importante en el ejercicio de la Medicina. Su respuesta inmediata fue: «La silla, que le permite al médico sentarse a escuchar a su paciente». Pero veo que me he apartado del cuento que ni siquiera he comenzado aún. FIN.
MANGANITAS
Por AFA.
«. Hace desfiguros Samuel García, gobernador de Nuevo León.».
En Monterrey más de tres
dicen sobre esa actitud
que una cosa es juventud
y otra cosa es pendejez.