La historia de Ana Paola, la pequeña de seis años que, presuntamente fue víctima de una negligencia médica que le ocasionó un daño neurológico y motríz irreversible, merece y reclama una investigación a fondo.
El drama de la niña victorense tiene contagiada de indignación a la mayor parte de la sociedad capitalina, quien en abierta solidaridad con los padres reclama esclarecer los hechos y castigar a quienes haya que castigar.
Bajo ninguna circunstancia o razón las autoridades deben evadir su responsabilidad en los hechos. La impunidad no debe tener cabida nunca, pero menos en estos casos donde la víctima es un ser humano que apenas empieza a vivir.
En ese sentido, la Secretaría de Salud, en sus dos ámbitos de competencia, es la principal obligada a iniciar de inmediato una indagatoria.
De hecho, resulta condenable que a estas alturas no exista todavía una carpeta de investigación abierta. Por lo menos las instancias de procuración de justicia han guardado un sospechoso silencio al respecto.
Incluso, salvo declaraciones superficiales de algunos funcionarios, no hay, un pronunciamiento oficial sobre el asunto, y entre más se tarde el gobierno en reaccionar más crecerá el malestar y la indignación ciudadana.
Sobre todo, porque, conforme transcurren los días esa apatía gubernamental alimenta la idea o la percepción social de que existe una intención de encubrir los hechos, y más cuando la presunta negligencia fue cometida por médicos de un hospital privado, como es el Lasalle.
No se trata de que haya un linchamiento o de buscar chivos expiatorios. Se trata de que la autoridad abra una investigación responsable, y que se llegue a la verdad de lo sucedido, para que quienes estén involucrados y sean responsables por haberle destrozado la vida a la pequeña Ana Paola y su familia, enfrenten las consecuencias.
Eso es lo menos que merece la niña y sus padres.
¿O no cree usted?
Por otra parte, esta historia debe ser también un llamado de alerta para que la Secretaría de Salud abra, de forma paralela, una investigación sobre las condiciones en que vienen operando tanto los hospitales públicos y privados.
Y no me refiero a la penosa condición de carencia bajo la que funcionan los nosocomios públicos, en los que muchas veces no existe ni material de curación, porque esa es una realidad bastante conocida.
De lo que le hablo es de verificar la capacidad de quienes integran el cuerpo médico. Es algo urgente porque se sabe que, en muchos de los hospitales, incluso los privados, se delega la responsabilidad de los pacientes a presuntos médicos que en realidad todavía no concluyen su formación, y que por lo tanto carecen de conocimientos y experiencia.
Eso no puede seguir ocurriendo porque lo que está en riesgo es la vida de personas.
EL RESTO
¿Quién ganó y quien perdió en el debate? es la pregunta recurrente entre la sociedad luego del encuentro (o desencuentro) de las dos candidatas y el candidato presidencial para debatir sus propuestas de gobierno.
A mí me parece que resulta intrascendente quien haya ganado o perdido, porque además cualquier opinión tendrá siempre un alto grado de subjetividad.
Lo que si considero un hecho objetivo es que el debate mejoró mucho en relación al primero. Los participantes lucieron menos nerviosos y por lo menos hubo entretenimiento para el espectador.
Sin embargo, creo que este tipo de ejercicios en nada influyen en las preferencias electorales. Los debates sirven para el show mediático o como instrumento de entretenimiento, pero no para inducir el voto.
Por lo demás, la gran mayoría de las propuestas que se plantean en los debates son irrealizables, por no decir que ocurrencias.
Los candidatos las exponen con el único fin de ganarse la simpatía ciudadana pero no porque tengan una intención real de materializarlas.
ASI ANDAN LAS COSAS.