Libertad García Cabriales
Cuando mi madre nos daba el pan, repartía amor: Joel Robuchon
Uno de los mejores momentos de la vida en familia son las diarias reuniones a la hora de las comidas. No lo digo yo. Lo dicen numerosos estudios donde se han demostrado las bondades de estas reuniones para la salud mental, las relaciones familiares, una mejor nutrición y la forja de una personalidad estable. Así pues, las comidas en familia generan vínculos muy fuertes que trascienden incluso más allá de la vida física, pues dejan memorias imborrables de una generación a otra. ¿Quién no recuerda las comidas de su niñez? La conversación con nuestros padres, hermanos, abuelos, los platillos de recetas deliciosas y esperadas y hasta los no tan ricos, pero requeridos porque necesitábamos aprender a comer de todo.
Eso es de antaño, me diría una amiga. Porque por desgracia cada vez se valoran menos esos rituales como espacios insustituibles para las relaciones familiares, la comunicación y el reforzamiento de los lazos amorosos. En mi memoria, los gratos momentos de las comidas en mi primer hogar, conversando en la mesa con mis padres. Cierro los ojos y puedo recrear el aroma de los deliciosos buñuelos de mi abuela paterna y el sabor inigualable del picadillo cortado a mano de mi abuela materna. Los recuerdos de mi propia familia son igualmente entrañables, mis hijos pequeños alrededor de la mesa, los gustos en comida de cada uno, las flores recién cortadas y las anécdotas inocentes provocando sonrisas. Ese tiempo feliz sin celulares, cuando las miradas hablaban y las palabras eran la mejor forma para conocer cómo estaba cada quién.
Pero, ay, la ciencia nos dice que cada vez más se pierde esta necesaria costumbre ancestral debido al vertiginoso ritmo de la vida actual, la agenda dispar de los miembros de la familia y por supuesto, la invasión de la tecnología en los hogares. Pues nadie puede negar que los celulares se metieron hasta la cocina. Una adicción, dicen los expertos, aunque nos cueste reconocerlo. Y eso ha provocado desintegración, falta de sentido de pertenencia al clan familiar y cada vez más problemas emocionales. Porque aun cuando hogaño, poco se valora, es necesario recordar que los sencillos rituales cotidianos ofrecen grandes beneficios para la salud física y mental.
En ese sentido, un experimento realizado en una pequeña población de Italia demostró que la longevidad y la ausencia de enfermedades graves, están estrechamente vinculados con sanas costumbres. Antaño, cuando los pobladores se reunían, comían sano, conversaban en familia y amigos, vivían más y se enfermaban menos. Hogaño todo cambió y empezaron a surgir los infartos, las embolias y las muertes a edades tempranas. Y no sólo en el pueblo italiano.
Y luego está el significado del verbo alimentar, pues representa cuidar, nutrir, proteger, crear lazos también en lo simbólico. Saber que alguien nos quiere al cocinar para nosotros, al poner la mesa, al mirarnos mientras comemos. Alimentar, cuidar, compartir, conversar, son actos de amor fundamentales desde tiempos inmemoriales. No podemos permitir la pérdida de esa cadena integral de sobrevivencia física y mental. No podemos permitir el dominio de la tecnología (que también tiene cosas buenas) sobre nosotros, pues lo humano siempre es superior a la máquina. Vandana Shiva, una activista ecológica e influyente en el tema alimentario, dice que la comida puede crear felicidad, afirmar relaciones y crear conciencia de conservación. Una tarea donde las mujeres han sido pilares esenciales en una tarea muy poco valorada.
Bueno sería reflexionar ahora, cuando la Navidad y un año nuevo se acercan. Nos sobran los motivos para dejar el celular y mirarnos a la cara de nuestros amados en las reuniones familiares. La Universidad de Stanford subraya que compartir la comida en familia le brinda mayor seguridad y autoestima a los niños y jóvenes, además favorece a un mejor y más amplio vocabulario. Por ello recomiendan no perder la comunicación cara a cara, sentirse unos a otros, más aún cuando surjan angustias, problemas, conflictos. Ningún celular le dará a nuestros niños y jóvenes herramientas para resolver las heridas de la vida. Nada sustituye lo humano y en la familia siempre está la mayor fortaleza. Nutrir juntos el alma y el cuerpo. Da más fuerza saberse amado que saberse fuerte, decía bien el gran Goethe.
Y no se trata de volver al pasado. Sabemos bien que eso no es posible. Se trata de reconocer lo bueno de antaño y tratar de mejorar las prácticas de hogaño. De mi parte extraño las mesas y las sobremesas de familia y amigos sin celulares. Pero eso parece ser de antaño.