noviembre 21, 2024
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Alicia Caballero Galindo

Aprendizaje vital

agosto 8, 2024 | 209 vistas

Alicia Caballero Galindo

 

No cabe duda; los seres humanos somos universos independientes, que giran en torno a decisiones propias; el libre albedrío es un obsequio de la naturaleza que permite a cada individuo ser producto de sus acciones.

En noches como ésta, cuando todos duermen, permanezco despierta a causa de mis propias problemáticas. Casi siempre nos empeñamos en culpar a alguien o a algo de lo que somos, lo que hacemos. Achacamos a mil causas no hacer tal o cual cosa, y la verdad, está en cada quién la responsabilidad de los que es, lo que hace, lo que siente. Esta noche insomne es consecuencia de mi propia decisión; me excedí en la comida y eso me mantiene en alerta, no me puedo acostar, debo permanecer sentada mientras se me pasa la indigestión, nadie me obligó a comer más de lo que debiera, todo es producto de mi irresponsabilidad y ahora sufro las consecuencias lógicas a mi desorden. No puedo compartir mi vigilia, asumo los efectos de mis actos. Pero… el silencio de la noche me inquieta un poco, todos duermen y yo estoy despierta, sola, es una sensación que no me gusta. Mi malestar, aunado con la soledad del momento, me causa cierto temor; cualquier ruido me parece extraño, y recuerdo la trillada frase de mi abuela: “ves monos con tranchete” en cada rincón y es sólo tu imaginación. Quisiera despertar a alguien para que me acompañe, pero no es justo, todos tienen sus propias actividades y problemáticas vitales que enfrentar, y el sueño nocturno es necesario para reponer energías. La soledad, el silencio, me hacen ver las cosas desde otro ángulo, los ruidos y las sombras me inquietan, les atribuyo cualidades sobrenaturales. Debo aprender a enfrentar mis miedos y las consecuencias de mis actos, porque son sólo míos.

La vida me lo ha enseñado a responsabilizarme de mis acciones. Esta postura debiera adquirirse mediante la educación bien encauzada desde el principio de la conciencia, en el hogar y en la escuela. Si un niño no estudia para su examen, en lugar de obligarlo o amenazarlo con un castigo, es necesario hacerle saber las consecuencias de sus actos, cuando los resultados no son favorables, debe asumir el resultado. La vida es un aprendizaje constante y termina el día que exhalamos el último suspiro. El objetivo vital es aprender para crecer y evolucionar sanamente.

Para lograr este objetivo, se debe empezar desde el momento en que el sujeto adquiere conciencia. El aprendizaje se realiza por medio de acciones y reacciones a nuestro quehacer. La represión no funciona, lo coherente es el raciocinio y el cultivo de una alta autoestima, son los elementos necesarios para la formación de conciencias responsables y exitosas. Debe entenderse que, cada acción acarrea un resultado. El no estudiar, repercute en reprobación, la reprobación en más trabajo del que se hubiera requerido la primera vez, además del retraso en la marcha. Las consecuencias de los actos no son premios ni castigos, son la respuesta a nuestras acciones.

Se torna fundamental en este aprendizaje afianzar en los primeros años de vida la necesidad de asumir las consecuencias naturales de nuestros actos.

Cuando los niños crecen bajo una educación paternalista y autoritaria, aprenden a atribuirle a causas externas de todo tipo las consecuencias de sus acciones. Bajo esta premisa, es muy fácil culpar a los demás o a las “circunstancias” el resultado de nuestras acciones, y en realidad todos somos responsables de los resultados obtenidos con el diario quehacer.

Si no nos agradan los resultados obtenidos, al hacer un balance, está en cada quién hacer los cambios o ajustes necesarios al quehacer diario, para obtener mejores resultados. A cualquier edad y en cualquier tiempo se pueden corregir hábitos y acciones.

La mayor de las enseñanzas vitales es entender que somos el resultado de nuestros pensamientos y acciones.

Me saca de mis cavilaciones el sonido estridente de un motociclista, que en medio de la noche, con el escape abierto, quema llantas al dar la vuelta en la esquina de la casa, veo el reloj, son casi las tres de la mañana y después de todo me siento mejor, vuelvo a la realidad, me tomo medio vaso de agua fresca y escucho en el patio el aletear discreto de las lechuzas cazando su alimento.

En esta vigilia forzosa, me hundí en mis pensamientos y busqué la compañía de mi razonamiento, para sobrellevar mi malestar. Creo que dormiré lo que me resta de noche, no volveré a cometer el mismo error otra vez.

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