Hace algunos 10 años que quien escribe estas líneas tuvo la inquietud de enviar al obispo de nuestra diócesis una carta exhortándolo, quizá urgiéndolo, a buscar formas de acompañar y acoger a la comunidad de católicos y católicas LGBTQ+, históricamente -en particular desde el siglo XIV- marginada y excluida de toda posibilidad de acercamiento a la liturgia, los sacramentos e inclusive la misma pastoral. Todo ello motivado por la necesidad propia y de muchos otros de vivir nuestra espiritualidad lejos de la soledad, el aislamiento y la exclusión. Pensaba, ¿quién soy yo para solicitar tal cosa? Tal vez nunca me respondería y dejé pasar el impulso. Nunca lo hice. Hoy me arrepiento de no haberlo hecho, porque conozco de la necesidad que tenemos los fieles que pertenecemos a este colectivo de una vivencia genuina de la fe cristiana en comunión con la iglesia en la que fuimos bautizados y de la fe que confieso hasta el día de hoy, aunque nunca sin las contradicciones y dudas que a nivel personal me asaltan constantemente en relación a esta necesidad vital y a ese sentimiento de orfandad que nos ha causado la moralización de nuestras preferencias e identidades pero aún más de nuestra muy personal vivencia del amor, que, estoy convencido, siempre debe ser la expresión máxima de libertad.
El 18 de diciembre del año que terminó, el sumo pontífice de la Iglesia Católica, el Papa Francisco, dio a conocer la declaración firmada por él mismo, Fiducia Supplicans (Implorando Confianza) a través del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, antes Congregación para la Doctrina de la Fe, antes Santa Inquisición, antes Santo Oficio. Y refiero sus anteriores nombres por su relación directa con esa misión de carácter punitivo ante el error de dudar o contradecir la doctrina de la santa iglesia. Las guerras, siempre detestables, basadas en el error, es decir, en la no creencia o contradicción de la doctrina eclesial fueron comunes en los siglos XV y XVI. Es por ello significativo y señal de una luz de esperanza hacia la inclusión y la verdadera práctica de la caridad cristiana la declaración arriba mencionada.
El documento refleja la visión pastoral del Papa Francisco sobre las bendiciones, abriéndose a la posibilidad de que, bajo ciertas, que no pocas, restricciones y condiciones, las parejas irregulares o parejas del mismo sexo reciban la bendición por parte de un sacerdote católico “sin convalidar oficialmente su status ni alterar la enseñanza sobre el matrimonio”.
A partir de su publicación, luego de muchos años en que la iglesia no emitía una declaración -desde el papado de Juan Pablo II-, este documento viene a refrescar y desempolvar la acartonada pastoral de una institución que ciertamente se alejó por muchos años de sus fieles, actuando la mayor de las veces como “jueces que solo niegan, rechazan, excluyen”, dice el mismo documento.
Por supuesto, hay visiones y reacciones a favor y en contra de lo que la iglesia hizo al permitir tal declaración. Las voces del conservadurismo más radical han criticado el documento calificándolo de contradecir la doctrina de la iglesia sobre el matrimonio, entendido como la unión indisoluble entre un hombre y una mujer orientado a fines de procreación. Y el documento es muy claro en su afán de evitar dicha confusión. Una lectura completa y concienzuda del documento lo deja más que claro.
Para otros, este es, quizá, el primer paso hacia la validación del ritual del matrimonio, en su carácter sacramental, de personas del mismo sexo, entre ellos, el sacerdote jesuita estadounidense James Martin, quien al día siguiente de la publicación, bendijo a un matrimonio de personas del mismo sexo. No es casualidad que un par de meses antes el Santo Padre recibiera en una audiencia de casi 50 minutos a la monja Jeannine Gramick, cofundadora del Ministerio New Ways, que congrega a católicos y católicas que pertenecen al colectivo LGTBQ+ en Estados Unidos.
En México, destaca la labor episcopal y pastoral de quien fuera obispo de la Diócesis de Saltillo, Raúl Vera, francamente comprometido con la promoción y respeto de los derechos humanos y con los grupos vulnerables, incluyendo las minorías sexuales. Cuando leí por primera vez acerca de los grupos pastorales que se formaron en su diócesis para el acompañamiento y guía espiritual del colectivo LGBTQ+ surgió esa inquietud que esbozaba al principio de este texto. Hoy por hoy, Raúl Vera, ocupa un lugar muy importante en la historia de la iglesia católica en nuestro país y es considerado por muchos “el obispo de los derechos humanos”.
Estoy en total acuerdo con este documento cuando dice que “la vida de la iglesia corre por muchos cauces, además de los normativos”. ¿Es significativo este documento? Para mí lo es, porque se deja de buscar la perfección moral en aras de una búsqueda más profunda y trascendental de la luz y fuerza que, para quienes así decidimos creerlo, viene de Dios.