María José Zorrilla.-
Volver a reiniciar las actividades cotidianas después de un viaje significa
reacomodar pensamientos, ajustar ideas, asimilar lo visto y retomar la realidad
de nuestro entorno bajo otra perspectiva. Es casi una muletilla decir que los
viajes ilustran. Hacen algo mucho más profundo. Logran alterar nuestra
percepción del mundo exterior y del mundo interior. De lo ajeno y lo propio, de
lo de allá y lo de acá. De las diferencias y similitudes que nos identifican como
personas, como culturas y como integrantes de un mundo dividido en un
cuadrante de norte, sur, oriente y occidente y en una dimensión de tiempo entre
el viejo y el nuevo mundo. Quienes crecimos bajo la tutela del cristianismo, los
lugares bíblicos fueron referente de nuestra educación inicial y para todos
moros o cristianos, las grandes civilizaciones como la egipcia, la griega y la
romana fueron base del aprendizaje de nuestra educación formal. Desconozco
que les enseñan a los niños de los países del Lejano Oriente o de África
Central, pero es innegable que cuando se conoce, aunque sea superficialmente
cómo fueron evolucionando los núcleos humanos a través de los siglos y los
milenios, hay elementos que nos son comunes como, la fertilidad y la
abundancia, la naturaleza, la esencia humana, la guerra, la paz, el poder, la
sociedad, la vida, la muerte y el más allá, explicados de una y otra forma a
través de las distintas filosofías y religiones. No dejó de impactarme en mi visita
a Israel, particularmente en Jerusalén ver ese crisol de entidades que bajo una
u otra creencia asisten con una fe inquebrantable a rezar, orar, pedir, agradecer
o expiar culpas sin distraerse entre los miles de turistas que indistintamente de
la fe nos asomamos a ese mundo religioso y mágico en el que podemos entrar
y salir como si nada hubiera pasado aparentemente. Tal vez no sea inmediata
la reacción, pero poco a poco vamos percibiendo cuán fuerte son las creencias
y cómo se fueron modificando las cosas a través de los siglos. Cuando llegué a
Egipto y viví la grandeza de sus edificaciones ancestrales, sus tumbas e
imponentes templos dedicados a sus poderosas diosas me quedé anonadada
de ver los grandes contrastes con lo que se vive hoy día. La mujer antigua
tenía fuerza, gozaba de ciertos derechos mucho más avanzados que la cultura
griega de la antigüedad y de muchas naciones hoy día. Imposible dejar de
preguntarse como es posible que ahora tengan que estar sometidas a un
ropaje donde se cubre el 95 por ciento de su cuerpo y consideradas como algo
menor en la escala social de muchas sociedades. En el Egipto antiguo hace
más de 5 mil años, las mujeres no estaban en posición de inferioridad ni tenían
que ejercer roles específicos por lo que no es extraño ver muchas deidades
femeninas en el panteón egipcio. Por citar algunas: Amonet la diosa oculta,
Bast la diosa de la guerra, Anuket la personficación del Río Nilo, Hathor la del
amor femenino el gozo y la maternidad, Heket de la fertilidad y la misma Isis, la
madre, esposa ideal, madre de la naturaleza y la magia que incluso llegó a ser
venerada en el imperio romano. Isis también era protectora de los muertos y
diosa de los niños, también era considerada la deidad que tenía una estrecha
relación con el poder político así que ricos y pobres, esclavos, pescadores
dirigentes y aristócratas le rendían culto y para muchos sigue siendo la reina de
las diosas del Antiguo Egipto. Leer o ver en libros la grandeza de las antiguas
civilizaciones no es lo mismo que vivirlas, caminarlas, sentirlas y admirarlas, y
sobre todo no deja uno de sorprenderse de lo avanzado que estaban en
cuestiones de ingeniería, arquitectura y astronomía y en temas de sociedad y
orden urbano y cómo esas regiones ahora viven en una pobreza que cala. Es
raro darse cuenta de pronto que muchas de las grandes culturas como la
mesoamericana, la inca, la egipcia, la de los babilonios entre otros, hoy sean
de las regiones en el mundo con más diferencias sociales y con economías tan
disonantes que van desde la magna opulencia hasta la pobreza extrema como
en Perú, Egipto, Irak y el propio México. Países que hoy día viven de su
pasado glorioso y son focos de atracción turística pero que buscan
desesperadamente salir de ese círculo de pobreza agravado aún más por la
pandemia. Nosotros tenemos el privilegio de tener un territorio rico y
abundante en recursos a diferencia de Egipto cuya superficie habitable es sólo
del 8 por ciento pues el 92 por ciento es desierto, aun así, están ya generando
nuevas poblaciones y nuevos cultivos en medio del desierto con sistemas de
riego modernos a través de la energía eólica. Ya de regreso a la realidad, y sin
dejar de hacer comparaciones con esos países con tantas limitantes en sus
territorios, deberíamos aprovechar mucho más nuestros recursos, modificar
prácticas ancestrales que no han dado resultado, reactivar la economía con
sistemas modernas de producción y de utilización de energías renovables.
Llevar a la presidencia del país a quien pueda empezar a darle un giro a todo
aquello que requiera un cambio integral y sistemático para ser lo grande que
deberíamos ser.