Rogelio Rodríguez Mendoza
Está por iniciar el periodo vacacional de Navidad y Fin de Año y con ello comenzará la llegada al territorio nacional de miles de paisanos que, como cada año, vienen a visitar a sus familias.
Las autoridades estiman que por la frontera de Tamaulipas ingresan a México alrededor de 200 mil connacionales.
Se repite así, de nuevo, un ciclo anual en el que aquellos que por distintas razones se vieron obligados a migrar hacia el vecino país, regresan unos días a la tierra que los vio nacer para convivir con los suyos.
Lamentablemente, a la par de ello se repite un ciclo de extorsiones, o “mordidas”, contra esos miles de paisanos que incluso antes de cruzar la frontera se ven sometidos a todo tipo de abusos.
Lo más penoso de todo es que esos atropellos provienen, por lo general, de servidores públicos que casi siempre actúan en complicidad con los grupos criminales, para despojarlos de su dinero.
De nada sirven los ostentosos operativos que por estas fechas despliegan las autoridades, supuestamente para protegerlos en su tránsito hacia sus puntos de destino.
Ese programa llamado “Héroes Paisanos”, o el operativo conocido como “Guadalupe-Reyes”, son simples membretes para justificar el discurso oficialista, porque en los hechos la realidad es muy distinta.
Es un secreto a voces que en los puentes internacionales nada, legal o ilegal, entra a México sin previo pago. Por ejemplo, cada paisano debe pagar en promedio 300 dólares por cruzar con su vehículo la línea fronteriza. Ese pago nada tiene que ver con lo que debe desembolsar por la tramitología legal.
Más grave aún resulta el hecho porque se suponía que la presencia de la Secretaría de Marina, el Ejército y la Guardia Nacional, en las aduanas serviría precisamente para combatir la terrible corrupción imperante, pero en la realidad solo vino a complicarla.
Esa estrategia ha sido un fracaso más del gobierno. Supusieron que la investidura de las fuerzas armadas frenaría la red de corrupción que desde siempre ha existido en los cruces internacionales y sucedió todo lo contrario.
Pero el drama para los paisanos no acaba en el cruce fronterizo. De hecho, ahí comienza apenas, porque todavía deberán enfrentarse a las extorsiones de los oficiales de vialidad en cada municipio que atraviesan, y por supuesto en las carreteras por parte de los patrulleros.
Es indignante ver como, por ejemplo, en los libramientos de las principales ciudades del estado los policías de tránsito se emboscan para acechar a los connacionales, a quienes les inventan supuestas infracciones para despojarlos de su dinero. Para “morderlos”, pues.
El año pasado platiqué al respecto con un paisano al que abordé en una gasolinera de Ciudad Victoria. Iba para San Luis Potosí. Viajaba con su familia y se desplazaban en dos camionetas, porque llevaban los regalos de Navidad para sus parientes.
“Cuando programamos el viaje tenemos que contemplar al menos 1000 dólares en pago de “mordidas”. Eso es más o menos lo que me gasto en extorsiones desde que voy a cruzar la frontera hasta que llego a San Luis. Ya al regreso no hay problema. Lo complicado es la ida”, me comentó, resignado.
El paisano aseguró que lo mismo hacen otros compatriotas que, también como él vienen cada fin de año a México.
¿Qué se puede hacer al respecto? La verdad, nada. Terrible, pero así son las cosas.
Por último, solo déjeme aclararle que los paisanos son apenas una parte del negocio en las aduanas.
En realidad, hay otras fuentes de corrupción mucho más redituables, como el contrabando de combustibles, lo que en el argot delincuencial se conoce como “Huachicol”. Pero esa es otra historia que merece trato especial.
ASÍ ANDAN LAS COSAS.