marzo 8, 2025
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Azael Jaramillo

Cielo

marzo 7, 2025 | 17 vistas

Siempre tuve la convicción de que nada caía del cielo, salvo la lluvia, la nieve, el granizo y uno que otro rayo. El día que me platicaron el suceso empecé a creer que algo de verdad contenían aquellas revistas de mi niñez, “Duda”, con el eslogan “Lo increíble es la verdad”.

Resulta que a mediados de los años 80, en una mañana lluviosa, mi mamá vio caer un objeto en el patio de la casa en Ciudad Madero. “Me llamó la atención y me acerqué a ver qué era aquella cosa que había caído”

Se trataba de una tortuguita, del tamaño de la mano de un adulto, con unas curiosas manchas de colores en el caparazón.

La llevó a casa de mi hermana Irma, “para los niños”. Y le contó el origen de la tortuguita. Irma me dijo después: “En un principio yo no le creía, pero me convencí al olerla. No olía a lodo, como sería normal en una tortuguita andariega, de esas que hay en los arroyos y matorrales (más o menos comunes en una ciudad tropical, como Madero), pero no. La tortuga no apestaba a lodo. Y luego esos colores en la concha, más bien lo tienen gris. Y hasta le pusimos nombre: se llama “Cielo”, porque cayó del cielo”.

Creo muy probable que una nube haya “bajado” a “tomar” agua del mar, atrapando a “Cielo”, para luego arrojarla sobre tierra firme a poco más de un kilómetro del río Pánuco, es decir, en el patio de la casa. Eso es lo más razonable que a mí se me ocurre. Allá en Tampico-Madero, de niño, recuerdo que una tía me contaba que una vez había visto en la playa Miramar cómo una nube había bajado a tomar agua.

El autor de esta columna podría narrarles aquí algunas interesantes historias de OVNIS que he leído por ahí o que ha escuchado de su familia y sus amigos. Pero, nada más contara lo que ha visto.

En mis tiempos de prepa, allá en Madero, al llegar a casa a las cinco de la tarde, me encontré en la calle observando con cierto esfuerzo visual y de cuello la cúpula celeste. Miraban exactamente sobre sus cabezas, pero hacia el infinito. Mero arriba.

Igual que ellos vi tres luces anaranjadas, de tamaño un poco mayor que las estrellas, pero sin titilar, en formación triangular, con dos de ellas más cercanas entre sí y que poco a poco fueron elevándose más y más al grado que un determinado momento, a los diez minutos fue imposible apreciarlas a simple vista.

Al día siguiente, en el noticiero del Canal 7 de televisión se dijo que por haber recibido multitud de llamadas telefónicas en la Torre de control del aeropuerto local se habían decidido a dar información. Se había dictaminado que aquellas sospechosas luces no eran más que los “quemadores” de la Refinería Madero reflejados en el cielo. Ni el locutor que leía las noticias se creyó el dictamen. En ese mismo rato un televidente llamó al programa para decir que él, trabajador de las plataformas marítimas de Pemex, había visto, en esas mismas horas un OVNI sobrevolando a baja altura el mar.

Risible el dictamen. Yo me supongo que las luces de los quemadores sólo se podrían reflejar en el cielo, si en este en ese momento hubiese una capa de hielo. Digo, ya así discutiendo a ese nivel.

Y al igual que las luces anaranjadas se perdieron en el infinito del cielo, también la tortuga “Cielo” un día se perdió para siempre. Se hicieron algunas ampliaciones a la casa de mi hermana y aquella tortuguita de colores que siempre me esperaba en el patio, un buen día ya no estuvo más.

Sin bardas, aprovechó el momento y se fue “o se quedó enterrada” bajo la construcción ya que le gustaba mucho esconderse entre la tierra, según decía mi hermana. Yo me inclino a creer que “Cielo” volvió de vino: al cielo. Todo mundo dice que “lo del agua al agua”, así que lo del cielo, al cielo. NOS VEMOS.

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