Libertad García Cabriales
No debe ser aceptada ninguna ley que no tenga por finalidad la convivencia humana: Giordano Bruno.
Puede ser la cosa más gozosa, pero también la más difícil, la más atormentada. La Real Academia Española define la palabra “convivir” como “vivir en compañía de otro u otros”. Así de sencillo o así de complicado. Y la convivencia es parte de nuestra vida desde que estamos en el vientre y nuestro corazón late junto al de nuestra madre. Luego viene lo bueno, empezar a descubrir a los otros, aprender a vivir con ellos. Y el aprendizaje nunca termina porque, así como inicia en la familia; la convivencia es una asignatura siempre presente en nuestra vida.
Vivir en compañía de otros, eso hacemos todos. Es eso precisamente lo que nos otorga humanidad. Pero no es cosa fácil. Puedo imaginar lo que costó a los Neandertales convivir con los otros en medio de la lucha por el mamut, la pareja y el cobijo, en un tiempo sin religión, ni leyes, ni familia, ni propiedad privada, ni gobiernos establecidos. Pero ni con las leyes, ni los gobiernos, ni siquiera con las creencias, han terminado los problemas de la convivencia. Es más, parecen haber aumentado y para muestra están los repetidos crímenes, los conflictos, las guerras; lo mismo entre familias, grupos o naciones.
Piense usted en ello y ubique sus aprendizajes al respecto. En la familia comenzamos a vivir juntos desde pequeños y aprendemos a transitar con el amor infinito, pero también con el miedo, los celos, las peleas, las mentiras, los silencios, la culpa. Y así, la gran escuela para la convivencia que es la familia va moldeando nuestra forma de relacionarnos con otros. A veces para bien y a veces no. Luego llega la escuela y es otro el convivir, otro el aprendizaje frente a quienes no comparten la sangre, pero sí la condición humana con sus claroscuros. Y allí nos encontramos, peleamos, competimos y hacemos lazos para la vida.
Después está, una de las pruebas más complejas de la convivencia humana: la vida en pareja. Nadie se escapa. Ni el presidente ni el intendente. Ahora mismo, un escándalo recorre al mundo con la bofetada propinada por su esposa al Presidente de Francia. Ufff. En el poder se cuecen las habas a fuego alto. Pero para nadie es fácil la convivencia diaria. Ni siquiera con los más amados. El amor y sus prodigios, pero además el peso de lo cotidiano con sus “asegunes”. El desgaste, los problemas, la rutina, los conflictos, los desacuerdos, los desencantos, los conflictos. ¿Habrá un suertudo que haya vivido todos los días una convivencia perfecta en pareja o en familia? Es poco probable, porque como todo en la vida, ese vivir juntos conlleva rosas y espinas. Y no es para menos: mundos distintos, se enfrentan al enorme desafío de vivir juntos.
Y luego está la convivencia laboral, uff que también tiene lo suyo. Hacer buenos equipos o lidiar con la figura de un jefe o jefes y también con las envidias, grillas, zancadillas, rivalidades, acosos, egos desbordados y demás. Si usted lo piensa, los problemas de la convivencia son casi los mismos en familia como en sociedad. Porque la convivencia social y política es un reflejo de lo que somos como individuos. En la casa, un conflicto puede llevar a una pelea; en la política o en sociedad, entre naciones, el conflicto lleva a desacuerdos que obstaculizan el desarrollo, incluso a la violencia y guerras.
Así de importante es el tema. Construir mejores formas de convivencia es un enorme reto, lo mismo personal que socialmente. Mientras escribo recuerdo las acciones realizadas por Sergio Fajardo en Medellín Colombia, quien vino hace algunos años a Tamaulipas para conversar al respecto. Con la premisa de que el mejor antídoto contra la violencia es la convivencia; trabajaron en procesos de construcción de paz a través de incentivar la convivencia social con educación, arte y cultura, especialmente para los más desprotegidos, como aliento de paz y con una comprobada reducción de los índices de violencia.
Es necesario pensar, imaginar la convivencia como aliento de paz, igual individual que socialmente. Convivencia como impulso de la alegría, la creación, la cohesión, los momentos felices. Nadie ha dicho que sea fácil, ni que se acaben los humanos conflictos, pero si vamos a seguir conviviendo con otros, intentemos hacerlo de mejor manera; con respeto y humildad, con generosidad, con amor. El amor siempre nos salva. Todos necesitamos de todos. Tsvetan Todorov, en su libro “La vida en común” lo expresa citando a Aristóteles: los otros son necesarios para que el bien se manifieste.
Convivir es mirar al espejo, sabernos acompañados, dar sentido a la vida. En tiempos de crisis y violencias recurrentes, es bueno pensar y construir buena convivencia. Nos va la paz en ello.