octubre 31, 2024
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Martín Aguilar Cantú

Cuando un lomito se va

noviembre 10, 2023 | 290 vistas

En un francés rudimentario pero funcional, le escribí a mi profesora: Notre chien est mort ce matin (Nuestro perro murió esta mañana) indicándole que no tendríamos clase esa tarde porque el ánimo no daba para ello entonces, era día de luto para nuestra familia. Niki, una perra que nos regaló 11 años de una vida llena de ladridos hilarantes y, en ocasiones,contenidos, de caricias dulces, de gran alegría y absolutafidelidad, había fallecido esa mañana de forma inesperada y tremendamente desoladora. Cuando ocurre la muerte de una mascota, algunos suelen minimizarlo diciendo: “no es para tanto”, “ya supéralo”, sin saber cuán significativa puede llegar a ser la presencia de una mascota en nuestras vidas, especialmente los perros, quizá los animales que se distinguen más de entre las especies por el vínculo tan estrecho que llegan a formar con quien los acoge y cuida.

Abigael Bohórquez, poeta sonorense de rabiosa y audaz voz, fallecido en los 90s, y que nos heredó inigualables letras, que en su propia época no fueron del todo valoradas, y que, hoy por hoy, lo colocan en la cima de la poesía más original que se haya escrito en México, nos regaló el poema tituladoLlanto por la Muerte de un Perro. Recopilado en su antología poética Las Amarras Terrestres, lo sitúa como un poema escrito entre 1960 y 1966, y del que hoy me gustaría comentarle a usted, querido lector, por tratarse de una de las expresiones más genuinas del luto por un perro, y que narra y entreteje la historia de cómo, por carta, se enteró de la muerte de su amado animal.

La misiva escrita por su madre, narra el poema, le comunicaba:

“Ladrándole a la muerte,
como antes a la luna y el silencio,
el perro abandonó la casa de su cuerpo,
—me cuenta—,
y se fue tras de su alma
con su paso extraviado y generoso
el miércoles pasado.

Sin embargo, el poema no descansa en lo mero anecdótico de la noticia, sino que va más allá, resaltando la bondad intrínseca de un animal y contrastándola con la maldad de quienes cometen injusticias, asesinan y engañan desde los lugares más inverosímiles, y que demuestran cómo puede doler, y doler mucho, la ausencia perpetua de aquellos que saben dar amor y reparten pedacitos de ese corazón aquí y allá, sin morder o lastimar a nadie, dice él.

Estamos, sin duda, ante un poema desgarrador y reflexivo a su vez, que alza la voz para destacar la fuerza del amor en un perro al que describe con imágenes desmedidas y un lirismo torrencial: “mi perro era corriente”, refiere, “pero dejaba un corazón por huella”. La misma huella que, quizá, muchos de nosotros deberíamos imprimir en el otro desde la compasión y la valentía para romper el silencio, la dignidad por encima del miedo, algo que deberíamos defender siempre.

Ante tal verdad, no es de extrañarse que otro grande de la narrativa latinoamericana, el colombiano Fernando Vallejo, acompañado por sus perros, acudiera a recibir el Premio de Literatura Rómulo Gallegos y posteriormente donara la totalidad del premio (100,000 dólares) a una asociación canina protectora de animales.

“Lo hemos llorado mucho…” Y, ¿por qué no? yo también lo he llorado;” continúa el poeta. Porque el proceso del duelo, en su más pura intimidad, es único y cada uno nos aproximamos a él de diferente forma. Confieso que yo también derramé lágrimas por Niki, pero el dolor de quienes la cuidaron y acogieron desde pequeña; mi hermana y sobrinas, era aún más doloroso para quien les escribe, por tratarse de una pérdida tan fortuita como inaceptable en el momento mismo en que ocurrió, pero que dejaba para mí una lección clara de lo que al amor puede significar en nuestras vidas y cómo los seres humanos no somos, quizá, en su conjunto, equiparables a estos animales que son ejemplo de fidelidad y entrega hasta el momento de su último aliento.

 

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