noviembre 21, 2024
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Alicia Caballero Galindo

¿Cuánto vale una vida?

febrero 15, 2024 | 227 vistas

Alicia Caballero Galindo

 

Un disparo en la noche retumba en el silencio y la oscuridad como una bocanada de muerte. Una detonación con el característico sonido metálico frío, escueto… después, ¡nada! El silencio indiferente de la noche que duerme, el aleteo de algunas aves desorientadas que no encuentran su dormidero o las echaron de la parvada y buscan acomodo. No se escucha ninguna queja, solo silencio, silencio de muerte.  Se oye el ulular de una ambulancia cada vez más cercano, y yo me doy vuelta en mi lecho, volteo hacia la ventana que da al patio e intento cerrar los ojos pensando; “no fue cerca de aquí las balas no me alcanzan”. En el cuarto contiguo duermen mis hijos, espero no hayan escuchado nada. Mientras intento dormir de nuevo, afuera una bala cegó una vida, tal vez sin razón o con alguna causa, o dejó herido a alguien, me encojo de hombros porque no veo rostro alguno, sólo supongo, justifico mi indiferencia pensando “quién les manda andar afuera de su casa a estas horas de la noche” “se lo buscaron”, afuera de esas paredes que forman mi hogar existe una jungla donde día a día se lucha por la vida, pero dentro de mi casa, me siento seguro con mi familia. Duermo de nuevo arrullado por el monótono ritmo de mi respiración. Me alegro de poder respirar cuando otros, ya no lo hacen, no puedo evitar volver antes de dormir al sonido del disparo escuchado, no hubo más, pero no me tranquiliza, me levanto y me dirijo al cuarto de mis hijos, espero encontrarlos dormidos, al abrir la puerta escucho la voz del mayor preguntando:

—¿Eres tú, papá?

—Sí hijo, soy yo, estamos bien, no te preocupes, sólo fue un disparo, ya pasó

Después se tapa hasta la cabeza y se duerme o finge dormir al menos.

En definitiva, no le causa el mismo impacto que a mí. El niño chico medio adormilado me pregunta

—¡Papi! ¿Verdad que aquí no llegan esas balas?

—No, hijo, duerme

Le respondo sintiendo un nudo de impotencia en la garganta y me encamino a mi cuarto.

¡Qué extrañas son las cosas ahora! Mi memoria, con la velocidad de un relámpago, recorre mis días de infancia, en vacaciones, las noches de verano eran para corretear tras las luciérnagas, lo único que nos asustaba, era cuando veíamos entre las ramas de los árboles los penetrantes ojos de las lechuzas que ávidas buscaban su comida o escuchábamos el silbido de sus alas cuando detectaban un roedor y pasaban cerca de nosotros, entonces corríamos hacia nuestros padres que nos daban alguna explicación al hecho. Si querían tenernos quietos, decían que eran brujas en busca de niños, era mejor quedarse quietos junto a ellos, o simplemente nos abrazaban, sonreían y nos explicaban que no pasaba nada; eran aves nocturnas en busca de su alimento. Y nosotros caminábamos por donde nos indicaban y todo en paz. El recuerdo me hizo sonreír. Al pensar en los niños de hoy, un escalofrío recorre mi cuerpo, mis hijos de cinco y doce años, por las noches, no pueden salir a jugar en el campo, ni en la plaza ni fuera de su casa porque es peligroso, entonces se sientan frente al televisor y ponen un juego de video donde el tema principal es matar, herir, destrozar, mutilar. Ven en abundancia sangre, cuerpos desmembrados, violencia… ¡y la disfrutan! Recapacito, cuando ellos escuchan un disparo, lo único que piensan es, lo matarían o lo herirían solamente, “¡qué padre se escuchó el disparo! debe ser una “pistolota” “qué bueno que estamos lejos…”  y siguen con lo que estaban haciendo con la mayor tranquilidad, a veces afinando el oído y tratar de reconocer el calibre del arma. Cuando los escucho hablar así, siento náuseas, a todas las disputas les encuentran la misma solución: ¡¡MATALO!! Y lo dicen con la misma naturalidad que un ¡¡buenos días!!, y a quién podremos hacer responsable de tales cosas.  ¿Qué será más peligroso? Dejarlos salir a jugar en lugares públicos o… dejar que perviertan su imaginación con juegos electrónicos en los que el denominador común es la muerte.

Cuando escuchamos en familia una noticia macabra de cuerpos mutilados o ejecuciones, es inevitable que se sienta en la boca del estómago un vacío extraño, mientras ellos, con la mayor naturalidad sólo digan” ¡quién se los manda! … ¿Cuánto vale ahora una vida humana? …

De nuevo escucho detonaciones y explosiones lejanas; quiero pensar que son cuetes y no otra cosa, pero ya se me fue el sueño pensando, pensando.

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