Por María José Zorrilla.-
Enorme es la capacidad del humano para almacenar recuerdos y mayor aún el vacío que causa la ausencia de un ser querido, de un objeto preciado, una edificación donde se vivieron gratas experiencias y ya no quedará nada palpable físicamente más que la memoria de lo que significó lo perdido en nuestras vidas.
Hace algunos días derrumbaron el Colegio donde pase 12 años de mi vida desde el kínder de tres años hasta la secundaria. Por distintos chats me llegaron las fotografías donde estaban derribando el Antonio Repiso, el icónico y primer colegio particular de Ciudad Victoria fundado desde 1943 y que vio desfilar decenas de generaciones terminar la primaria y la secundaria.
Las imágenes de la destrucción, aunque sea planificada, nos duele a quienes vivimos allí buena parte de nuestra vida, generamos relaciones, amistades, aprendimos a leer y escribir, a jugar, a compartir, a competir y a conocer el mundo de muchas formas.
Un dejo de nostalgia me invadió al ver las imágenes y más aún cuando una compañera cantó el himno del Colegio y lo compartió por WhatsApp con el grupo de amigas que lo somos desde hace más de medio siglo.
En medio de esa nebulosa nostalgia por el inmueble que se va y sepulta nuestros salones de clases, me puse a reflexionar si a nosotros nos dio tristeza, no quiero ni imaginar cuan dramático y doloroso debe ser para quienes están viviendo la guerra. Para quienes de uno y otro lado ven como se les derrumba su mundo y se va muriendo todo a su derredor. Sus seres queridos, su terruño, sus propiedades, sus pertenencias personales.
Es desgarrador ver como murieron judíos inocentes en el impensado ataque de Hamas a Israel, pero también es desgarrador ver los bombardeos indiscriminados hacia Gaza y el éxodo de personas inocentes tratando de huir despavoridas sin refugio alguno, sin destino y sin patria.
Muchos son los comentarios y análisis que se han hecho de esta terrible situación que vuelve avivar el fuego en el Medio Oriente, tierras que desde tiempos inmemorables han estado en eterno conflicto con algunos cortos episodios de paz, pero con resentimientos que ante la menor provocación se exacerban.
Ante esta situación y habiendo estado muy recientemente en esos lugares me pregunto cuál será la mejor solución ante algo que parece casi imposible de resolver salomónicamente.
Me tocó vivir un poco de ese sentimiento de impotencia de unos palestinos en Cisjordania sobre lo que escribí la semana pasada, pero también entiendo el temor de los judíos por ser atacados, no en vano viven con temor como los acontecimientos ocurridos el pasado 7 de octubre.
Elizondo Mayer-Serra en su columna de ayer en Reforma se hace la misma pregunta. “Qué hacer” se llama su columna y deja en claro que las soluciones a corto plazo pueden resultar muy costosas después.
Deja entrever lo peligroso de tomar decisiones radicales y hace una comparación entre la política de guerra contra los narcos de Calderón o la de abrazos no balazos de AMLO y la de Netanyahu obsesionado por debilitar el poder judicial de Israel y asociarse con políticos fundamentalistas interesados en colonizar Cisjordania.
El resultado en México son cientos de miles de muertos por un combate inadecuado al crimen organizado que con el paso del tiempo ha tomado una fuerza increíble y ampliado su radio de acción desde el delito del narcotráfico y trata de personas, hasta pederastia, secuestro, ciberataques, feminicidios y reclutamientos forzosos. En Israel y Palestina la tragedia que se está viviendo hoy día es también resultado de políticas inadecuadas y posturas que derivan en tremenda polarización.
Nosotros las ex alumnas de nuestro querido Colegio Antonio Repiso nos quedaremos con los recuerdos de esa infancia privilegiada que tuvimos la suerte de vivir.
No importa que el edificio ya no esté de pie. La memoria sigue presente, los recuerdos de lo que allí vivimos y construimos son gratas e inolvidables.
Por otro lado, es dramático ver como la infancia de otros niños estarán colmadas de terroríficos recuerdos de sangre, dolor, muerte, destrucción y odio. El mundo se ha quedado impávido como lo ha estado ante la guerra de hace más de 500 días entre Rusia y Ucrania.
El temor de que se involucren otros actores paraliza a todos. No es para menos, nadie quiere una conflagración de mayores proporciones aun cuando las imágenes sean desgarradoras de familias destrozadas de uno y otro bando, gente huyendo sin destino, un pueblo sin porvenir, un ejército bien estructurado contra un pueblo desarmado cuyo pecado es ser parientes de Hamas que ataca indiscriminadamente y con crueldad a sus vecinos judíos, que a su vez atacan indiscriminadamente a los palestinos.
Ante el qué hacer en estos casos, me pregunto también qué cúmulo de recuerdos les dejaremos a las nuevas generaciones del mundo.