diciembre 4, 2024
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Libertad García Cabriales

De Victoria a París: cada quien su olimpo

agosto 5, 2024 | 171 vistas

Sólo hay dos lugares donde se puede vivir felices: en casa y en París: Ernest Hemingway

En la mitología griega, el olimpo es considerado el espacio destinado a los principales dioses. El monte más alto, el sitio más cerca del cielo donde lo sagrado se manifiesta en el poder de quienes estaban por encima de los simples mortales. Presidido por Zeus, el dios del trueno; en los esplendorosos palacios, residían además doce dioses que desde lo más alto acompañaban al monarca mayor, cada uno con una misión específica. Pero no todo era paradisiaco en el deseado Olimpo, también habitaba la ira, la venganza, las traiciones, el miedo, el castigo y el exilio. No todo es belleza, ni en la casa de los poderosos.

Así pues, el olimpo también ha sido metáfora del terrenal poder. El ascenso y la caída de tantos reyes, gobernantes y poderosos en el mundo que han gozado su temporal paraíso y tarde o temprano, terminan el mandato o sucumben ante la democrática muerte, muchas veces con más pena que gloria. En ese contexto, fue precisamente en honor a los dioses del olimpo que se realizaron por vez primera los juegos deportivos en una ciudad cercana al monte sagrado, llamada Olimpia. De ahí la tradición milenaria, ahora vivida en una urbe emblemática del antiguo e histórico continente: París, la ciudad luz.

El mundo se ha llenado del espíritu olímpico. El mismo alguna vez creado por los griegos pensando al cuerpo como obra maestra. Todo eso hemos visto en estos días. Un fascinante despliegue donde la bella Francia se mostró otra vez como indiscutible potencia cultural. Desde su propio olimpo, Emmanuel  Macron con el rostro complacido por su reciente victoria política presidiendo el desfile glamoroso  de monarcas y mandatarios. También luminosa la piel veracruzana de Salma Hayek, portando la Antorcha Olímpica representando al imperio Pinault en la mismísima capital de la moda. Y lo mejor: el alma puesta en cada una de las hazañas de los deportistas llegados de sus diversos países. Cada quien su olimpo.

París ha sido en estos días el centro de las miradas en el mundo entero. Las pantallas en todas partes reflejan la emoción, el suspenso y los aplausos a los competidores. El deporte como tregua, como bálsamo en un mundo violento. Unas semanas para imaginar como diría John Lennon, que el mundo puede vivir sin guerra. La búsqueda del oro, pero no como botín, sino como símbolo de humano tesón. Y aunque nunca faltan los gandallas, ni los mojigatos, en lo general la gesta ha sido un regalo, especialmente para los amantes del deporte. Eso sí, el medallero resultó sin muchas sorpresas. Los estadounidenses, los chinos y los franceses ganando de calle a la mayoría de los países. Nuestro México, como siempre, muy abajo, pero con algunas participaciones muy dignas. El dinero cuenta y mucho, el apoyo otorgado por cada país a sus deportistas, pero también el talento, la voluntad, las agallas de cada persona.

Y todos llegaron con el olimpo del medallero en mente. El muy deseado podio, especialmente el dorado, el más alto. Por ese sueño, se entregan durante años con una disciplina férrea, implacable. Horas y horas de entrenamientos para alcanzar la cima. No sé a usted que le impresiona más; yo he visto poco, pero me han impactado especialmente la gimnasia, el atletismo y la natación. La espectacular participación, digna de una diosa del olimpo de Simone Biles y sus doradas medallas, pero especialmente me conmovieron los nadadores mexicanos y su clavado perfecto, ganadores de una plata con sabor a oro.

La Olimpiada de París ha sido un recordatorio del prodigio del cuerpo humano y del alma que lo acompaña. El espíritu indomable representando la esencia, más allá de la competencia. Y luego está París, la ciudad que alguna vez fue una cloaca pestilente y se convirtió gracias al espíritu de sus habitantes y sus gobernantes, en la primera ciudad moderna, considerada por muchos la más bella de todo el mundo. Viendo sus bellas anchas avenidas, el impecable trazado urbano, sus característicos jardines llenos de árboles y flores, los majestuosos monumentos y edificios; nunca se podría creer la historia de la putrefacta capital donde abundaba la pobreza, el descontento y la muerte antes de la Revolución Francesa.

Los franceses construyeron su olimpo. Mientras escribo desde esta nuestra capital tamaulipeca, pienso en la necesidad de unir esfuerzos para transformar nuestra amada Victoria. No somos cloaca, ni somos París, pero el ejemplo cuenta y en México también hay muchas capitales mejoradas radicalmente en su imagen urbana a partir de procesos colaborativos donde las instituciones fueron centrales y los ciudadanos cruciales. No se trata de denostar, ni de ser hipócrita. Se han hecho muchos esfuerzos, pero falta demasiado para tener una capital a la altura. Es necesario ver con ojos de amor, pero también con ojos críticos. Victoria es nuestra casa y como todas las casas necesita a sus habitantes. No podemos pedir todo a los gobiernos. Exigir y participar.es la fórmula. La mejor manera de generar autoestima colectiva es a través de la imagen urbana y la conciencia del bienestar común. París lo logró. Nos toca hacer lo propio.  Victoria lo merece. Nosotros también.

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