Catón
Nadie debería leer el cuento que en seguida voy a relatar. Su grado
de impudicia es tal que deja todas las indecencias de Pichorra en calidad de
rezos de novicia. ¿Quién es el tal Pichorra? Fue un ingenioso versificador
de Mérida. Su festiva musa lo inclinó a la picardía, la cual ejercitó con
absoluto desparpajo en los comienzos del pasado siglo, quizá animado por
los espíritus etílicos que a diario lo poseían. (Un cierto amigo mío dice que
él se emborracharía noche a noche "de no ser por ese dios justiciero que es
la cruda"). Pichorra se llamaba en verdad Felipe Salazar Ávila. ¿De dónde
le vendría su mote? Hasta dónde sé, la pichorra era el tapón con el que se
obturaba el agujero abierto en la tapa de los barriles de pulque para que por
él salieran los gases producto de la fermentación. Pero basta de introitos,
que ya van siendo largos. Vayamos a la historia. Heterina era una chica
donairosa; gustaba de los deleites de la vida. Invitó a Libidio a ir con ella a
su departamento a fin de gozar lo que en prosaico modo se llama un
acostón, efímero trato de carnalidad llevado a cabo por mero placer, sin
compromiso posterior alguno. No strings attached, dicen los
norteamericanos. "Amores son acciones, no besos ni apachurrones". Así
rezaba una antigua sentencia que mi abuela materna, mamá Lata -Liberata-
, solía repetir a sus hijas en edad de merecer. Quería decirles que el trato
entre mujer y hombre era humo de pajas si no devenía en noviazgo formal
o matrimonio. Eso era antes. Las cosas han cambiado en tal manera que si
la santa madre de mi madre volviera a este mundo no lo reconocería, y
pediría de inmediato volver al que hoy habita. El caso es que al llegar al
departamento de Heterina ella le dio la llave a Libidio para que abriera la
puerta. Le comentó: "Por el modo en que mete la llave en la cerradura
puedo decir si mi galán será tierno y delicado a la hora del amor, o
vehemente y ardoroso". Libidio tomó la llave. En seguida se inclinó sobre la
cerradura y puso en ella los labios repetidas veces. "¿Qué haces?" -le
preguntó con extrañeza Hetera. Replicó Libidio: "Antes de introducir la llave
me gusta darle unos besitos a la cerradura". Jamás he sido jugador, pero
pienso que entre todos los vicios el juego es el que menos placer da a quien
lo padece. El alcohol y el sexo se disfrutan, siquiera sea
momentáneamente; la ruleta, las cartas o los dados no. Birjana, esposa
joven, era ludópata. Quiero decir que sufría la fea y sórdida pasión del
juego. En cierta ocasión llegó al domicilio conyugal en horas de la
madrugada. Iba vestida únicamente con la última prenda íntima que usaba.
Su marido se sorprendió al verla en esas fachas. Le preguntó asombrado.
"¿Tan fuerte está el calor que en estos días se ha sentido?". "No es el calor
-respondió ella avergonzada-. Lo que sucede es que jugué y perdí todo lo
que tenemos". "¿Cómo es posible?" -se espantó el marido. "Sí -confirmó
entre lágrimas Birjana-. Perdí el dinero que llevaba conmigo, y el que
teníamos en el banco, pues empecé a hacer cheques. Jugué luego mis
joyas; las perdí también. Y tuve que venirme en taxi, porque jugué el coche,
e igualmente lo perdí. Te comunico que mañana debemos irnos a un hotel,
porque jugué la casa con todo lo que tiene adentro, y la perdí también. Me
quedaba nomás la ropa que traía puesta. Prenda por prenda la fui jugando,
y prenda por prenda la fui perdiendo, hasta que me quedé solamente en
pantaleta". Le dijo el marido: "Pues la hubieras jugado, mujer. A lo mejor te
reponías". "Oye no -contestó la señora en tono de reproche-. Ni que fuera
tanto el vicio". FIN.
MANGANITAS
Por AFA.
". Apagones.".
En todo el país es tema
lo de un apagón fatal.
Otra vez al Bartlett tal
ya se le cayó el sistema.