diciembre 11, 2024
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Alicia Caballero Galindo

El árbol

septiembre 7, 2023 | 423 vistas

Alicia Caballero Galindo.-

Hay quienes existen como las mariposas o las moscas; su vida los
mantiene en el aire, sin dejar rastro de su paso en la tierra. En cambio, el
motor que mueve al mundo lo constituyen los seres que se aferran a la
tierra dejando a su paso huella, por medio de sus raíces y sus semillas, que,
en tierra fértil germinan y continúan la evolución.
Hoy me di cuenta que existo, ¡estoy vivo!, tengo un cuerpo que siente,
¿qué cómo lo supe?, de la manera más brusca, pasó a mi lado “algo” que
se movía, me pareció que también estaba vivo como yo, pero esa cosa
podía ir de un lugar a otro, ¡yo no! Al pasar muy cerca de mí, la parte de
adelante de su cuerpo, que se encontraba más alta, se dividió en dos y salió
algo de esa cavidad que envolvió algunas de mis hojas, tiró con fuerza de
ellas, las arrancó de mis ramas y las vi hundirse en el interior de aquel
hueco que de nuevo volvió a cerrarse y otra vez quedó de una pieza,
¡bueno!, se movía de un lado a otro, pero sin llegar a separarse. La verdad
¡me dolió mucho! Hasta creí que me iba a sacar de mi lugar; en ese
momento comprendí que me encontraba atado al suelo, supe que tenía
raíces, son como cadenas que me atan a la tierra, aunque no eran muy
profundas porque soy chiquito. También me di cuenta que había a mi
alrededor otros como yo, unos chiquitos, otros medianos y algunos tan altos
y tan anchos de su tronco, que difícilmente distinguía sus hojas, pero eran
como yo, estábamos en las orillas de una corriente de agua que nos
permitía refrescarnos. Los que se encontraban más lejos de la orilla,
extendían sus raíces hasta el agua. Aun dolido por la pérdida de tres de mis
mejores hojas, miré que los demás me veían y en un lenguaje sin palabras,
que sólo nosotros entendemos, escuché lo que los más viejos me decían:
—No te preocupes por las hojas que perdiste, pronto brotarán más de
tus ramas, es doloroso que nos las quiten, pero ellos, también tienen qué
comer para vivir. Una de nuestras misiones, es mantener vivos a los que se
alimentan de nuestras hojas, pronto crecerás y ya no alcanzarán para
cortarlas y podrás crecer, tu misión en la vida será aferrarte a la tierra para
no caer y saber extender tus raíces para que nunca te falte el agua.
¿Sabes? de nuestra existencia depende que, en la tierra, nunca falte el
agua, porque toda la que tomamos del río la expulsamos por nuestras hojas
convertida en vapor, se eleva hacia el cielo y se convierte en nube que de
nuevo regresa a la tierra en forma de lluvia, somos una estirpe poderosa, un
eslabón importante en la vida de la tierra, ¡debes sentirte orgulloso pronto,

habrás de ser un árbol! Y, además, podremos perdurar, porque cuando
nuestra savia se extingue, miles de semillas se encargarán de mantener
viva nuestra especie, con nuevos árboles, algunos morirán antes de ser
adultos, pero llegarán los suficientes para continuar nuestra misión. Me
sentí angustiado viendo volar a las mariposas y otros insectos a mi
alrededor, que en su eterno deambular se posaban en mis hojas. No nos
podemos mover de nuestro lugar para defendernos como esas mariposas y
esas moscas que despreocupadas vuelan, no podremos ver otros
horizontes. Escuché al viejo sabio que me decía:
—No es tan malo permanecer en el mismo lugar, al contrario, esos
insectos que vuelan se pasan la vida en el aire sin dejar huella de su
efímera estancia, en cambio nosotros, nos aferramos a la tierra, alzamos
nuestros bazos hacia el cielo y dejamos una historia de nuestro paso,
porque la semilla que se propaga, nos mantendrá vivos por años, ¡siglos,
una eternidad! Nuestro amigo, el viento, las transporta y ellas verán otros
horizontes.
Se hizo un silencio que sólo era interrumpido por el suave paso del
agua de aquel caudal en cuyas márgenes vivían los grandes y majestuosos
árboles. El ulular del viento, al colarse entre nuestras ramas, cantaba su
eterna sinfonía.
Entendí que me faltaba mucho por aprender y me sentí orgulloso de
ser un árbol, miré mis raíces las enterré un poco más y me sentí contento
de estar fuertemente aferrado a la tierra, que sería mi fuente de vida y
sustento. Me prepararía para a ser un árbol fuerte.
¡Cuántas cosas tenemos que aprender de la naturaleza! Qué
lecciones de vida nos dan las plantas todos los días, esos nobles y verdes
gigantes que, en las laderas de las montañas, vemos asidos a las rocas
desnudas, árboles que se aferran al ríspido entorno hundiendo sus raíces
en busca de apoyo y agua, venciendo las leyes de la gravedad, yerguen sus
frondas hacia el cielo, ¡majestuosos! se aclimatan a sus dificultades y en
condiciones por demás accidentadas crecen y se reproducen.
Qué lección de apego a la vida y tenacidad la de los grandes árboles
abatidos por los huracanes, que, aun caídos, con el último hálito de vida y
una pequeña raíz que los une a la tierra, dirigen sus brazos al cielo y se
aferran a la tierra, ¡no se dejan morir! Cuántas veces cegamos la hierba y
ésta, resurge a la vida y de nuevo reverdece, al primer beso del rocío. Las
cactáceas, atesoran en su seno el agua necesaria para subsistir en el
desierto, sabedores de sus limitaciones, sus profusas raíces corren muy
cerca de la superficie para capturar la mayor cantidad de agua que les
permita subsistir.
¿Por qué los seres humanos nos empeñamos en desear lo que no
podemos tener, en vez de apreciar lo que tenemos y no queremos ver?
¿Por qué no utilizamos los recursos a nuestro alcance para construir

nuestros sueños? ¿Por qué no pensamos como el viejo sauce, en fortalecer
nuestras raíces y dejar huella de nuestra existencia en lugar de envidiar a la
fugaz mariposa o a la tenaz mosca, que, a pesar de poder moverse por
doquier, no dejará en la tierra testimonio de su fugaz existencia? Si
reflexionáramos y actuáramos como las plantas, que nos dan mensajes de
vida, y lecciones de supervivencia, tan simples pero fehacientes, y que
raramente apreciamos por la soberbia de considerarnos especie superior, la
humanidad, sería más sabia. Los vegetales abordaron primero que nosotros
el planeta y es seguro que sabrían subsistir en caso de un cataclismo
provocado por la especie humana.
Cuando la soledad abrume, cuando las fuerzas flaquean y el
desaliento invade, cuando el espíritu se quebrante, sencillamente hay que
salir y observar a los árboles que orgullosos se yerguen. Mirarlos desde la
raíz a la hoja más alta y aprender de ellos.
Al final de cuentas, la vida envía mensajes de aliento y enseña. Quien
sabe escuchar y atender la voz de la naturaleza, es privilegiado, y sabrá los
íntimos secretos del universo para sentirse parte de ese todo maravilloso
que es la vida.

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