Mauricio Zapata
Este es el Punto por Punto en su versión fin de semana. El de los relatos y anécdotas.
Cuando era niño iba dos o hasta tres veces por semana al Hangar Presidencial. Ya sea para llevar o para recoger a mi papá, que trabajaba en la Presidencia de la República como grabador.
Mi padre fue una persona excesivamente puntual. Si lo citaban a las 8:00, él llegaba a las 7:30, y si podía antes, mejor.
Así que llegábamos y me tocaba ver todo.
Cómo preparaban el avión. Cómo lo movían del hangar hasta la zona donde se subían todos.
En muchas ocasiones mi papá me subió y los pilotos, muy amables por cierto, me tomaban de la mano y me paseaban por la nave. Estuve varias veces en la cabina.
Cuando nos tocaba ir por mi papá al regreso de una gira, le pedía a mi mamá irnos antes porque quería ver aterrizar el avión. Y así lo hacíamos.
El asunto es que el ruido del motor del avión siempre me llamó muchísimo la atención y encendía en mí una adrenalina muy especial.
Les estoy hablando de cuando tenía entre cinco y once años, es decir, entre 1979 y 1985, con los presidentes López Portillo y Miguel de la Madrid.
En ese entonces yo quería ser piloto aviador, desde luego que mi ilusión era ser piloto de ese avión, llamado en aquel entonces Quetzalcóatl 1.
Yo no me quería ir del Hangar Presidencial hasta ya no ver el avión, es decir, hasta que despegara y se perdiera en el cielo.
Y cuando llegaba sentía algo muy especial ver bajar a toda la gente.
Lo veíamos desde una especie como de terraza que había y la vista era de espectacular.
Primero bajaba el mismísimo Mandatario. Luego sus escoltas y sus colaboradores. Por la parte de atrás del avión bajaban los periodistas y la gente de prensa de la presidencia.
Y ahí iba mi papá con su grabadora Uher en el hombro.
El motor no paraba y me gustaba mucho escucharlo.
Soñaba con subirme e ir alguna gira.
El sueño se logró, aunque no en su totalidad. Me tocó, ya más tarde, cubrir, también como grabador de la Presidencia varias giras, pero free lance, con Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.
Y cuando subía recordaba aquellas veces que iba de niño.
Hoy, cada vez que escucho el motor de una avión en tierra, vienen a mi mente aquellos momentos a inicios de los años ochentas y sigo sintiendo lo mismo: esa adrenalina especial.
EN CINCO PALABRAS.- Los planes no se planean.
PUNTO FINAL.- “Asumen que asumen, y por eso no asumen”: Cirilo Stofenmacher.
Twitter: @Mauri_Zapata