noviembre 23, 2024
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Alicia Caballero Galindo

El bailador

abril 18, 2024 | 267 vistas

—¡Levántate muchacho! Es lunes, y tú, estás echado como vaca vieja todavía. Deberías estar arreglándote para el jale. Son casi las ocho y tú, sigues en el quinto sueño.

Antolín, abrió los ojos, aun llenos de lagañas, se estiró en su catre y se dispuso con pereza a levantarse, le dolía todo el cuerpo, el domingo, se había ido a un baile. Empezó a sentir el olor del café recién hervido y pensó que, con eso, acabaría de despertar, con una sonrisa de satisfacción, se dirigió a la cocina. Las gallinas en el corral, cacareaban el huevo que acababan de poner y a lo lejos se escuchaba el transitar de los camiones transportistas y de ruta. Le costaba trabajo activarse, el baile de la noche del domingo había terminado casi a las tres de la mañana y él, era de los últimos en irse, le encantaba bailar, aunque se malpasara, las buenas bailadoras se lo peleaban, se sentía orgulloso de ser quien era.  Con su taza de café en la mano, se sentó en el borde se su catre, mientras degustaba el café, y veía por la ventana revolotear a los pájaros en el encino del patio. Al terminar su café, se lavó la cara y se paró frente a un viejo espejo que le devolvió entre algunas manchas, su rostro y se sonrió satisfecho, las gotas de agua caían de su pelo recién peinado y se puso un perfume barato, que, según él, conquistaba a las chicas.  Eustolia, su madre, le preparaba en la cocina su lonche; unas tortillas recién hechas con frijoles y salsa picante del molcajete.

El muchacho, estaba delgado pero muy fuerte, ya que era cargador en una tienda de materiales de construcción que estaba a las orillas de la ciudad y él vivía en un ejido cercano.

Eustolia le dio su lonchera con cara de preocupación, siempre andaba de baile en baile, aunque no tomaba, sí se desvelaba y de vez en cuando se metía en líos de faldas, era bien parecido y tenía éxito con las chicas. Con mucha seriedad le dijo:

—Mira Antolín, un día te vas a meter en líos por andar de baile en baile alborotando muchachas. Ya tienes edad para buscar una mujer en serio y casarte.

Antolín sólo sonreía y diciéndole a su madre que no se preocupara, todo llegará a su tiempo.

La madre insistía.

—¡Pero muchacho!, no está bien que andes de baile en baile sin ningún propósito, búscate una novia en serio y piensa en sentar cabeza. Pareciera que el diablo se te mete en el cuerpo cuando escuchas música de algún regurgundio y… ¡ahí vas!

Él le respondió con una sonrisa.

—No te apures mamá, un día me casaré, y te daré muchos nietos, por lo pronto, me quiero divertir.

Después de ese comentario, la madre se quedó sin palabras y el muchacho, tomando su lonchera se dirigió a su trabajo silbando un de sus canciones favoritas, sentía que el mundo era de él.

Un buen día, cuando, terminó el baile del fin de semana, se dirigía a su casa, cuando escuchó a lo lejos música y pensó que había un baile cercano, se encaminó hacia la música y por el camino se encontró a un hombre, y le preguntó:

—También tú vas al baile?

A lo que el extraño le contestó que sí, y Antolín, animado por la idea, siguió el camino junto con el extraño, esperando llegar a la fuente de la música que se suponía era de un baile. Caminó y caminó junto a aquel extraño individuo en medio de la oscuridad de la noche. A su memoria, llegó el comentario de su madre; “Cuando oyes música de baile, parece que se mete el diablo y quieres sólo bailar”

Es lo último que recuerda. Después de aquel éxtasis, perdió el sentido.

Los primeros rayos del sol, tamizados, cayeron en su rostro. Al abrir los ojos, se dio cuenta que estaba debajo de un magueyal con punzantes espinas entrecruzadas, estaba desconcertado, le dolía todo el cuerpo, y un fuerte olor a azufre, se desprendía de toda su ropa. Era imposible llegar a ese lugar caminando sin ser lastimado, se palpó el cuerpo y percibió rasguños en su espalda como si dos manos con filosas uñas lo hubieran rasgado, y se incomodó, lo raro era que su camisa no estaba rasgada limpió con el puño de la camisa las lagañas y empezó su mente a trabajar buscando alguna explicación.  No la hubo…

Como pudo, a gatas, salió de ese lugar y descubrió que era un terreno abandonado en las orillas del ejido, ese magueyal, fue abandonado desde hace tiempo. Ya no era rentable, estaba a más de un kilómetro del lugar donde se realizó el baile. Los gallos cantaban sus últimas llamadas, debían ser cerca de las seis y media o siete de la mañana.

Le dolía la cabeza como si se hubiera emborrachado y él, no tomaba alcohol, su vicio era el baile…

En su mente martillaba la frase de su madre: “Escuchas música bailable y pareciera que el diablo se te mete en el cuerpo”, ¿y si fue el mismísimo Lucifer, quien le jugó esa pasada?…

Nota: Es un relato verídico que llegó a mis oídos.

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