Mauricio Zapata
Este es el Punto por Punto en su versión de fin de semana. El de los relatos y las anécdotas.
Hace unos días escuché a unos muchachos hablar de su primer carro. Presumían autos de reciente modelo, y uno de ellos se quejaba de que el suyo no tenía los vidrios eléctricos de atrás. Ambos coincidieron en que a cada uno se los había comprado su papá.
Me remonté a 1993. Cuando tuve mi primer carro.
Debo aclarar que mi primer vehículo fue una moto campo traviesa 350. Me costó, en aquel tiempo, tres mil 500 de los entonces “nuevos pesos”.
Duré con ella unos cuantos meses. Me costaba muchísimo encenderla. Recuerdo una vez que después de mil intentos logré prenderla y llegó mi primo Eugenio y preguntó por un botón de la moto oprimiéndolo al mismo tiempo; era el del apagado.
Bueno, una vez que la vendí, entonces compré mi primer carro.
Era un Volkswagen Sedán modelo 68. Color blanco.
Ah cómo me gustaban los Vochos, y ah cómo me gustaba ese en especial.
Pero tenía lo suyo.
Ese carro me lo vendió Enrique Gattás. Me contactó con él Ulises Carrillo, que era amigo suyo.
Me fui a ver el Vochito. Quique se dedicaba a comprar carros, arreglarlos, disfrutarlos poco tiempo y volverlos a vender.
Llegamos a su casa y me enseñó el Vocho.
El primer defecto visible es que el elevador de la ventana del piloto no servía y se detenía con un desarmador atorado entre la puerta y el vidrio. Pero eso era lo de menos.
Tenía volante deportivo. Tenía un estéreo marca Mustang. Para echarle gasolina había que abrir el cofre, por ahí estaba la tapa del tanque.
Para encenderlo metía uno la llave, pero al darle vuelta teníamos que hacer un movimiento especial de arriba hacia abajo con la llave para que pudiera embonar y poderle dar vuelta.
Había también que bombearle dos veces antes de arrancar. Pero si se te iba uno más, se ahogaba y teníamos que esperar a que pasara la gasolina para volver a intentarlo.
Le faltaba algún empaque entre el cofre y la cabina, porque siempre olía a gasolina.
Cuando fuimos a “calarlo”, me percaté que jalaba bien, se escuchaba bien. Para meterle la primera había que, a fuerzas, meterle primero la segunda, si no, no agarraba esa primera. Y la segunda si no metías a tiempo la tercera, se botaba.
Pero eso también era lo de menos.
La batería tenía un corto y a veces no pasaba corriente. Pero qué importaba, con un pequeño “puche” arrancaba de volada.
Quique me lo vendía en tres mil 750 “nuevos pesos”. Yo solo tenía tres mil 450, porque ya me había gastado 50 de lo de la venta de la moto.
Recuerdo que estábamos en el estira y afloja, y en eso salió Lalo (el actual alcalde) y en un gesto de echarle la mano a su carnal, la hizo de “palero” de la venta.
“Nombre, cabrón, yo quería ese carro, pero mi hermano no me lo quiso vender. Está con madre, vas hacer una buena compra”.
Luego se subió a una moto y se fue. Recordemos que era 1993… ¡hace 30 años!
En ese proceso de compra-venta andaban, además de Ulises, su hermano Gerónimo y Luis Enrique Peláez. Sí, actual funcionario del Gobierno municipal.
No sé qué madres andaban haciendo, pero ahí estaban.
Finalmente me animé. Quique accedió y aceptó los tres mil 450 “nuevos pesos”. Y así tuve mi primer carro: Un Vochito 68, que ah cómo le saqué jugo; cómo lo disfruté, a pesar de todos sus defectos, y cómo me dio batalla el condenado carrito, que dicho sea de paso, lo llamaba “El Chato”.
Ojo: el carro costaba lo que valía. Fue una compra-venta justa para ambos lados. El objetivo de esta historia, es sólo relatar cómo fue mi primer coche que compré con mis ahorros de todo un año cuando yo tenía 19 años.
Después tuve otro Vocho modelo 72. Luego una Caribe 81. Luego un Safari 78, entre otros.
Pero si los muchachos que escuché ese día no soportan que su carro no tiene vidrios eléctricos atrás, imagínenlos con “El Chato”.
Cosas generacionales.
EN CINCO PALABRAS.- Ahora los quieren, pero automáticos.
PUNTO FINAL.- “La verdad no es otra cosa que una máscara transparente”: Cirilo Stofenmacher.
Twitter: @Mauri_Zapata