abril 12, 2025
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Manolo Campos

El ciclo interminable de la violencia

abril 11, 2025 | 17 vistas

 Estamos a tiro de piedra de la Semana Santa, no está de más acordarnos del significado de esta época: reflexionar y pensar en el sacrificio del salvador, un tiempo para rezar, ayunar y unirnos, aunque muchos nomás lo vean como pretexto para irse a la playa o atascarse de capirotada.

Hace unos 300 mil años, en las inmensas tierras de África, apareció el Homo sapiens, una especie que destacó por su inteligencia, su capacidad para comunicarse y su talento para adaptarse. No estábamos solos en ese momento. Compartíamos el mundo con otros humanos, como el Homo erectus —que no fue nuestro antepasado directo, sino una especie cercana que vivió al mismo tiempo por un rato—, los neandertales y los denisovanos. Aunque no hay pruebas de que elimináramos al Homo erectus con nuestras propias manos, porque ya estaba desapareciendo cuando nosotros empezamos a expandirnos, sí marcamos el fin de otras especies humanas. A veces competimos por comida y espacio, otras nos mezclamos con ellos, y en algunos casos, la violencia pudo haber sido parte de la historia.

Con el tiempo, el Homo sapiens se convirtió en el rey del planeta. Hace unos 60 o 70 mil años dejamos las sabanas africanas y nos lanzamos a conquistar Asia, Europa, Australia y, más tarde, las Américas. Pero este viaje no fue un paseo tranquilo. Nuestra fuerza vino de saber organizarnos, inventar herramientas y usar el lenguaje, además del fuego que nos dio una gran ventaja. Sin embargo, también despertamos algo que aún nos sigue: el impulso de controlar todo, de acumular más y de superar a los demás, muchas veces a cualquier costo.

Mientras crecíamos, algo empezó a romperse. En lugar de compartir lo que la Tierra nos daba, quisimos quedarnos con todo para nosotros mismos. Hace unos diez mil años, cuando inventamos la agricultura, surgieron la propiedad, las jerarquías y los primeros pleitos serios. Desde entonces, la historia humana ha sido como un sube y baja: por un lado, la unión que nos ayudó a sobrevivir; por otro, la violencia que aparece cuando el miedo, la ambición o el poder nos separan. Hemos lastimado y matado a nuestros propios «hermanos» —a veces en el sentido literal, otras como especie— no solo para sobrevivir, sino por ego, por ideas locas o por diferencias que nosotros mismos inventamos para sentirnos superiores.

Hoy, en pleno siglo XXI, ese ciclo no se ha detenido. Un ejemplo brutal es lo que pasó en el Rancho Izaguirre, en México, que salió a la luz en marzo de 2025. En un mundo con tanta tecnología y posibilidades, donde estamos más conectados que nunca, seguimos eligiendo el camino del dolor. Me pongo a pensar: ¿qué empuja a una persona a hacerle daño a otra, a torturar o quitar vidas? Me cuesta creer que, con todo lo que hemos avanzado y lo brillante que podría ser nuestro futuro, sigamos topándonos con historias que te congelan el alma, como la del rancho en Teuchitlán. ¿Cómo pueden dormir en paz quienes causan tanto sufrimiento?

Esto no pasó desapercibido. La ONU, con su Comité contra las Desapariciones Forzadas, volteó a ver a México, aunque los políticos de aquí quieran fingir que no pasa nada. ¿En serio hemos llegado a esto? ¿Nos hemos acostumbrado a esconder tanta tragedia y olvidar a miles de desaparecidos? Es increíble, pero cierto: México tiene más peticiones de ayuda a la ONU para encontrar a los que no están que países como Irak. Por eso, cansados de que las autoridades no hagan mucho, la ONU usó el Artículo 34 —algo así como un botón de emergencia, tipo la Orden 66 de Star Wars— para meterse a fondo cuando las desapariciones son cosa de todos los días. Quieren que el gobierno rinda cuentas, investigan el desastre y, si no ven avances, lo llevan hasta la Asamblea General. En este caso, lo activaron por primera vez por el campo de exterminio en Teuchitlán, Jalisco. Lo que da coraje es que, en vez de trabajar juntos, las autoridades mexicanas niegan el problema y hasta regañan a la ONU. Qué diferente sería si dejaran de pelear con el mundo y pusieran manos a la obra para ayudar a tanta gente que sufre por este caos. Ojalá pronto veamos más que solo palabras bonitas.

NUEVOS SEMÁFOROS

Pero bueno, no todo es para arrancarse los pocos cabellos que nos quedan. En noticias que alegran el alma, me da gusto contarles que en Victoria los choques van a bajar, y todo porque le dieron una manita de gato a los semáforos, que ya estaban más viejos que la chancla de mi abuela. Con 68 millones y pico de pesos, ahora sí vas a llegar rápido y seguro por tus chicharrones regios para el almuerzo. Ya era hora, aunque de una vez les digo: ¡síganle con los baches, no sean gachos!

LA FUNDACIÓN UAT

Y para rematar con algo muy bueno, esta semana el gobernador Américo Villarreal fue testigo del arranque de la Fundación UAT. El rector Dámaso Anaya dice con toda seguridad que es el gran proyecto para enlazar a la universidad con los empresarios y sacar adelante la educación y la ciencia. En los 75 años de la UAT, le dieron el timón a Eduardo Garza Robles, un exalumno con el recurso y ganas de hacerla de puente con la sociedad. El Gobernador dijo que esto va a arremangar suficiente lana de las empresas energéticas para becas y laboratorios, y hasta para cuidar la cultura.

Si no la riegan, mi querido lector, esto puede ser una luz en el camino: más apoyo para los chavos, investigación de a de veras y un empujón para que Tamaulipas brille.

Que así sea, porque ya nos merecemos algo bueno…

CONSUMATUM EST.

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