Alicia Caballero Galindo
Con mi maleta aún en la mano aún, conteniendo un exiguo equipaje, me paré frente al espejo; ¡ni yo misma lo creía! Me atreví a romper esquemas y aquí estoy, lejos de la rutina cotidiana, de mis padres, de las cadenas que me ataban a una vida que no me gustaba porque me sentía atrapada en una realidad fabricada por las circunstancias que me rodeaban, y ajena a mis deseos naturales. A veces sentía que caminaba hacia una meta no deseada, empujada por mil excusas externas.
Veo mi imagen reflejada en ese espejo lípido e impecable, con marco dorado, a pesar de los años, parece ser una antigüedad apreciada por los dueños de esta casa. Llegué atendiendo un anuncio en Internet; rentan cuartos a personas como yo, ligeras de equipaje. Debe ser una construcción de los años cincuenta del siglo pasado, al parecer de un matrimonio con muchos hijos, que se fueron yendo poco a poco, la madre envidó y vive de rentar las habitaciones vacías que dejó su familia, llenas de nostalgia y recuerdos. De hecho, ese espejo, parece desentonar con la decoración sencilla y austera del lugar.
Balanceaba la llave de mi cuarto en la mano, con un llavero femenino con cierta antigüedad, tenía una medalla de San Benito de plata. Inconscientemente, siento como si fuera un trofeo, me atreví y lo logré. Hasta al novio que tenía, con quien estuve a punto de casarme, lo dejé, no lo amo, era una relación conveniente por ser hijo de un matrimonio amigo de mis padres. Se armó gran alboroto por mi decisión, pero presté oídos sordos a todo, y a todos, empaqué lo mínimo de ropa y mi computadora, mi currículum vitae, y sin mirar atrás, emprendí el camino hacia la libertad. Rompí con las cadenas de una vida cómoda, que llegó a pesarme, y me impulsó a atreverme. No me arrepiento, sé que será difícil el cambio, pero… una voz interna me dictó: “renovarse o morir” yo, tomé el reto y lo voy a lograr. No diré “lo voy a intentar”; esta expresión implica posibilidad de fracaso.
Sonreí ante mi imagen de cuerpo entero, mis reflexiones y el decidirme a dar el salto. Satisfecha, caminé por el pasillo rumbo a mi cuarto, que tenía un ventanal hacia la calle, donde al atardecer fluía, el ir y venir frenético de una gran ciudad, Guadalajara, Jalisco. Despertaba en mí, un cúmulo de emociones encontradas; deseos de libertad, incertidumbre del futuro, emoción ante lo inesperado e incierto de mi futuro… De lo que sí estaba segura, era que dependía sólo de mí, y llegué decidida a triunfar sobre mí misma, mis cadenas y la natural resistencia al cambio, que es uno de los mayores enemigos del progreso. Después de dejar mi maleta sobre la cama, coloqué mi computadora en un escritorio junto a la ventana y me sentí feliz. Sobre el marco de la puerta había un dibujo gastado de una letra “E” rodeada de flores y mariposas, todo indicaba que la dueña original de la habitación era una mujer. Al día siguiente tenía varias entrevistas de trabajo y analizar cuál me convenía. La casa donde viviría por el momento, se encontraba a dos cuadras de una plaza donde había unos bellísimos portales con cafeterías estilo europeo; las mesas estaban al aire libre y esa tarde decidí merendar en uno de los locales. El olor a pan recién horneado, despertó mi apetito, en esa bella ciudad, los productos lácteos y el pan, son deliciosos. El clima de la ciudad en pleno otoño es fresco. Pedí un café y algo ligero y mientras esperaba, noté varios mensajes de mis padres y de… Antonio. Contesté los de la familia e ignoré los de… él, estaba decidida a romper cadenas y esa, era la más pesada.
Al regresar a la casa, me topé en el recibidor del espejo a una chica con expresión triste y una ropa un tanto pasada de moda. Me senté a su lado siguiendo un impulso natural por su tristeza extrema, me contó que ella vivía ahí y nunca podría irse, algo mantenía atrapada, sonreí compasivamente y le conté la razón por la que había llegado a esa casa. Ella, deseaba irse en busca de su amado que un día partió y no lo volvió a ver, pero no se atrevía. Le dije que siempre hay tiempo para romper amarras, le brillaron los ojos con esperanza, me dijo que se llamaba Elisa y que se atrevería a seguir mi ejemplo.
Debo estar mal de la cabeza, me pareció verla desaparecer frente al espejo, tal vez, un fenómeno de óptica del atardecer, la puerta que daba al jardín estaba abierta y se colaban los últimos rayos del sol.
Días después, me sorprendió ver su retrato en la sala de aquella casa y la viuda, me contó que era su hija menor. Un día, su novio partió al extranjero y no volvió a saber de él. Una noche, murió de una afección cardiaca y después de su muerte, supimos que su novio murió en un accidente y nadie le avisó, porque su familia ocultó la noticia, no supimos por qué. Ella nunca quiso irse de la casa esperando que algún día él volviera. A veces creo verla en el recibidor, pero creo que es sólo mi imaginación, la soledad y la nostalgia, nos hace ver fantasmas.
Me sentí abrumada, pero nada comenté. Desde entonces, al pasar por aquel espejo, siempre volteaba a verlo, pero solo veía mi imagen, satisfecha y feliz, mientras me adaptaba a mi libertad.
Una tarde de verano, al oscurecer, el cielo se nubló de improviso anunciando una tormenta típica de la temporada, llegué tempano a la casa y al pasar por el espejo, me detuve a componerme un poco el cabello y después de un destello brillante precedido de un trueno, la corriente eléctrica se cortó, pero el espejo, conservo una luminosidad extraña y pude ver a Elisa, sonriente, tomada de la mano de un joven y me dijo:
—Gracias, comprendí que debemos romper amarras y luchar por lo que queremos, decidí buscarlo y lo encontré ¡nunca es tarde!
La pareja se miró con amor y al reinstalarse la luz eléctrica, todo volvió a la normalidad.
Han pasado ya algunos años desde aquél día, y nunca más se volvió a ver a Elisa en su casa.