enero 27, 2025
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Alicia Caballero Galindo

El hombre que decidió morir II

enero 2, 2025 | 68 vistas

Alicia Caballero Galindo

 

Conclusión

En unos segundos estaban de nuevo en la calle brumosa y extraña, sabía que estaba en su ciudad, pero todo le parecía extraño y desconocido. ¿Estaría soñando? De pronto tropezó con una piedra y sintió dolor ¡No estaba soñando! Guiado por aquel niñito, llegó al parque central de su ciudad, era bello, lleno de árboles y jardines, en esa época, iluminado con motivos navideños, en una banca cerca de la fuente central donde los chorros de agua danzaban al compás de “Noche de Paz” y de luminosos cambios de colores, distinguió a un hombre joven que lloraba solitario entre tanta gente feliz que parecía no verlo. Con horror vio que era su hijo menor que decía desolado:

—Yo amaba a mi padre ¿Por qué no tendría paciencia de esperarme? ¡Tendré que cargar toda la vida la culpa de no llegar a tiempo para abrazarlo, hoy es demasiado tarde ¡está muerto!

Daniel corrió hasta él, pero la banca estaba vacía y no se veía ya el joven, con desánimo se sentó un momento porque se sentía cansado y a su lado, el niño que apretaba con fuerza aquel viejo camión de madera que le faltaban las ruedas pero que para él era importante. Los ojos del niño lo miraban interrogantes sin hablar, balanceaba sus piernas sentado en la banca. La gente pasaba por todos lados como si ellos no existieran ¡era en verdad una locura y empezaba a darle un poco de miedo, entonces se levantó de la banca decidido.

—¡No puedo más! Vámonos a casa, te daré un vaso tibio de leche y mañana buscaremos a tus padres, estarán preocupados por ti. Una lágrima rodó por el rostro del niño y le señaló el extraño edificio del balcón haciendo un gesto de tristeza. Daniel no supo que decir, tomó al niño de la mano y caminó rumbo a su casa. A pesar de estar cerca del parque, él sentía que caminaba y caminaba, pero no llegaba, la ciudad entera parecía ignorar que ellos existían. Todo seguía su marcha natural pero extraña para él. Por fin, distinguió a una cuadra, la puerta de su casa, cuando estuvo cerca, vio que un carro se estacionó y se bajó su hijo con una mujer joven a su lado, que esperaba un bebé. Iban vestidos de negro y con gesto adusto el gusto de verlo se convirtió en asombro cuando escuchó a su hijo decir:

—¡Qué duro va ser para mi volver a esta casa donde crecí!  Mi padre muerto y mi madre, ¡agoniza de dolor! Nadie entiende por qué mi padre se fue así, un estremecimiento recorrió su cuerpo y sintió de pronto mucho frío. ¡el frío de la muerte! El extraño niño, tiró de su mano y clavó su mirada en el rostro desconcertado de Daniel, ¡no sabía qué hacer ni qué pensar.

Con dolor se desprendió de aquella escena en su casa, caminó como sonámbulo guiado por aquel pequeño, unas calles más adelante, sin saber cómo se encontró frente a la casa de su hija.

—¡No puede ser cierto! Lo que estoy viviendo, pensaba. Mi hija, vive en otra ciudad lejos de aquí, sin embargo, ¡esa es la puerta de su casa! ¡no sé cómo llegamos hasta aquí! Mi mente da vueltas y vueltas, pero no le encuentro sentido a nada, parece una pesadilla ¡esto no tiene pies ni cabeza!

Sintió que el niño tiraba de su mano, lo veía con sus grandes ojos, movía la cabeza con desaprobación y tiraba de su mano, llevándolo a la casa de su hija. Entraron por la puerta principal sin ser vistos siquiera, subieron las escaleras y entraron a la recámara de las gemelas. Las niñas lloraban desconsoladamente y preguntaban a su nana:

—¿Por qué tuvo que morirse mi abuelo? Lo extrañamos mucho y mi abuela está cada día más triste, ¡yo no quiero que ella se muera también! Ayer la escuché decir que no quería vivir porque se sentía sola sin mi abuelo y que, si se moría, tal vez pudiera encontrarlo. ¡Pero si se muere, no la veremos más!

La otra gemela abrazándose a su nana decía también llorando:

—Yo vi a mi mami llorar en la cocina cuando creía que nadie la veía, ella sufre por lo que está pasando, aunque cuando está con mi abuelita ponga cara sonriente. ¿Y si se muere también? Nos dejaría solitas con papi, él no sabe contar cuentos y también se pondría triste porque la quiere mucho.

La nana, las abrazaba y no podía hablar porque tenía un nudo en la garganta.

Daniel se sentía consternado y caminó hasta la habitación donde estaba su esposa, se encontraba recostada entre almohadas y tenía los ojos cerrados, pero las lágrimas rodaban por su rostro. Él se acercó hasta su cama para consolarla, pero ella parecía no verlo. Entre sollozos y con una voz apagada decía:

—¿Pero por qué Daniel se dejaría morir? ¿Por qué fue tan egoísta y no pensó en mi ni en todos los que lo quieren? Ahora es demasiado tarde. Ya no está para escucharme, no quiero volver a esa casa solitaria; ¡tantos recuerdos! ¡tanta soledad que se respira sin él, esperaré a que Dios me llame, ¡es lo único que me queda!

En ese momento, Daniel, no pudo más y rompió a llorar; nunca pensó que al morirse causaría tanto trastorno a los suyos. Gritaba desesperadamente pero no escuchaba su propia voz.  Pero ¿realmente estaba muerto? ¡Bueno! Lo pensó y lo deseó en medio del hastío cotidiano de su vida rutinaria, pero ¡él amaba a su esposa, a sus hijos y a sus nietas! ¡nunca pensó que causaría su ausencia tanto dolor. ¡No, no quería morir! ¡pero era demasiado tarde!, no podría haber viajado a otra ciudad ni recorrido tantas partes ni hubiera visto tantas cosas si estuviera vivo porque eso no era posible. Volteó a ver al niño aquel que lo llevó en su recorrido y lleno de angustia le preguntó

—¿Realmente estoy muerto? ¡Quién te mandó para que me llevaras a tantas partes!

El niño se encogió de hombros y empezó a llorar apretando su viejo y despintado camión, corrió para perderse en la oscuridad y Daniel se quedó en medio de la bruma desconcertado y angustiado. Caminó y caminó en silencio sin saber cómo llegar a su casa y no sabía si estaba vivo o muerto en realidad. De pronto escuchó algo que lo hizo reaccionar, su perro ladraba desesperadamente y jalaba su pantalón. Al volver la vista al piso, descubrió que estaba sentado en su sillón frente al televisor y el teléfono sonaba insistentemente. ¡Todo fue un horrible sueño! ¡pero que cerca de su realidad! ¡Se quedó dormido frente al televisor! Se levantó a contestar y sintió una inmensa alegría al ver que estaba vivo. Era su hija la que llamaba para decirle que su mamá había llegado bien, entonces Daniel le dijo:

—Hijita, las extraño mucho, mañana mismo me voy con ustedes a pasar allá la Navidad, un grito de alegría de las gemelas que estaban en la extensión se escuchó y Daniel sonrió.

Lo que no sabía era que sus hijos estarían presentes pues le prepararon esa gran sorpresa.

En la puerta, se escucharon unos golpes y corrió con aire juvenil a abrirla, se quedó paralizado de asombro porque ahí estaba el niñito andrajoso y descalzo con un carrito de madera despintado que le faltaban las ruedas, con una sonrisa solamente le dijo:

—¿Me puedes ayudar? Mi mamá murió y mi papá toma mucho; ¡tengo hambre y frío! ¡Me perdí, no sé cómo llegar a mi casa!

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