Catón
Don Cordano tuvo un arranque de romanticismo y llamó por teléfono a su esposa. Le preguntó de buenas a primeras: «¿Qué te parecería pasar tú y yo solos una semana a la orilla del mar, haciendo el amor a la luz de la luna, arrullados por las olas hasta el amanecer?». «Encantada -replicó de inmediato la señora-. ¿Quién habla?». En incontables ocasiones -la verdad es que todas las ocasiones son contables, menos las que no se pueden contar- he declarado el amor que siento por la Muy Noble y Leal Ciudad de Monterrey. De ella he recibido pan para mi mesa y afectos para mi corazón, si me es permitida esa expresión sentimental que espero no suene a sensiblera. Guardo ahí recuerdos para recordarlos cuando me llegue la vejez, que no tarda en llegarme, pues tengo ya 85 años. En la capital regia -regia capital- disfruto placeres de comida y bebida que me aproximan peligrosamente al delicioso pecado de la gula, último culpa carnal que podemos cometer. A tres sitios me lleva sobre todo esa sabrosa tentación, sin demérito de otros. «Los Arcos», cuyos mariscos y pescados te hacen pensar en dejar de ser carnívoro. «La Puntada», insigne restorán a donde voy en busca de un platillo típico hecho a base de la carne seca regional, guiso de nombre no muy atractivo, pues se llama «atropellado», pero de sinigual sabor. Y finalmente, pero no al final, la benemérita y tradicional cantina «El Indio Azteca», que debería figurar con tres estrellas en la guía Michelin. El establecimiento es exclusivo para hombres, cosa que aplaudo, y con ambas manos para mayor efecto, pues el empoderamiento de la mujer nos ha ido dejando a los varones cada vez con menos reductos para no olvidar que lo somos y para no gravitar unos momentos en torno de ese hondo y bello misterio, el eterno femenino. No se me tache de misógino por apoyar y defender esa política, que algunos tildarán de impolítica, de «El Indio Azteca». Soy un perpetuo adorador de la mujer, aunque muchas no gusten ya de adoraciones, y en este espacio he defendido sus derechos con energía viril -otra incorrección política-, pero detesto ese agresivo hembrismo -que no feminismo- que busca emascular al hombre y ponerlo en inferioridad ante la ley en relación con la mujer. Y vengan críticas. Las esperaré, sereno, en «El Indio Azteca», bebiendo un tequila y una cerveza (el caballo y la potranca) y degustando unos higaditos y unas costillitas como solamente ahí se pueden encontrar. Ahora bien: ¿a qué esta prolongada perorata? Me sirve de limen -limen es umbral o entrada- para manifestar mi inquietud por los altos índices de contaminación que sufre Monterrey. Por motivos de no trabajo fui hace unos días a la capital nuevoleonesa, y la capa de esmog que se observaba era tan densa que no sólo no se alcanzaba a ver el Cerro de la Silla, sino ni aun las montañas de la zona llamada la Huasteca, a las que Manuel José Othón calificó de «épicas». Nadie rebaje a lágrima o reproche lo que diré en seguida, pero esa contaminación llega ya hasta Saltillo, mi ciudad, a 70 kilómetros de distancia, así de ingente es. Desde luego, esos humos -de refinería, de vehículos, de fábricas y pedreras- no me impedirán ir a Monterrey cada vez que pueda. La amistad y los afectos bien valen una nariz tapada, y más si los acompañan una orden de churros en «Los Arcos», un puchero basilical en «La Puntada» o una cerveza helada a la regiomontana en «El Indio Azteca». Doña Cotilla narró en la merienda de los jueves: «Le di una pastilla de Viagra a mi marido, y tuvo efectos visibles, pero olvidé darle también la pastilla para la memoria, y no supo qué hacer con los efectos». FIN.
MANGANITAS
Por AFA.
«. El populismo avanza en el mundo.».
«Si en el mundo -dijo aquel
hombre con gran pesimismo-
avanza el tal populismo,
yo quiero bajarme de él».