Catón
Cervantes, ese personaje inventado por don Quijote, escribió acerca de los consejos que el hidalgo de La Mancha dio a su escudero Sancho Panza antes que fuese a gobernar la ínsula, con otras cosas bien consideradas. Entre varias recomendaciones le dijo: “Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”. Y añadió: “Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios todo son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia”. Ha recibido mucha difusión, por lo inusitado y extraño del suceso, el caso del hombre que con violencia y amenazas a la tripulación de un jet en vuelo pretendió desviarlo de su ruta, y aun llegó al extremo de intentar abrir la puerta de la nave, con evidente riesgo para quienes en el avión viajaban. Todo indica que lo acontecido se debe a un arrebato demencial del individuo, acosado por oscuros temores que le causaron un acceso de locura, pues de otro modo no se explica su desatentada acción. Desde luego esa conducta no puede ser condonada a la ligera, y debe procesarse en forma ejemplificativa para evitar la posibilidad de que en otras ocasiones se repita; pero eso de calificar de acto terrorista a lo que según todo los indicios fue un evento inducido por la pérdida momentánea del juicio constituye un exceso que puede llevar a cometer una injusticia grave. El juez que conozca de esto debe evitar que los hechos sean desvirtuados, y que se castigue como delito grave -el terrorismo lo es- algo que constituye más bien materia de siquiatra. No se trata aquí de actuar misericordiosamente, sino razonablemente, de modo que el criterio del juzgador no se finque en posiciones alarmistas, sino en la verdadera naturaleza de los hechos. Al decir esto no me inspiro en la lectura del Quijote, con todo lo inspiradora que es. Me baso lisa y llanamente en el sentido común. Don Chinguetas no tiene remedio. Sigue en sus devaneos de ladies’ man, que así llaman los norteamericanos al hombre que con propósitos puramente eróticos busca la compañía de mujeres. Su esposa le reclama: “¿Por qué a mí no me tratas como objeto sexual? ¿Qué tienen las viejas con las que andas que no tenga yo?”. “Tienen lo mismo -responde el tarambana-, pero tú lo has tenido 25 años más”. Machismo puro. Hace unos días la señora lo sorprendió en el lecho conyugal acompañado no por una mujer, sino por cuatro: una rubia, una trigueña, una pelirroja y una de cabellera bruna. Doña Macalota -así se llama la esposa del libidinoso tipo- las contó bien a fin de no equivocarse, y luego se dirigió con acre acento a su marido: “¿Por qué te encuentro con esas cuatro daifas?”. Replicó el cínico sujeto: “Porque llegaste antes que de costumbre”. “No evadas la cuestión -se indignó doña Macalota-. Explícate”. Le dijo don Chinguetas: “¿Recuerdas a aquel sultán con el que hice amistad en uno de nuestros viajes? Pasó a mejor vida, y en su testamento me dejó parte de su harén”. (Pearl S. Buck, gran novelista, le preguntó a un antiguo dignatario chino por qué numerosos hombres en la China de aquel tiempo tenían cuatro esposas, y ninguna mujer tenía cuatro maridos. Razonó el oriental: “He visto muchas jarras de té con cuatro tazas, pero jamás he visto una taza de té con cuatro jarras”. Otra vez machismo puro). FIN.
MANGANITAS
Por AFA
“. En el zoológico pasaban ante la jaula de los monos los turistas vestidos estrafalariamente y de conducta desordenada. “.
Un mono dijo a los otros:
“No sufran pena o cuidado.
Aún no se ha comprobado
que desciendan de nosotros”.