En el argot político, quienes escriben o analicen, el quehacer político gusta de hacer distinciones entre el jefe y el líder; entre el líder y el dirigente. Y es que, muchas de las veces, se habla de ellos de manera indistinta. Por ejemplo, en el caso de Morena, Yuriria Iturbe Vázquez, es la dirigente estatal, pero no la líder, puesto que ese rol lo desempeña Américo Villarreal Santiago con su AVAnzada tamaulipeca.
¿Puede un jefe ser líder? Claro que sí, todo depende de cómo se comporte en el quehacer político. Y es que, cuando se hace una distinción entre los distintos jefes, encontramos una gran variedad. Los hay que se caracterizan por ser autoritarios hasta despóticos; otros, son demócratas y hasta cierto punto paternalista. Pero también los hay que se preocupan tanto y tanto por las reglas formales, que no les interesa para nada la informalidad.
¿Qué sucede, entonces, con los jefes políticos ante la proximidad de las elecciones?
EL JEFE
En política, desde siempre, quien tiene la tarea de ser un jefe, es decir, que tiene autoridad formal, como es el caso del gobernador Américo Villarreal. En el esquema político centralista resulta que, por reglas no escritas, quien es un jefe formal, también lo es en términos políticos. Recuerdo como, en el otrora poderoso PRI, el Presidente de la Republica era el primer priista. Hoy mismo, no lo olviden, AMLO se proclama como líder de la 4T, tarea que entregará a la corcholata que resulte ganadora, que todos asumimos será Claudia Sheinbaum.
Mario López, mejor conocido como La Borrega, es el Presidente Municipal de Matamoros. Y hace días escenifico un hecho insólito: en un evento hizo público el nombre de seis de sus colaboradores, señalándolos como potenciales candidatos a sucederlo. ¿Por qué lo hizo? Se entiende para evidenciar que, en ese municipio, solo sus chicharrones truenan; para hacer notar que, a la larga, él era quien ponga o decida quién será su sucesor. Le hace segunda, hagan de cuenta, a AMLO. Quiere demostrar que es el jefe, que manda.
EL LIDER
Se acaba de hacer público un hecho: que Mónica Villarreal pido a su hermano Américo, el gobernador, la oportunidad de buscar ser la candidata de Morena a la Presidencia de Tampico. Actualmente es regidora vía Morena. Se detalla que le fue concedido el permiso, con una advertencia: que la decisión final será el resultado que arroje la encuesta respectiva. Claro, es la regla impuesta por AMLO, pero no quita que en el juego por la candidatura el piso no sea parejo.
La cuestión es que, la actitud de Américo Villareal lo pinta, sí, como un jefe que a todos les da oportunidad, como si fuera un demócrata. Actitud diferente, muy distinta, a la que asume Mario López en Matamoros. Uno quiere ser el fiel de la balanza; el otro, un demócrata. Con esta actitud Américo demuestra que, al menos en Tampico, el disfraz de una contienda demócrata, será el camino para enfilar a Mónica a la Presidencia Municipal: hagan de cuenta, repite lo que otros, como Marcelo Ebrard: que sea el pueblo el que decida.
CREEL Y XÓCHITL
Una de las cosas que, invariablemente, enfrentan los políticos es la decisión sobre sus ambiciones. En algunas veces el contexto, y la forma en que se desarrollan los hechos, los hacen entender que perdiendo pueden ganar. Al menos es lo que está sucediendo en el Frente Amplio por México: unos se fueron, quejándose de las reglas, otros porque entendieron que no tenían nada que hacer; otros, entendieron, que van a ganar. Van a ganar ellos, pero quizá no Xóchitl.
Santiago Creel, el panista, se vuelve a quedar a mitad del camino. Ya no será candidato presidencial, declinó a favor de Xóchitl Gálvez: entendió que la dinámica no le favorece. Pero ya ganó, será el Coordinador de la campaña si Gálvez es la candidata. Pero, uno que es mal pensado, se imagina que aquellos que participaron en el proceso van a ser premiados: con senadurías, con diputaciones federales o locales, con liderazgos partidistas. El efecto Xóchitl puede ayudar a incrementar la votación, tener más legisladores y sobre todo de representación plurinominal.
LA ACTITUD
La diferencia entre un jefe y un líder es sustancial para entender el comportamiento de los políticos. El jefe manda porque tiene autoridad, que le da el cargo, y les gusta muchas de las veces hacerlo patente. El líder es obedecido, entre otras cosas, por su capacidad para actuar, porque sabe premiar y castigar, por su autoridad moral.