En El maestro y su escriba (El Tapiz del Unicornio, 2024), novela de José Antonio Lugo, se cuenta la historia de un escritor postrado por una enfermedad degenerativa quien, pudiera uno pensarlo, secretamente atiende al llamado de Spinoza: “cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser”. Dicho de otro modo, nuestro escritor sigue escribiendo. Menguadas sus capacidades, necesariamente requiere de ayuda externa para la concreción de su trabajo. Es entonces cuando entra en escena Olivia, su amanuense; y ya tenemos a los dos personajes centrales de esta novela: el maestro y su escriba.
La enfermedad no mella el entusiasmo del maestro, quien sigue obsesionado en novelas eróticas en donde parte fundamental es la presencia de un tercero. Elemento disruptor si se sigue el guion tradicional de la pareja que reclama intimidad. “Que se cierra esa puerta/ que no me deja estar a solas con tus besos”, escribió el poeta Carlos Pellicer. Nuestro novelista, en cambio, no sólo no depara a sus personajes puertas cerradas, sino que las abre a los ávidos ojos del voyeur.
El que mira, en estas tramas, puede romper el quietismo, propio de la contemplación, y participar en la mise en scéne. Todo eso ocurre en las ficciones que el escritor dicta a su escriba. De inmediato, en lo relatado por Lugo, avanzamos a otro nivel. De la imaginación se da un brinco a la “realidad” y veremos a Olivia participar en las sicalípticas puestas en escena imaginadas por el escritor. En su análisis, Armando González Torres, lo tuvo claro: “El desvalimiento físico se ve potencializado por la obediencia incondicional de su escriba que cumplirá toda clase de caprichos”.
Por accidente, este par descubre que el arte de matar está sobrevalorado. No olvido un comentario escuchado en una película de Pedro Almodóvar: «Matar es como cortarse las uñas de los pies. Al principio, la sola idea te da pereza, pero cuando te las cortas descubres que resulta bastante más rápido de lo que pensabas. Después, crees que pasará mucho tiempo antes de volver a hacerlo, pero cuando menos lo esperas, ya han vuelto a crecer.» Se entiende, el maestro y su escriba habrán de asesinar una y otra y otra vez. Continuado con el análisis de González Torres: “La experiencia erótica ya no se basa en el intercambio, sino en el poder absoluto sobre la vida o la muerte de los demás”.
José Antonio Lugo es licenciado en letras francesas y maestro en literatura comparada por la UNAM, por algún tiempo fue amanuense del escritor Juan García Ponce, por lo que en esta novela él mismo es personaje, sino de manera explícita sí alusiva. Claro, en los hechos no ocurrió nada de lo urdido en la desaforada imaginación de Lugo. No se necesita ser un enterado de los pormenores de la Generación del Medio Siglo Mexicano ni de la vida poco convencional de García Ponce para disfrutar del relato. Sin embargo, el lector que está medianamente informado lo leerá, como sugiere Lugo en el ejemplar que me obsequió, con nostalgia y perversión.