diciembre 21, 2024
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Mauricio Zapata

El mal estudiante (III)

septiembre 6, 2024 | 1086 vistas

Esta es la tercera y última entrega del relato sobre las escuelas en las que no pude terminar y que, por acuerdo, se decidió “poner pausa” a nuestra relación académica-diplomática.

Es la versión Punto por Punto de los fines de semana; la de los relatos.

En la primera parte les platiqué sobre las dos secundarias que tuve que ser expulsado. En la segunda de una preparatoria. Hoy les diré el caso de la universidad.

Corría el año de 1993. Entré a la carrera de Relaciones Públicas, que en ese entonces era lo más cercano a Ciencias de la Comunicación.

Entre finales de septiembre y principios de agosto se llevó a cabo en la facultad donde estudiaba el proceso para elegir al nuevo director.

Como siempre, apegados a la democracia, solo hubo un candidato. Aún así, hizo campaña salón por salón.

Ese candidato único, era un tipo… digamos que con la autoestima bastante elevada.

Era una persona bien parecida, y casi, casi, en eso basó su “campaña”.

Ignoro si lo hizo en cada aula, pero al menos en la mía sí.

Cabe señalar que estaba en el turno vespertino.

Llegó el futuro director con un séquito de ayudantes y lambiscones como si se tratara del candidato a la presidencia del país.

Incluso, iba hasta con fotógrafo y camarógrafo.

Llegó vestido de traje. Un traje gris con corbata en color chedrón.

Así comenzó su arenga para convencernos de votar por él como si tuviésemos otras opciones.

“Amigos (aún no había lenguaje inclusivo), estoy aquí para que me conozcan y puedan votar por mí. Pero no quiero que voten por mí solo por ser guapo, elegante, bien parecido o con personalidad”, dijo.

Y añadió: “No. Quiero que voten por mí por el hombre inteligente, emprendedor, con visión, con ideas…”

En eso interrumpí.

Tenía 19 años.

Era rebelde e inmaduro.

Y sí, también muy tonto.

Pero me quise hacer el chistoso.

Y en medio de esa auto adulación, grité…

“Sí, voten por el hombre modesto”.

Logré mi objetivo: hacer reír a la raza.

Todos, incluso el maestro que estaba en ese momento dándonos clases, carcajearon. Obvio, el profe lo hizo de manera discreta.

Imagínense para el ego de ese tipo, que un chamaco estúpido lo haya puesto en ridículo.

Pues bueno. Su proselitismo en ese salón se acabó.

Siguió por otras aulas.

Llegó el día de las elecciones y ganó con el 99 por ciento de los votos a su favor.

Yo me formé en tres filas y voté tres veces. No había control.

Y como no había opción ni para poner algún recado en la boleta, pues sufragué por aquel hombre tan arrogante.

Pasó una semana, se llevó a cabo la toma de protestas y asumió la dirección.

Me mandaron hablar de su oficina.

Al llegar, una secretaria me dio mis papeles y me dijo que, por instrucciones del nuevo director, me tenían que expulsar de la universidad y que, mientras él fuera el “mero, mero”, no me dejarían estudiar en ninguna facultad de esa universidad.

Ni hablar. Tuve que emigrar a la Ciudad de México.

Técnicamente fue como una especie de exilio, pero gracias a eso, mi vida dio un vuelco y realicé cosas que posteriormente marcaron mi trayecto profesional.

No sé si ese señor haya tenido algo que ver, pero en los siguientes cinco años no pude entrar a ninguna universidad para seguir estudiando, debido a una “falla administrativa” que no les permitía ingresar mis papeles.

EN CINCO PALABRAS.- El pasado es eso: pasado.

PUNTO FINAL.- “El peor enemigo de la evolución es el llanto”: Cirilo Stofenmacher.

X: @Mauri_Zapata

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