Libertad García Cabriales
Antes que nada, soy partidario de vivir: Joan Manuel Serrat
Cierra los ojos y piensa en esas canciones que han alimentado tu memoria sentimental. Esas melodías de tus enamoramientos, pero también de los sentimientos en familia y los amigos; esas tonadas que de sólo escucharlas te traen grandes recuerdos de algo o de alguien. Todos tenemos en mente esas canciones inolvidables, los autores y cantautores con los cuales hemos soñado, amado y hasta llorado. En mi lista está en primerísimo lugar Joan Manuel Serrat, con quien he tenido una relación entrañable de varias décadas, casi como si fuéramos amigos de toda la vida.
Conocí la música de Serrat casi niña, cuando mis hermanas mayores lo cantaban y sus fascinantes letras fueron haciéndome sentido. De ese tiempo por supuesto Machado y Miguel Hernández con aquellas maravillas de canciones: Cantares, Para la libertad, La saeta, entre otras. Luego por supuesto en mi educación sentimental, de novia ya a los diecisiete, “Tu nombre me sabe a hierba”, ay: “porque te quiero a ti porque te quiero, aunque estés lejos yo te siento a flor de piel”. Y después tantas más, no sabría enumerar cuántas de sus canciones están en mi memoria, cuántas me han acompañado en la vida: “Mediterráneo”, “Lucía”, “Señora”, “Penélope”, “No hago otra cosa que pensar en ti”, “Esos locos bajitos”, “Algo personal”, “Aquellas pequeñas cosas”, “Hoy puede ser un gran día”, “Si la muerte toca mi huerto”, “Cada loco con su tema” y muchísimas más.
Pienso en la música serratiana que a tantos nos identifica, cuando estamos celebrando su más reciente galardón, el prestigiado premio Princesa de Asturias de las Artes, entregado en Oviedo hace unos días. Con un mensaje corto pero magistral, el muy querido cantautor nos hizo ver, al mismo tiempo, la atrocidad y la esperanza: “Soy una persona partidaria de la vida… no me gusta ser testigo de atrocidades sin unánimes ni contundentes respuestas…No me conformo al ver los sueños varados en la otra orilla del río”. Mientras lo escuchaba emocionada no pude evitar pensar en las terribles guerras, en la pobreza, las migraciones, el dolor global de las mayorías, pero también en tantos malos gobiernos, la corrupción imperante, el cinismo depredador, incluido el del emérito Juan Carlos, una vergüenza nacional para la España de la buena gente.
Pero eso sí, en un ambiente solemne, con aires monárquicos, largas alfombras y música de gaitas, la nobleza que se impuso fue la de los galardonados, especialmente el nobilísimo Serrat, capaz de enternecerse con las bellas palabras de la dulce Leonor de Borbón, quien todavía conserva en su mirada limpia, la esencia de algunas antecesoras valerosas: “usted ha hecho felices a varias generaciones”, le dijo conmovida. Nobleza obliga, pensé igualmente al escuchar cantar al hijo de Barcelona después de su emotivo discurso, una de sus canciones emblemáticas: Aquellas pequeñas cosas, la memoria de un tiempo de rosas, ese tiempo que todos llevamos dentro y nos salva en los momentos difíciles.
La ceremonia y el mensaje, que literalmente “coronan” al noble Serrat en una larga trayectoria de humanismo sin alardes, pero muy efectivo; refleja además el poder de la cultura y las artes como herramientas para la construcción de la esperanza, la reflexión sobre lo esencial y el gozo de vivir. La cultura, ahora más que nunca, en este mundo de insensibilidad globalizada, no como ornato sino como factor insustituible en la búsqueda de la paz, el desarrollo humano integral y el respeto a la libertad y las identidades. Lo dijo bien Marjani Satrapi, otra de las galardonadas en los premios Princesa de Asturias: “Quizá antes de educar a nuestros hijos para que tengan éxito económico y social, debiéramos enseñarles que el verdadero éxito radica ante todo en el humanismo”. Eso nos enseñan los poemas hechos canción de Serrat: lo verdaderamente valioso no está en el precio, sino en el valor de las cosas. Mucha falta les hace a nuestros jóvenes escuchar sus canciones como lecciones de vida y aprender dónde radica la verdadera nobleza.
En ese contexto, ahora también tengo el regusto en mi alma después de asistir a los primeros días de la gran fiesta de la cultura estatal, un festival venturosamente revivido por el gobierno tamaulipeco después de seis años cancelado. Agradecer volver a sentir el placer con las expresiones del espíritu a través del talento de artistas internacionales, nacionales y por supuesto nuestros valiosos talentos regionales. Un regalazo que ya nos estaba haciendo falta. Y lo mejor: testimoniar con plazas y teatros llenos, que hay públicos anhelantes, participativos, gozosos de saborear el banquete cultural.
En suma, después del atroz dengue, el cielo me ha concedido momentos gozosos para celebrar la vida. Porque yo como el queridísimo Serrat, también soy partidaria de vivir.