María José Zorrilla
A pocas semanas de las elecciones el país huele a miedo. Miedo de perder la elección más importante de la historia por lo que significa para los del ala izquierda y también lo que significa para el resto de los mexicanos que vemos con temor hacia donde se pueden dirigir las cosas. Ante el peligro real o imaginario aparece el miedo, emoción natural que se caracteriza según Wikipedia por experimentar una sensación desagradable e intensa que es de las pocas emociones básicas que compartimos con los animales. Entre los miedos más recurrentes están las grandes alturas, los animales peligrosos, lesiones corporales y enfermedades, hablar en público, espacios oscuros y entre los infantes el más común es a la oscuridad. Pero hay otro tipo de miedo. El de las relaciones sociales y los procesos de producción de subjetividades, como lo cita el investigador Oscar Useche Aldana. El miedo que busca la desaparición de las diferencias y la homogenización sea a costa de la liquidación de los diferentes. En consecuencia, el miedo a perder las dádivas y pensiones se constituye en un operador de los territorios del poder para el control y la contención del deseo de los ciudadanos y, las políticas que lo promueven. Desde el principio del sexenio se estuvo descalificando a los conservadores, a los que aspiran a mejorar, a los que tienen más de dos pares de zapatos, a los que estudian en el extranjero y a todos los corruptos de los gobiernos anteriores. A fomentar el resentimiento y la división. Con esa diatriba se fue el sexenio y se vendió muy bien ese acto heroico de barrer de arriba para abajo la corrupción de la que en realidad todo México estaba harto. Se ganó al pueblo abriendo las arcas de la nación para entregar dádivas individuales y olvidarse de lo colectivo. Allí te va tu pensión de tres mil pesos para que me agradezcas toda la vida, pero dónde quedaron los demás servicios. Ir al IMSS ese sí que es miedo. Tener que esperar horas para que te atiendan cuando traes problemas serios de salud. Miedo que te den una cita dentro de 8 meses para un asunto de vesícula llena de piedras que se puede convertir en pancreatitis como un primo que murió por no atenderse a tiempo. Miedo a que se acabe la libertad educativa, de pensamiento, de acción, de inversión, de amparo, de dar amnistías como reyes al antojo del presidente. Miedo a que las ocurrencias de rescatar cosas imposibles nos lleven a la quiebra de la industria petrolera otrora productora de más de 2.8 millones de barriles diarios. Miedo a volar la línea del Bienestar. Que no todo es malo es cierto, hay cosas que se han quedado acendradas y nos hicieron conscientes que teníamos olvidado a ese México de las penumbras donde moran cerca de 50 millones de mexicanos. Que necesitamos comunicarnos más con los que menos tienen, atender sus necesidades y acceder algo que Alvin Tofler uno de los más grandes futuristas de la edad moderna le contestó a Carlos Fuentes hace algunos años cuando le preguntó qué necesita México para salir del atraso. Tres cosas, educación, salud y alimentación. Dónde hemos quedado en esos tres rubros a más de 40 años de esa pregunta.
Hemos perdido desgraciadamente calidad en salud, educación y alimentación. De seguridad mejor ni hablemos. No solo hay miedo al secuestro y el homicidio. Miedo a que nos sigan gobernando con los desechos de los mismos partidos que ellos criticaron. Mi hermano Juan Fidel reconocido investigador en educación comentó: México se encuentra entre las 15 economías más grandes del mundo porque la mayoría de los mexicanos son trabajadores y honestos, porque trabajan y producen. Añadiría que crecimos porque hubo más equilibrio en el reparto de presupuestos para beneficiar a la comunidad no al individuo. Y, porque muchas políticas públicas y elaboración de tratados y convenios fueron de gran beneficio como la firma del TLC.
Desaparecer las diferencias no es cuestión de cortar de tajo, es cuestión de cabeza, corazón y trabajo. Vamos por un México sin miedo.