septiembre 7, 2024
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Alicia Caballero Galindo

El retorno

julio 18, 2024 | 207 vistas

Debo olvidar a Mariana, se fue y no volverá, no me aferraré a un imposible, ella está muerta y yo estoy vivo. Camino por las calles de mi ciudad natal, Tequisquiapan, Querétaro; no sé qué me impulsó a volver, me abruma el frenético ir y venir de la gente por la calle. Sin pensarlo, llego hasta aquella casona centenaria, ya en ruinas, donde pasé mi infancia, creo que fue peor, ir a ese lugar, sólo quedan dos cuartos de sillar sin techo, y parte de algunos muros. La propiedad quedó intestada y está en el abandono, de eso hace ya muchos años que no quisiera contar porque me duelen. En el espacio que era la cocina, encontré intacta la pared y la chimenea donde a veces se cocían los frijoles con leña y de inmediato recordé a mi madre con su sonrisa eterna, a pesar de las vicisitudes de la vida, siempre sonreía y decía, “no te preocupes, Dios proveerá, sus tiempos son perfectos”. Imposible evitar que una lágrima resbalara por mi rostro.

Vino a mi mente el recuerdo de Esther, una vecina a la que amé locamente en mi adolescencia, y en esa cocina hablábamos, soñábamos y a veces nos besamos con la inocencia de la edad, ella, era mayor que yo, pero eso no importaba, se pasaba a mi casa por el patio, allí había en la barda, un espacio que nunca se llenó, le gustaban los guisos de mi madre que compartíamos con frecuencia. Un día, mis padres decidieron mudarse a Querétaro y no nos volvimos a ver.

Me senté en un tapanco que milagrosamente seguía en pie, donde mi madre ponía la leña, acudieron en tropel aquellos días en que mi mayor preocupación era que no me salieran barros en la cara…

Con extrañeza, descubrí a lado de la chimenea, aquel corazón que labramos en la pared con un cuchillo y cuando pactamos que, algún día, nos casaríamos. Lo raro era que, al parecer, estaba como entonces, cuando lo labramos, sin que nos viera mi madre. Lo acaricié y recordé su perfume a flores del campo, aspiré el aire y ese aroma llegó vívido, como si estuviera allí. Escuché que alguien pisaba sobre las hojas secas del patio y el corazón dio un vuelco en mi pecho cuando la vi entrar. Su cuerpo espigado y esa mirada transparente como su alma me hizo sonreír con dulzura, no había cambiado mucho, me miró a los ojos y murmuró con emoción:

—Por fin llegaste, ¡esperaba tu regreso! Supe que volverías.

Tomé su mano, tibia, la besé con ternura y nos abrazamos con un amor guardado como una rosa de Jericó.

 

FANTASMAS

Mis pasos sobre el pasillo pavimentado de aquella plaza, sonaban como martillazos en mi cerebro, caminaba sola. Me ofendía hasta la sonrisa de los demás, mostrando felicidad, pasaban a mi lado, parejas enamoradas, familias, hombres y mujeres solitarios que transitaban con algún propósito, mientras yo, sólo rumiaba desolación, soledad y decepción. Casi lloro al ver la banca donde nos sentábamos a tomar un helado, y compartíamos las incidencias del día. Hoy, camino sola, me compré un helado y me senté en esa triste banca, nada más para rumiar mi desazón: si hubiera hecho… Si mejor le hubiera dicho…, ¿por qué no me di cuenta? Pasaba por mi mente como un relámpago, la vida compartida y lo único que lograba, era sentir una infinita soledad, rencor, frustración. Molestia conmigo misma.

Me llamó la atención un transporte cerrado que se para en la librería de enfrente con una frase de Mario Benedetti: “Solo somos un instante, mañana, seremos un recuerdo”. Me “movió el tapete” la expresión y entendí que la historia no se puede cambiar, pero seré constructora de mi mañana. No debo aferrarme a un pasado que no regresará jamás, la vida transcurre como el caudal de un río, yo permanezco en la margen, pero el caudal, nunca será el mismo, cambia a cada minuto. Lo que se llevó la corriente, es historia, el mañana, no está escrito y yo, poseo libre albedrío. Algo se acomodó en mi mente, sonreí y me sentí libre, dueña de mi vida, y capaz de aprender de la historia para construir con conocimiento de causa mi mañana.

No supe de dónde salió un hombre que se sentó en “mi” banca. Me incomodó la compañía, pero era una plaza pública, nada podía reclamar. Me sonrió como adivinando mis pensamientos, y cambié de actitud, era un hombre joven, atractivo con unos ojos color miel, brillantes.

No me aferraré a un ayer, tomaré del caudal de la vida, las oportunidades que me ofrece. ¿Por qué no?…

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