noviembre 21, 2024
Publicidad
Alicia Caballero Galindo

El río mágico

agosto 10, 2023 | 365 vistas

Alicia Caballero Galindo.-

Gabriela estaba desesperada; las lágrimas bañaban su rostro y
caminaba por las calles de la ciudad como sonámbula; los autos pasaban
casi rozándola sin que ella siquiera se percatara de ello. El agobiante calor,
hacía que su maquillaje corriera por su cara mezclado con lágrimas y sudor.
Esa tarde acababa de darse cuenta que estaba esperando un bebé y su
mente se debatía entre el regocijo de tenerlo y el dolor de saber que el
padre de la criatura era casado y le pedía que se deshiciera del ser que
apenas era una pequeña semillita en su interior. ¿Qué dirían sus padres al
saberlo? Eran conservadores y muy católicos. Nunca aceptarían su
situación de madre soltera, menos la opción de deshacerse de su bebé.
Sobre todo, ¡ella no podía aceptar cegar una vida! ¡amaba a ese pequeño y
deseaba que viniera al mundo, sin embargo, todo estaba en su contra
¡todo!… en su mente las ideas y sentimientos encontrados se atropellaban y
chocaban provocando desconcierto, desasosiego ¡angustia! Caminó por
largas horas; no supo cómo llegó a orillas del arroyuelo que cruzaba por un
bosquecillo que los domingos y días festivos se llenaba de gente pero
aquella tarde, estaba solo, desierto, silencioso, solitario, el sol se ocultaba
en el horizonte y el espectáculo de sus rayos colándose entre los grandes
encinos y robles, daba un aspecto que, en otro momento, le hubiera
parecido hermoso, pero esta vez, le pareció lóbrego. Lo único que deseaba
era desaparecer, huir, morirse… ¡no era mala idea! Si ella pudiera morir en
ese instante, ¡todo acabaría! De un tajo, cortaría sus problemas.
Permaneció sentada sobre el pasto fresco de la orilla. El sonido del agua
corriendo tranquilamente por las piedras, fue calmándola; secó sus lágrimas
y metiendo sus manos en el agua fresca, empezó a limpiar su rostro; era
una joven bella de unos 20 años, ¡tenía toda una vida por delante! Alguna
solución debía encontrar a su problema. Más tranquila, se levantó y vio a
una mujer joven, sentada en unos troncos secos cercanos la observaba,
Gabriela, al verla, le sonrió tristemente y se dispuso a emprender la marcha
de regreso a su casa, la muchacha le tendió la mano amistosamente.
—Te vi desde que llegaste, debe ser grande tu problema puesto que
has llegado a pensar hasta en quitarte la vida.
La joven muy sorprendida, prestó más atención a aquella mujer que
supo adivinar sus pensamientos.
—¡Pero…!

—¡No digas nada! Yo sé muchas cosas, ¡escúchame! este arroyo es
mágico; ¡no te burles! ¡sé lo que digo! Tengo muchos años de conocer el
bosque y sus secretos. Toma este papel y este lápiz; escribe el mal que te
preocupa, y deja en manos del arroyo tu destino, deposítalo extendido en
sus aguas, regresa por las tardes y confía. El arroyo tendrá una solución
para tus problemas.
Dejó en manos de la muchacha un papel amarillento y un lápiz con la
punta un poco gastada, le dio una palmada en la espalda y se perdió entre
las sombras del tupido follaje del bosque. Gabriela, por unos momentos se
quedó desconcertada sin saber qué pensar, luego reflexionó que no le haría
daño escribir lo que pensaba y sentía, al contrario, que sería una forma de
desahogar sus penas y podría pensar más claro para tomar una decisión.
Con cierto desgano empezó a escribir, pero poco a poco, sintió la necesidad
de volcar en la escritura de ese papel, todo ese mundo de ideas que la
atormentaban. No supo cuánto tiempo se quedó a la orilla del arroyo, pero
cuando terminó de escribir, se dio cuenta que la luz vertida sobre el papel,
era la de una lámpara mercurial de foto celda que se encendió al cerrar la
noche. Llevada por las palabras de la mujer del bosque, una vez terminada
la escritura de aquel amarillento papel, dejó el lápiz en el tronco donde la
encontró sentada y se acercó a la orilla del agua, dejó extendido sobre el
manso torrente su escrito y vio cómo suavemente se lo llevaba la corriente
entre las piedras, sin hundirlo. Después se levantó, sintió que se le quitaba
un peso de encima. Pensó: ¡y si encontraban el papel!, ¡no importa! Porque
no tiene nombres ni datos que me comprometan.
Más tranquila y pensando que de alguna forma encontraría una salida
se encaminó a su casa. ¡no cabe duda! Los problemas pesan menos
cuando nos atrevemos a enfrentarlos. Volteó por todos lados mientras
caminaba hacia la salida buscando a la mujer que le dio el papel para
agradecerle su consejo, pero no la encontró. A los pocos minutos estaba de
nuevo en las transitadas calles de la ciudad y caminó presurosa hacia su
casa. Era tarde y debían estar preocupados por su tardanza; ya pensaría
qué decirles para no preocuparlos, finalmente, triunfaría el amor que le
tenían y encontraría alguna solución.
Llegó a su casa; la cena, transcurrió tranquilamente y se retiró a su
recámara.
CONTINUARÁ…

Comentarios

MÁs Columnas

Más del Autor

Encuentro

Por Alicia Caballero Galindo

Lógica infantil

Por Alicia Caballero Galindo